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Conversaciones con mi odontólogo

Conversaciones con mi odontólogo

Acabo de llegar del dentista, adonde fui a sacarme una muela. Y ya que no puedo cantar, ni grabar: escribo. Por cierto, mi odontólogo es rockero: toca la guitarra.

Empezó con un Marshall y una Telecaster México. Después, se compró una  Gretsch, de las grandes, de verdad, digamos. Y ahora la vendió y se compró una Gibson les Paul Custom, la negra: ahí es nada.

Siempre me pregunta por mis shows: “¿Y, Mario? ¿Cómo van esos conciertos? ¿Cuándo vas a ser tapa de la Rolling Stone…?”, me dijo hoy al recibirme. Sonreí, y le dije: “¡Pero eso no es difícil! ¡Sólo hace falta dinero!...”

¿En serio?, me dice… ¿acaso Lady Gaga o Amy Weinghouse pagan por salir en la Rolling Stone española?...” Me reí otra vez: “Ellas no, claro. Ya inviertieron bastante en ellas sus compañías discográficas. Y luego, como desde acá se mira para allá, van directamente a la tapa. Pero, además –volví a insistir-, Lady Gaga en la tapa vende mucho más que Mario Ojeda o Juan Pelota, por eso las ponen… “Que mundo ese de la música, ¿no, Mario?...” me dijo.

Sonreí otra vez… “Es cruel, si. Pero, en el fondo, no es más que un gran negocio. El problema es cuando se confunden los tantos. Una cosa es la música. Otra, el negocio de la música. O el de los intermediarios, que es peor. Basta con ver lo que pasa con la SGAE…”, le dije, anticipándome unos días a lo que saltó después, aunque era un secreto a voces los mal manejos y desmanejos –o manejos en beneficio de unos pocos-, de una gente acostumbrada a vivir del trabajo de los demás.

Pero esto, lamentablemente, ocurre en todos los ámbitos. En los que fabrican instrumentos, en los que hacen zapatillas… no deja de ser un neo capitalismo encarnizado, y pareciera no haber vuelta atrás, no al menos por el momento.

Ayer nomás, leía una pequeña columna que escribía un periodista, ahora no recuerdo el nombre, en el periódico “20 minutos”: El tipo planteaba más o menos lo mismo que vengo sosteniendo dede hace años. Hoy por hoy, cualquiera puede grabar un disco en su casa, con un buen ordenador, un par de micrófonos, y otras tantas guitarras. Ahora, quiénes deciden quiénes se escuchan y quiénes no, siguen siendo cuatro gatos. Los dueños de las discográficas, los dueños del kiosco, en suma. Ellos son quiénes disponen cuánto dinero se invierte en difusión de una Shakira, de un Juanes, de un Alejandro Sanz, de un Sabina, o quien sea.

A los clásicos, se les respeta. Algunos de ellos, todavía tienen un público fiel, que consumen sus conciertos, y a veces hasta compran algunos discos (Serrat o Luis Eduardo Aute, por nombrar a los dos primeros que me vienen a la cabeza…)

Pero, trascender, lo que se dice trascender, trascienden muy pocos. Y de esos pocos, menos son aún artistas noveles. Y la razón es muy sencilla: cuesta mucho dinero imponer comercialmente a un nuevo artista. Es mucho más cómodo (y barato y rentable), difundir a un artista ya establecido, conocido, digamos, que invertir en desarrollar un artista nuevo.

¿Conclusión? Los que siguen teniendo éxito son los mismos 20 gatos de siempre. Ocurre en España, en México, en Argentina, en todos lados. No es una cuestión de talento. Es una cuestión comercial, y punto pelota. Para un ejecutivo exitoso de una discográfica, lo que vende –discos- tiene el mismo valor que un perfume o un desodorante: es un producto. Se trata de vender la mayor cantidad posible de copias de ese producto. No les importa el hecho artístico. Nunca les importó. Es sólo que, años atrás, entre toda esa gran masa de productos discográficos que invadían el mercado, siempre había lugar para alguna perla: Los Beatles, Sinatra, Elvis o quien sea.

Ahora ya no. Con la masificación, vino el bastardeo. Ya no importa lo que se vende, ni cómo se vende. Importa, sencillamente, cuanto se vende.

El error, otra vez, es pensar, ingenuamente, que eso se puede combatir desde afura. “Yo no entro en esa”, como dicen algunos. “Yo grabo mis discos, y luego los vendo en mis conciertos, y ya”. Y no es que esté mal. Pero así jamás vas a trascender, macho. Jamás podrás aspirar a vivir de la música.

Podrás vivir de la docencia. De enseñar a tocar la guitarra o a cantar. Ingresarás algún dinero mensual –escaso- por la venta de esos discos. Pero no mucho más. Deberás seguir trabajando en otra cosa para vivir.

Como decía una vez el viejo Lemmy, de Motorhead: “El único país del mundo donde puedes vivir realmente la historia del rocanrol, es Estados Unidos. No es Inglaterra, no es España y, definitivamente, no es la Argentina ni Latinoamérica…” Y tenía razón. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat alguna vez.

Hace unos días, Henry Kissinger, el viejo turro, decía en una conferencia en China: “En la época de la revolución industrial, Inglaterra vendía maquinaria pesada al resto del mundo, y por eso dominaban el mercado, era los líderes del mundo. Hacia 1947, con el plan Marshall, todo el mundo le debía dinero a Estados Unidos, y eso les sirvió para convertirse en potencia dominante. Hoy por hoy, y aunque este cambio será gradual, China se está conviertiendo en el mayor acreedor del mundo. Es decir, tienen todo lo necesario para convertirse en el próximo lider mundial hacia el 2050…”

Quizás sea cuestión, nomás, de aprender a hablar en chino. O casarse ya mismo con una mujer china, aunque yo esté ya un poco mayor para ello, y no voy a llegar a verlo. Digo, supongo, estimo, no sé.

Mientras tanto, no tengan dudas, seguiré tocando la guitarra y escribiendo canciones, que de eso se trata. Bastante más jodido sería un mundo sin canciones, asi que yo tengo que hacer la parte que me toca.

Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 5/7/2010

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