Blogia
marioojeda

Impresiones varias volcadas al papel

Impresiones varias volcadas al papel

 

Mi querida Sibila Camps me dijo una vez, allá por febrero o marzo de 1983, yo recién bajadito a Buenos Aires: “Creo que tu cabeza va más rápido de lo que puedes plasmarlo en canciones, quizás deberías escribir…” Ese ha sido un poco mi karma los últimos 30 años. Volvió a decírmelo hace un año, más o menos, Alberto Caleris, amigo cantautor, santafesino de Cañada Rosquín (como Carlos Porcel de Peralta y León Gieco, vaya yunta), quien ahora vive en Ecuador, pero quien cada tanto me visita en Granada. No creo venga a visitarme a mi, está enamorada de mi perra Luna, seguro.

A veces me asusta lo fugaz de la vida, sólo a veces. La insoportable levedad del ser, digamos. Pero he tenido conciencia de mi segura finitud allá por mis diecisiete años, ahora, con casi 51, me asusta menos. Me jode más, si, pero me asusta menos. Sobre todo, cuando gente cercana a uno, familiares o amigos, se van sin avisar, cosa que ocurre siempre. A la vez, es un hecho irreversible, que no se puede modificar. Es como lo vivido ayer, ni más ni menos. O el año pasado. O hace diez minutos, que así de turro es el tiempo. Pasa. Y ya cagaste, no hay vuelta atrás, no lo puedes recuperar. Por eso, desde hace mucho, escribo y grabo canciones. Ahí se quedan. Algún día, alguien las va  a escuchar. O no. Pero me van a sobrevivir. Seguro.

Lo bueno de saber vivir con lo justo es que no necesito demasiadas cosas para vivir feliz. Hubo un tiempo en que si, quiero decir, me hubiera gustado disponer de una cámara fotográfica hace 30 años, por ejemplo, como ahora, que hasta los móviles sacan fotos, y eso te permite conservar un instante, un momento, para la posteridad. Maravillas de ese milagro llamado fotografía. No tengo fotos con Baglietto, ni con Fito Páez, ni con Mario Corradini. Ni con Miguel Abuelo, o Juan Alberto Badía, ni con tanta otra gente querida que ya no está. Vaya mierda. Eramos tan pobres entonces. Tampoco es que ahora disponga de mucho más, pero… ¡tengo una cámara fotográfica! Así que suelo ir por la vida sacándole fotos a todo y a todos. Ahora tengo fotos con Aute, con el gordo Amor, con Paco Ibáñez, con Enrique Morente, con Rubén Juárez, con un montón de gente que admiro y saber quien soy. No es para andar faroleando tampoco. Es sólo para dejar constancia, digamos. Ayer  nomás, por ejemplo, debería haberme encontrado en Madrid con Beto Corradini, quien vino desde Italia a impartir unos de sus cursos de biomúsica, pero no pude ir. Así que el turro me puso un mail diciéndome: “Ya que no viniste, me zampé un desayuno bárbaro en el Museo del Jamón, en plena Puerta del Sol, y la segunda birra fue  a tu salud…” Que bueno es tener amigos…

Cuando algún salame me dice, por ejemplo,  “pero vos, ¿es cierto que tal cosa…?”, pelo una foto y le digo: “¿Ves?, acá estábamos en tal lado haciendo tal cosa…con fulanito de tal…”, lo conozco, claro, o lo conocía, pero no voy a andar faroleando con eso. Créeme. Y sino, mirá la foto, pero no me rompas los kinotos. Tampoco es que desee mostrar esas fotos que alguna gente se saca con los artistas, parado detrás de fulanito de tal cuando fulanito estaba hablando de cualquier otra cosa con otra persona, y te paras detrás y estiras el cuello como una jirafa, mano figuretti, para salir en la foto. No. Me refiero a documentar un momento compartido, en un almuerzo, tomando una cerveza y charlando amigablemente, o comiendo un asado, o en un estudio de grabación, o en algún escenario, por pedorro que este sea. No deja de ser un escenario.

Mi amigo Mariano Motter me decía por teléfono, hace pocos días: “Hace rato que no escribes…que, ¿te está faltando inspiración?...” No, le respondí. Tengo un montón de ideas en la cabeza, como siempre, felizmente, pero poco tiempo para plasmarlas. Y además, debo decirlo, estoy medio enojado. Si, cabreado. Porque pasa el tiempo, y vivo chocando contra las mismas paredes, contra las mismas miserias, contra la misma lucha de egos –y ojo que yo no soy un santo, pero trato de controlarlo-. Contra la misma falta de escrúpulos, contra las mismas mediocridades o incompetencias que me empujaron de irme de mi ciudad, hace ya treinta años. Y nada, eso. Que me jode. Que volví a chocar con ellas en Gesell, donde viví once años, en Mar del Plata, en Buenos Aires…

No es que yo sea perfecto, ni mucho menos. Pero siempre le eché huevos al asunto, ganas de trabajar siempre tuve, y sigo queriendo trabajar. Pero a veces me llena los huevos. Bah. Delirios de viejo, debe ser.

Lo bueno de la crisis económica mundial es que nadie tiene nada asegurado, y los que siempre tuvieron, por no tener, sufren más que los que nunca tuvimos mucho. O casi nada. Mal de muchos, consuelo de tontos. Algo así. No sé. Pienso –escribo- en voz alta, sin meditar demasiado lo que escribo.

Me gusta ser transparente… a muchos no les hace gracia, debo decir. Como cuando insisten en colgarse medallas, o tratan de venderte algo que, vamos, todos saben que no es así. Pero los tipos insisten. “Mi bar es una institución…”; “Mi guitarra suena mejor que la tuya…”; “Mi teatro es el que tiene mejor acústica…”; “Mi chiringuito es donde mejor ponen los mojitos…” Que pelotudez. No me importa flaco. De verdad, no me importa. Si cantás en el Carnegie Hall, si sales en los diarios o lo que fuera. Lo digo de verdad. No me importa. Solo quiero vivir en paz y ser feliz. Hace mucho olvidé los sueños de gloria, o de querer ser famoso y millonario.

Se lo decía hace un tiempo a una piba trovadora amiga: “yo podría hoy irme a Madrid, y grabar un disco con fulano y mengano… y zutano también… ” Ella me miraba con ojos asombrados. “Pero me da pereza. No tengo ganas…”  Más asombro. No lo digo desde la vanidad. Sino, desde la pereza. Desde el no tener dinero para tomarme una semana y tener que andar llamando. Sobre todo, eso. Andar llamando a mengano o zutano. Que se yo. “Porque no me han visto, lamer la coyunta. Ni andar hociqueando, pa´ hacerme de un peso. Porque a todos ellos le han puesto la marca, y tienen envidia de verme orejano...”, como decía el poema de Serafín García que inmortalizó Jorge Cafrune. Lo digo de verdad. No es pose.

Me da pereza y no tengo ganas de gastar un pastón en grabar un disco como se debe, en un estudio de verdad. No. Prefiero gastarme ese dinero en viajar, por ejemplo, que me llena el alma de mariposas. Se lo dije a un amigo de Resistencia hace poco, ilusionadísimo él porque “¡por fin estoy grabando mi disco! Voy a  gastarme una pasta, pero van a tocar fulano, zutano…”, y yo le dije, al paso, y sin anestesia: “Y después, ¿Qué? ¿Vas a gastarte otra pasta en la edición?, ¿otro montón de pasta en la distribución, y un montón más grande mosca aún en la promoción y difusión radial de tu disco? Porque, sino, lo haces, no se va a enterar ni el potito. Eso, sin contar con que nadie compra discos ya, así que, ¿te merece la pena semejante gasto?...” Se quedó mudo, claro, estuve un poco brusco. Pero es lo que siento, no puedo ir contra eso.

Es lo que ocurre hoy. Por eso los conocidos de antes, son más conocidos ahora. Las pocas discográficas que aún sobreviven, invierten dinero en difusión de artistas ya conocidos, es decir, los hacen más conocidos aún. Por eso suenan los Juanes, los Shakira, los Alejandro Sanz, los Sabina, los Serrat… y ojo: los difunden, los posicionan. Pero eso no implica que vendan discos. Lo que ocurre es que hace tiempo ya que las discográficas van prendidas en un porcentaje de los conciertos, entonces, cuántos más conciertos tengan Serrat y Sabina, por ejemplo, más dinero se gana, independientemente de que vendas más o menos discos. Que ya no se venden, insisto.

Pero les da lo mismo. Porque, además, ellos mismos están presionados por la necesidad. Es decir, la permanencia (o no), de cualquier ejecutivo de una discográfica, depende, cada vez más y día a día, de lo que se venda en cada lanzamiento. Es decir: si se alcanzan  los objetivos, bueno, tienes trabajo hasta el próximo disco o lanzamiento. ¿No se alcanzan los objetivos de mínima? A la puta calle, es así de sencillo. Nadie tiene tiempo para esperar. Nadie edita a un nuevo artista, y le dice, por ejemplo. “Tranquilo, arrancaste bien, vamos a ver si subimos un poco con el segundo disco, y luego, ya con el tercero, te posicionas…”, como era hace 20 años. No. Ahora te editan un disco, si vos mismo consigues los auspiciantes que pongan el dinero para justificar la edición, te dan un mínimo pautado, y si no picas, sino arrancas vendiendo mucho, alpiste. Te devuelven el contrato y fin de tu carrera artística. Perdiste el dinero invertido y chau. Es así de duro, es así de sencillo.

Y yo no tengo ninguna gana de entrar en esa. O de que un ejecutivo de 30 años, por ejemplo, hijo del primo del tío de no sé quien, que por eso lo pusieron allí, pero el tipo no tiene idea de nada, menos de tocar la guitarra o escribir una canción, me diga lo que tengo que hacer. O peor aún, me exija hacerlo.

Por mí se van a cagar, así de simple.

Después, están los “despueses”: nunca serví para andar detrás de nadie, diciéndole “me gusta lo que haces, quiero tocar con vos, quiero grabar con vos, ¿me dejas que te ayude con los instrumentos?, ¿puedo acompañarte a tu próximo show? ¿Puedo acompañarte  a tal programada de radio? ¿O de de televisión?...” No. Nunca serví para eso.

Les pongo un ejemplo. Yo tenía 9 o 10 años, y jugaba a las bolitas en Puerto Tirol, allá en el Chaco, cantando “El rey lloró” o “la Balsa”. Evidentemente, entonces, grabar con Litto Nebbia, por poner un ejemplo, significó mucho para mí. Pero yo nunca anduve detrás de Litto para que él me invite a grabar, me edite un disco, me invitara a cantar o lo que fuera. Alquilé su estudio porque el me lo ofreció  -como debe ofrecérselo a todo el mundo, porque es su negocio-, y luego lo invité a poner unas teclas en un tema. Punto. Cuando nos vemos, nos abrazamos, nos preguntamos por nuestras cosas, y nos ponemos a charlar como si nos hubiéramos visto ayer. Y luego cada uno sigue con su vida. Porque así es como siento que debe ser. Sea Nebbia, Aute, Rafael Amor, Moris, o quien sea. Ellos tienen su vida, yo estoy viviendo la mía. Siempre lo tuve súper claro. Los admiro, y trato con respeto. Punto. Pero ellos son ellos y yo soy yo. No voy a andar hociqueando detrás de ellos –ni de nadie- para conseguir algo.

Me pasa también con otra gente, pero al revés: prefiero no conocerlos.

¿Otro ejemplo? Patricio Hermosilla Spaak, fantástico músico, excelente persona, lo conozco desde que tenía meses, es hijo de un querido amigo que ya no está, César Hermosilla Spaak.

Ahora bien, respeto a Patricio por lo que es, más allá del afecto, porque es músico. Y de los buenos. Si se hubiera dedicado al periodismo, al dibujo, por ejemplo, no podría compararlo con su padre. Jamás. Sencillamente porque no sería honesto con él. Infiero, lo mismo debe pasarle a cualquiera de los hijos de Paul Mc Cartney, por ejemplo. Imagínense un hijo suyo que quiera dedicarse a la música… ¿con quién lo vas a comparar? Es injusto, pero es así. Jamás podría compararlo con el padre. Por más que me dijeran: “Pero mira que el pibe escribe bien, toca bien, canta bien, escribe lindas canciones…” “¿Ah, si? No me jodas. Prefiero al padre…”

Es así. No hay vuelta de hoja con esto. No sería honesto si dijera lo contrario.

Cambio de tercio. Alguna vez, muchos años atrás, el “Conejo” José Luis García me dijo algo que siempre me quedó: “Ustedes estaban adelantados como 20 años cuando producían conciertos en el Chaco. Eso de organizar shows y obligarnos a poner un artista local como número previo, que hacía temas propios,  no lo hacía nadie en esa época, solamente los rosarinos y ustedes…”

Que bueno. Pa´ lo que sirvió. Pero fue divertido. Y además, fue conciente. Eso era lo bueno. Me pasa a mí aún hoy: voy a ver a un grupo, por ejemplo, y salen cantando… ¡en inglés! Un tema, dos, medio concierto, TODO el concierto… pero tío… estamos en España, en el 2012, ¿cómo vas a cantar en inglés? Un tema, tres, cuatro, vale, como homenaje, porque te gusta, lo que sea, pero, ¿todo el concierto? ¿No tienes nada que decir? ¿No tienes temas propios? “Es que nosotros hacemos blues…” ¿Y que?, me cachis. ¿No puedes hacer blues en castellano? ¿No escuchaste a Moris, a Manal, a Vox Dei?...” No, claro. Si estamos en España, claro. Pero, a ver, es sentido común. Porque, después pasa lo que pasa. “¿Sabes que es más aburrido que un concierto de blues…”, me dijo un querido periodista granadino hace unos años… No, le respondí. “¡Un festival de blues!”, me dijo. Tenía razón. Porque una cosa es una cosa, y otra es otra.

Es decir, no por tocar rock o blues, vas a ser menos aburrido que un “cansautor”. Hay rockeros entretenidos, y otros muy aburridos. Hay cantautores (o trovadores) aburridísimos, y otros que realmente valen la pena. Insisto: una cosa no quita la otra. Eso de las poses del rock, los tics, las formas de pararse, lo que dicen, lo que no dicen… No sé, debo estar volviéndome viejo, simplemente.

Es como esa gente que piensa que, para ser de izquierda, debes llevar barba, boina, fumar pipa y ser un tipo serio o aburrido, ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Ah, los estereotipos…

Cuando fumaba, mi madre siempre me decía: “Ay, hijo, ¿por que en vez de fumar, no te comes una onza de chocolate? ¿O algún otro dulce? Hasta el café es más sano que el cigarrillo…”, y yo le respondía: “Tenés razón. Pero yo me como el postre, me tomo el café, luego un chocolate, luego me fumo los cigarrillos que quiera, ¿sabes? Porque de la vida no quiero perderme nada, ni lo que sobra…”

Sigo pensado igual, aunque ya no fume. Detesto a los tibios, eso es lo que quería decir, y no me salía de entrada. Esos que le piden permiso a un pié para mover el otro. Esos que se callan la opinión cuando ven un lindo culo, y no lo dicen. O unas buenas tetas. Hasta otra.

 

© Mario Ojeda, Granada

 

 

0 comentarios