Blogia

marioojeda

A propósito de Sió, el último disco del cubano Alejandro Frómeta

A propósito de Sió, el último disco del cubano Alejandro Frómeta

 

A propósito de Sió, el último disco de Alejandro Frómeta

La siempre exquisita gentileza y amabilidad de un amigo cubano enviándome la copia íntegra de Sió, el último trabajo discográfico de Alejandro Frómeta (a la sazón, su ex compañero en el extraordinario dúo “Superávit”, de aquellos tumultuosos años de fines de los 80 en La Habana, Cuba, antes del exilio de ambos en Madrid, como Vanito Brown, Boris Larramendi, y varios otros, o Yusa en Argentina), además de permitirme escucharlo y apreciarlo, dio pié en mí para una serie de reflexiones que voy a reflejar en esta crónica.

En primer lugar, es un trabajo fantástico: súper bien grabado, tocado, cantado, arreglado, producido, todo perfecto, bah, con una atención al detalle – a los pequeños detalles, debería decir-, que quien esto escribe hace tiempo dejó de prestar. Y no es un juego de valores: sencillamente, uno elige hacerlo de determinada forma. Y lo de Frómeta va por ese lado. Puntilloso, trabajado, exquisito. Un concierto de Frómeta en directo debe ser cosa seria.

Pero, a la vez, y acá empiezan los peros para mí- y no se trata de un problema de Alejandro, sino, sencillamente mío-: no le encuentro motivo a hacer un disco hoy por hoy. Algunos me dirán que sí, que es una forma de presentarse. Otros, de poder mostrar nuestro arte. Otros, que es el único elemento de difusión que nos queda a los músicos independientes, es decir, traduzco, los marginados por la industria. No conozco a nadie que, pudiendo ser contratado por una discográfica internacional, elija ser “independiente”, “indie”, como le dicen ahora.

Uno es independiente porque ninguna compañía “major”, es decir, establecida, le dio pelota. Pero, no jodas,  siempre es mejor que te contrate la Sony, por poner  un ejemplo, te dé un anticipo de regalías a cuenta de futuros discos, como para quedarte tranquilo con que no vas a tener problemas para pagar la luz, el alquiler u otras cuestiones tan elementales como comer, por ejemplo. O ir al dentista.  Y que además te pague los pasajes a vos y a tus músicos para ir a grabar a Los Ángeles o a Londres, por ejemplo,  y ya de paso hacemos turismo, queda claro. Y que después, además de abundantes presentaciones de prensa y “show cases” varios, te consiga reportajes en radio y televisión, en revistas especializadas, en revistas del corazón, en donde sea. Y que además, por supuesto, te alquile una sala para ensayar con tus músicos, y luego abonen toda la producción de un concierto presentación de ese mismo puto disco en una sala de la capital (pongamos Madrid, o Miami por caso, ya que todos los medios de prensa están allí), y luego la posterior gira de conciertos, alquilándote, por decir algo, 20 salas en todo el territorio español, abundante cartelería profesional, de esas tamaño paño, que se pegan en las paredes, etc., etc., etc.

Como le dije cierta vez  a otro conocido músico cubano, cuando estuve cantando por allá, en marzo de 2009: “A mí trátame como un par, no me jodás. Yo nunca tuve detrás una compañía multinacional, ni un gobierno, ni un partido político difundiendo mis pedorras canciones. Así que, todo bien, quien disfrutó o disfruta de eso, “¡chapeau”!  Pero no me subestimes. Que es muy fácil hablar por boca de ganso…”

Y eso es lo que pienso de las producciones independientes que yo mismo a veces hago – aunque ya lleve 16 años sin editar un disco “oficial”-: no les veo sentido, ya no me ilusiona, ya no me interesan. Respeto a quien las hace, claro está. Respeto a quien se paga sus pasajes, sus horas de estudio, y se va a grabar a Nashville- caso Quique González, por ejemplo-. Y luego se auto edita, pagándose también la edición de ese disco, que, ahora sí, puede ser “distribuido” vía Pías Spain o quien sea. Que no lo haga yo, no significa que no respete a quien sí lo hace.

Pero no estoy dispuesto a pagar otra vez por grabar un disco, y menos uno mío.

Esto no quiere decir, tampoco, y me gustaría aclararlo, aunque suene redundante, que además de respetarlo, también pueda valorarlo y disfrutarlo, como disfruto ahora mismo del disco de Alejandro (este músico impresionante), mientras escribo estas líneas, o cualquier otro disco de cualquier otro cantautor, o como sea que le definan - algunos muy conocidos-, que a veces con toda amabilidad me regalan sus trabajos.

Los escucho, los disfruto, y me embronco muchas veces: ¡Cuánto talento desperdigado! ¡Cuánta gente apasionada haciendo cosas bellas y disfrutables! Cosas que, indudablemente, hacen la vida de algunas personas más llevadera. Que el mundo es mucho más bonito con canciones. Que sí. Que todo eso es verdad. Que el mundo sería mucho más triste sin bellas canciones.

Es sólo que a mí me duele. Me duele la apatía hacia trabajos talentosos y bellísimos como el disco de Alejandro, como las cosas bellísimas que escuché de “Superávit”, cuando tocaban juntos. Me duele la indiferencia de la gente. La mala leche de algunos. La imbécil posición de otros de decir “¿por qué voy a pagar para verte, si no te conoce nadie…?”

Lo siento, es más fuerte que yo. Con eso no puedo.

Será porque, a 30 años de haber dejado mi casa, mi ciudad, mi familia, mis amigos –como también tuvieron que hacer  Alejandro o Boris, o tantos otros-, aún sigo intentándolo, y tratando de malvivir de la música, aunque muchas veces no tenga ni para pagar el alquiler.

Pero es la vida que elegí, no voy a quejarme a estas alturas.

Consejo final: cuando tengan la posibilidad de ver en directo a una Yusa, a un Alejandro Frómeta, a un Boris Larramendi, a un Vanito Brown, a un Gerardo Pablo, a un Alejandro Santiago, a un Jorge Schellemberg, a un Rafael Amor, a tantos otros, dadle la oportunidad: paguen una entrada y siéntense a escucharlos. No se van a arrepentir.

© Mario Ojeda, Granada, febrero de 2013

Impresiones varias volcadas al papel

Impresiones varias volcadas al papel

 

Mi querida Sibila Camps me dijo una vez, allá por febrero o marzo de 1983, yo recién bajadito a Buenos Aires: “Creo que tu cabeza va más rápido de lo que puedes plasmarlo en canciones, quizás deberías escribir…” Ese ha sido un poco mi karma los últimos 30 años. Volvió a decírmelo hace un año, más o menos, Alberto Caleris, amigo cantautor, santafesino de Cañada Rosquín (como Carlos Porcel de Peralta y León Gieco, vaya yunta), quien ahora vive en Ecuador, pero quien cada tanto me visita en Granada. No creo venga a visitarme a mi, está enamorada de mi perra Luna, seguro.

A veces me asusta lo fugaz de la vida, sólo a veces. La insoportable levedad del ser, digamos. Pero he tenido conciencia de mi segura finitud allá por mis diecisiete años, ahora, con casi 51, me asusta menos. Me jode más, si, pero me asusta menos. Sobre todo, cuando gente cercana a uno, familiares o amigos, se van sin avisar, cosa que ocurre siempre. A la vez, es un hecho irreversible, que no se puede modificar. Es como lo vivido ayer, ni más ni menos. O el año pasado. O hace diez minutos, que así de turro es el tiempo. Pasa. Y ya cagaste, no hay vuelta atrás, no lo puedes recuperar. Por eso, desde hace mucho, escribo y grabo canciones. Ahí se quedan. Algún día, alguien las va  a escuchar. O no. Pero me van a sobrevivir. Seguro.

Lo bueno de saber vivir con lo justo es que no necesito demasiadas cosas para vivir feliz. Hubo un tiempo en que si, quiero decir, me hubiera gustado disponer de una cámara fotográfica hace 30 años, por ejemplo, como ahora, que hasta los móviles sacan fotos, y eso te permite conservar un instante, un momento, para la posteridad. Maravillas de ese milagro llamado fotografía. No tengo fotos con Baglietto, ni con Fito Páez, ni con Mario Corradini. Ni con Miguel Abuelo, o Juan Alberto Badía, ni con tanta otra gente querida que ya no está. Vaya mierda. Eramos tan pobres entonces. Tampoco es que ahora disponga de mucho más, pero… ¡tengo una cámara fotográfica! Así que suelo ir por la vida sacándole fotos a todo y a todos. Ahora tengo fotos con Aute, con el gordo Amor, con Paco Ibáñez, con Enrique Morente, con Rubén Juárez, con un montón de gente que admiro y saber quien soy. No es para andar faroleando tampoco. Es sólo para dejar constancia, digamos. Ayer  nomás, por ejemplo, debería haberme encontrado en Madrid con Beto Corradini, quien vino desde Italia a impartir unos de sus cursos de biomúsica, pero no pude ir. Así que el turro me puso un mail diciéndome: “Ya que no viniste, me zampé un desayuno bárbaro en el Museo del Jamón, en plena Puerta del Sol, y la segunda birra fue  a tu salud…” Que bueno es tener amigos…

Cuando algún salame me dice, por ejemplo,  “pero vos, ¿es cierto que tal cosa…?”, pelo una foto y le digo: “¿Ves?, acá estábamos en tal lado haciendo tal cosa…con fulanito de tal…”, lo conozco, claro, o lo conocía, pero no voy a andar faroleando con eso. Créeme. Y sino, mirá la foto, pero no me rompas los kinotos. Tampoco es que desee mostrar esas fotos que alguna gente se saca con los artistas, parado detrás de fulanito de tal cuando fulanito estaba hablando de cualquier otra cosa con otra persona, y te paras detrás y estiras el cuello como una jirafa, mano figuretti, para salir en la foto. No. Me refiero a documentar un momento compartido, en un almuerzo, tomando una cerveza y charlando amigablemente, o comiendo un asado, o en un estudio de grabación, o en algún escenario, por pedorro que este sea. No deja de ser un escenario.

Mi amigo Mariano Motter me decía por teléfono, hace pocos días: “Hace rato que no escribes…que, ¿te está faltando inspiración?...” No, le respondí. Tengo un montón de ideas en la cabeza, como siempre, felizmente, pero poco tiempo para plasmarlas. Y además, debo decirlo, estoy medio enojado. Si, cabreado. Porque pasa el tiempo, y vivo chocando contra las mismas paredes, contra las mismas miserias, contra la misma lucha de egos –y ojo que yo no soy un santo, pero trato de controlarlo-. Contra la misma falta de escrúpulos, contra las mismas mediocridades o incompetencias que me empujaron de irme de mi ciudad, hace ya treinta años. Y nada, eso. Que me jode. Que volví a chocar con ellas en Gesell, donde viví once años, en Mar del Plata, en Buenos Aires…

No es que yo sea perfecto, ni mucho menos. Pero siempre le eché huevos al asunto, ganas de trabajar siempre tuve, y sigo queriendo trabajar. Pero a veces me llena los huevos. Bah. Delirios de viejo, debe ser.

Lo bueno de la crisis económica mundial es que nadie tiene nada asegurado, y los que siempre tuvieron, por no tener, sufren más que los que nunca tuvimos mucho. O casi nada. Mal de muchos, consuelo de tontos. Algo así. No sé. Pienso –escribo- en voz alta, sin meditar demasiado lo que escribo.

Me gusta ser transparente… a muchos no les hace gracia, debo decir. Como cuando insisten en colgarse medallas, o tratan de venderte algo que, vamos, todos saben que no es así. Pero los tipos insisten. “Mi bar es una institución…”; “Mi guitarra suena mejor que la tuya…”; “Mi teatro es el que tiene mejor acústica…”; “Mi chiringuito es donde mejor ponen los mojitos…” Que pelotudez. No me importa flaco. De verdad, no me importa. Si cantás en el Carnegie Hall, si sales en los diarios o lo que fuera. Lo digo de verdad. No me importa. Solo quiero vivir en paz y ser feliz. Hace mucho olvidé los sueños de gloria, o de querer ser famoso y millonario.

Se lo decía hace un tiempo a una piba trovadora amiga: “yo podría hoy irme a Madrid, y grabar un disco con fulano y mengano… y zutano también… ” Ella me miraba con ojos asombrados. “Pero me da pereza. No tengo ganas…”  Más asombro. No lo digo desde la vanidad. Sino, desde la pereza. Desde el no tener dinero para tomarme una semana y tener que andar llamando. Sobre todo, eso. Andar llamando a mengano o zutano. Que se yo. “Porque no me han visto, lamer la coyunta. Ni andar hociqueando, pa´ hacerme de un peso. Porque a todos ellos le han puesto la marca, y tienen envidia de verme orejano...”, como decía el poema de Serafín García que inmortalizó Jorge Cafrune. Lo digo de verdad. No es pose.

Me da pereza y no tengo ganas de gastar un pastón en grabar un disco como se debe, en un estudio de verdad. No. Prefiero gastarme ese dinero en viajar, por ejemplo, que me llena el alma de mariposas. Se lo dije a un amigo de Resistencia hace poco, ilusionadísimo él porque “¡por fin estoy grabando mi disco! Voy a  gastarme una pasta, pero van a tocar fulano, zutano…”, y yo le dije, al paso, y sin anestesia: “Y después, ¿Qué? ¿Vas a gastarte otra pasta en la edición?, ¿otro montón de pasta en la distribución, y un montón más grande mosca aún en la promoción y difusión radial de tu disco? Porque, sino, lo haces, no se va a enterar ni el potito. Eso, sin contar con que nadie compra discos ya, así que, ¿te merece la pena semejante gasto?...” Se quedó mudo, claro, estuve un poco brusco. Pero es lo que siento, no puedo ir contra eso.

Es lo que ocurre hoy. Por eso los conocidos de antes, son más conocidos ahora. Las pocas discográficas que aún sobreviven, invierten dinero en difusión de artistas ya conocidos, es decir, los hacen más conocidos aún. Por eso suenan los Juanes, los Shakira, los Alejandro Sanz, los Sabina, los Serrat… y ojo: los difunden, los posicionan. Pero eso no implica que vendan discos. Lo que ocurre es que hace tiempo ya que las discográficas van prendidas en un porcentaje de los conciertos, entonces, cuántos más conciertos tengan Serrat y Sabina, por ejemplo, más dinero se gana, independientemente de que vendas más o menos discos. Que ya no se venden, insisto.

Pero les da lo mismo. Porque, además, ellos mismos están presionados por la necesidad. Es decir, la permanencia (o no), de cualquier ejecutivo de una discográfica, depende, cada vez más y día a día, de lo que se venda en cada lanzamiento. Es decir: si se alcanzan  los objetivos, bueno, tienes trabajo hasta el próximo disco o lanzamiento. ¿No se alcanzan los objetivos de mínima? A la puta calle, es así de sencillo. Nadie tiene tiempo para esperar. Nadie edita a un nuevo artista, y le dice, por ejemplo. “Tranquilo, arrancaste bien, vamos a ver si subimos un poco con el segundo disco, y luego, ya con el tercero, te posicionas…”, como era hace 20 años. No. Ahora te editan un disco, si vos mismo consigues los auspiciantes que pongan el dinero para justificar la edición, te dan un mínimo pautado, y si no picas, sino arrancas vendiendo mucho, alpiste. Te devuelven el contrato y fin de tu carrera artística. Perdiste el dinero invertido y chau. Es así de duro, es así de sencillo.

Y yo no tengo ninguna gana de entrar en esa. O de que un ejecutivo de 30 años, por ejemplo, hijo del primo del tío de no sé quien, que por eso lo pusieron allí, pero el tipo no tiene idea de nada, menos de tocar la guitarra o escribir una canción, me diga lo que tengo que hacer. O peor aún, me exija hacerlo.

Por mí se van a cagar, así de simple.

Después, están los “despueses”: nunca serví para andar detrás de nadie, diciéndole “me gusta lo que haces, quiero tocar con vos, quiero grabar con vos, ¿me dejas que te ayude con los instrumentos?, ¿puedo acompañarte a tu próximo show? ¿Puedo acompañarte  a tal programada de radio? ¿O de de televisión?...” No. Nunca serví para eso.

Les pongo un ejemplo. Yo tenía 9 o 10 años, y jugaba a las bolitas en Puerto Tirol, allá en el Chaco, cantando “El rey lloró” o “la Balsa”. Evidentemente, entonces, grabar con Litto Nebbia, por poner un ejemplo, significó mucho para mí. Pero yo nunca anduve detrás de Litto para que él me invite a grabar, me edite un disco, me invitara a cantar o lo que fuera. Alquilé su estudio porque el me lo ofreció  -como debe ofrecérselo a todo el mundo, porque es su negocio-, y luego lo invité a poner unas teclas en un tema. Punto. Cuando nos vemos, nos abrazamos, nos preguntamos por nuestras cosas, y nos ponemos a charlar como si nos hubiéramos visto ayer. Y luego cada uno sigue con su vida. Porque así es como siento que debe ser. Sea Nebbia, Aute, Rafael Amor, Moris, o quien sea. Ellos tienen su vida, yo estoy viviendo la mía. Siempre lo tuve súper claro. Los admiro, y trato con respeto. Punto. Pero ellos son ellos y yo soy yo. No voy a andar hociqueando detrás de ellos –ni de nadie- para conseguir algo.

Me pasa también con otra gente, pero al revés: prefiero no conocerlos.

¿Otro ejemplo? Patricio Hermosilla Spaak, fantástico músico, excelente persona, lo conozco desde que tenía meses, es hijo de un querido amigo que ya no está, César Hermosilla Spaak.

Ahora bien, respeto a Patricio por lo que es, más allá del afecto, porque es músico. Y de los buenos. Si se hubiera dedicado al periodismo, al dibujo, por ejemplo, no podría compararlo con su padre. Jamás. Sencillamente porque no sería honesto con él. Infiero, lo mismo debe pasarle a cualquiera de los hijos de Paul Mc Cartney, por ejemplo. Imagínense un hijo suyo que quiera dedicarse a la música… ¿con quién lo vas a comparar? Es injusto, pero es así. Jamás podría compararlo con el padre. Por más que me dijeran: “Pero mira que el pibe escribe bien, toca bien, canta bien, escribe lindas canciones…” “¿Ah, si? No me jodas. Prefiero al padre…”

Es así. No hay vuelta de hoja con esto. No sería honesto si dijera lo contrario.

Cambio de tercio. Alguna vez, muchos años atrás, el “Conejo” José Luis García me dijo algo que siempre me quedó: “Ustedes estaban adelantados como 20 años cuando producían conciertos en el Chaco. Eso de organizar shows y obligarnos a poner un artista local como número previo, que hacía temas propios,  no lo hacía nadie en esa época, solamente los rosarinos y ustedes…”

Que bueno. Pa´ lo que sirvió. Pero fue divertido. Y además, fue conciente. Eso era lo bueno. Me pasa a mí aún hoy: voy a ver a un grupo, por ejemplo, y salen cantando… ¡en inglés! Un tema, dos, medio concierto, TODO el concierto… pero tío… estamos en España, en el 2012, ¿cómo vas a cantar en inglés? Un tema, tres, cuatro, vale, como homenaje, porque te gusta, lo que sea, pero, ¿todo el concierto? ¿No tienes nada que decir? ¿No tienes temas propios? “Es que nosotros hacemos blues…” ¿Y que?, me cachis. ¿No puedes hacer blues en castellano? ¿No escuchaste a Moris, a Manal, a Vox Dei?...” No, claro. Si estamos en España, claro. Pero, a ver, es sentido común. Porque, después pasa lo que pasa. “¿Sabes que es más aburrido que un concierto de blues…”, me dijo un querido periodista granadino hace unos años… No, le respondí. “¡Un festival de blues!”, me dijo. Tenía razón. Porque una cosa es una cosa, y otra es otra.

Es decir, no por tocar rock o blues, vas a ser menos aburrido que un “cansautor”. Hay rockeros entretenidos, y otros muy aburridos. Hay cantautores (o trovadores) aburridísimos, y otros que realmente valen la pena. Insisto: una cosa no quita la otra. Eso de las poses del rock, los tics, las formas de pararse, lo que dicen, lo que no dicen… No sé, debo estar volviéndome viejo, simplemente.

Es como esa gente que piensa que, para ser de izquierda, debes llevar barba, boina, fumar pipa y ser un tipo serio o aburrido, ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Ah, los estereotipos…

Cuando fumaba, mi madre siempre me decía: “Ay, hijo, ¿por que en vez de fumar, no te comes una onza de chocolate? ¿O algún otro dulce? Hasta el café es más sano que el cigarrillo…”, y yo le respondía: “Tenés razón. Pero yo me como el postre, me tomo el café, luego un chocolate, luego me fumo los cigarrillos que quiera, ¿sabes? Porque de la vida no quiero perderme nada, ni lo que sobra…”

Sigo pensado igual, aunque ya no fume. Detesto a los tibios, eso es lo que quería decir, y no me salía de entrada. Esos que le piden permiso a un pié para mover el otro. Esos que se callan la opinión cuando ven un lindo culo, y no lo dicen. O unas buenas tetas. Hasta otra.

 

© Mario Ojeda, Granada

 

 

Conversaciones con mi odontólogo

Conversaciones con mi odontólogo

Acabo de llegar del dentista, adonde fui a sacarme una muela. Y ya que no puedo cantar, ni grabar: escribo. Por cierto, mi odontólogo es rockero: toca la guitarra.

Empezó con un Marshall y una Telecaster México. Después, se compró una  Gretsch, de las grandes, de verdad, digamos. Y ahora la vendió y se compró una Gibson les Paul Custom, la negra: ahí es nada.

Siempre me pregunta por mis shows: “¿Y, Mario? ¿Cómo van esos conciertos? ¿Cuándo vas a ser tapa de la Rolling Stone…?”, me dijo hoy al recibirme. Sonreí, y le dije: “¡Pero eso no es difícil! ¡Sólo hace falta dinero!...”

¿En serio?, me dice… ¿acaso Lady Gaga o Amy Weinghouse pagan por salir en la Rolling Stone española?...” Me reí otra vez: “Ellas no, claro. Ya inviertieron bastante en ellas sus compañías discográficas. Y luego, como desde acá se mira para allá, van directamente a la tapa. Pero, además –volví a insistir-, Lady Gaga en la tapa vende mucho más que Mario Ojeda o Juan Pelota, por eso las ponen… “Que mundo ese de la música, ¿no, Mario?...” me dijo.

Sonreí otra vez… “Es cruel, si. Pero, en el fondo, no es más que un gran negocio. El problema es cuando se confunden los tantos. Una cosa es la música. Otra, el negocio de la música. O el de los intermediarios, que es peor. Basta con ver lo que pasa con la SGAE…”, le dije, anticipándome unos días a lo que saltó después, aunque era un secreto a voces los mal manejos y desmanejos –o manejos en beneficio de unos pocos-, de una gente acostumbrada a vivir del trabajo de los demás.

Pero esto, lamentablemente, ocurre en todos los ámbitos. En los que fabrican instrumentos, en los que hacen zapatillas… no deja de ser un neo capitalismo encarnizado, y pareciera no haber vuelta atrás, no al menos por el momento.

Ayer nomás, leía una pequeña columna que escribía un periodista, ahora no recuerdo el nombre, en el periódico “20 minutos”: El tipo planteaba más o menos lo mismo que vengo sosteniendo dede hace años. Hoy por hoy, cualquiera puede grabar un disco en su casa, con un buen ordenador, un par de micrófonos, y otras tantas guitarras. Ahora, quiénes deciden quiénes se escuchan y quiénes no, siguen siendo cuatro gatos. Los dueños de las discográficas, los dueños del kiosco, en suma. Ellos son quiénes disponen cuánto dinero se invierte en difusión de una Shakira, de un Juanes, de un Alejandro Sanz, de un Sabina, o quien sea.

A los clásicos, se les respeta. Algunos de ellos, todavía tienen un público fiel, que consumen sus conciertos, y a veces hasta compran algunos discos (Serrat o Luis Eduardo Aute, por nombrar a los dos primeros que me vienen a la cabeza…)

Pero, trascender, lo que se dice trascender, trascienden muy pocos. Y de esos pocos, menos son aún artistas noveles. Y la razón es muy sencilla: cuesta mucho dinero imponer comercialmente a un nuevo artista. Es mucho más cómodo (y barato y rentable), difundir a un artista ya establecido, conocido, digamos, que invertir en desarrollar un artista nuevo.

¿Conclusión? Los que siguen teniendo éxito son los mismos 20 gatos de siempre. Ocurre en España, en México, en Argentina, en todos lados. No es una cuestión de talento. Es una cuestión comercial, y punto pelota. Para un ejecutivo exitoso de una discográfica, lo que vende –discos- tiene el mismo valor que un perfume o un desodorante: es un producto. Se trata de vender la mayor cantidad posible de copias de ese producto. No les importa el hecho artístico. Nunca les importó. Es sólo que, años atrás, entre toda esa gran masa de productos discográficos que invadían el mercado, siempre había lugar para alguna perla: Los Beatles, Sinatra, Elvis o quien sea.

Ahora ya no. Con la masificación, vino el bastardeo. Ya no importa lo que se vende, ni cómo se vende. Importa, sencillamente, cuanto se vende.

El error, otra vez, es pensar, ingenuamente, que eso se puede combatir desde afura. “Yo no entro en esa”, como dicen algunos. “Yo grabo mis discos, y luego los vendo en mis conciertos, y ya”. Y no es que esté mal. Pero así jamás vas a trascender, macho. Jamás podrás aspirar a vivir de la música.

Podrás vivir de la docencia. De enseñar a tocar la guitarra o a cantar. Ingresarás algún dinero mensual –escaso- por la venta de esos discos. Pero no mucho más. Deberás seguir trabajando en otra cosa para vivir.

Como decía una vez el viejo Lemmy, de Motorhead: “El único país del mundo donde puedes vivir realmente la historia del rocanrol, es Estados Unidos. No es Inglaterra, no es España y, definitivamente, no es la Argentina ni Latinoamérica…” Y tenía razón. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat alguna vez.

Hace unos días, Henry Kissinger, el viejo turro, decía en una conferencia en China: “En la época de la revolución industrial, Inglaterra vendía maquinaria pesada al resto del mundo, y por eso dominaban el mercado, era los líderes del mundo. Hacia 1947, con el plan Marshall, todo el mundo le debía dinero a Estados Unidos, y eso les sirvió para convertirse en potencia dominante. Hoy por hoy, y aunque este cambio será gradual, China se está conviertiendo en el mayor acreedor del mundo. Es decir, tienen todo lo necesario para convertirse en el próximo lider mundial hacia el 2050…”

Quizás sea cuestión, nomás, de aprender a hablar en chino. O casarse ya mismo con una mujer china, aunque yo esté ya un poco mayor para ello, y no voy a llegar a verlo. Digo, supongo, estimo, no sé.

Mientras tanto, no tengan dudas, seguiré tocando la guitarra y escribiendo canciones, que de eso se trata. Bastante más jodido sería un mundo sin canciones, asi que yo tengo que hacer la parte que me toca.

Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 5/7/2010

Sobre aciertos y deslices

Sobre aciertos y deslices

Decía cierta vez el siempre recordado Oscar “Ringo” Bonavena, un boxeador peso pesado argentino que llegó a pelear y poner en aprietos a Cassius Clay, allá, por 1970. “Miren si será jodido este oficio que, cuando se apagan las luces, te dejan sólo fente a un negro que te quiere matar a puñetazos… y hasta el banquito te sacan del rincón, como para que no puedas escapar. Así que no te queda otra: sales a matar o morir…” Salvando las distancias, siempre sostuve que, con la música, ocurre más o menos lo mismo: en el momento en que se apagan las luces, te quedas solo frente al público, frente al “monstruo”, como le dicen en Viña del Mar, y allí se acaban las palabras, los reportajes, las notas de prensa, el dinero invertido en publicidad… allí se acaba todo: tienes que ganar o perder, con tus propias armas. Cuando uno escribe una canción, antes o después, termina exponiéndose. No importa si es una canción de amor a tu mamá, a tu novia, al perro (o perra) de la vecina, o lo que sea: estás ahí, solo frente al monstruo. Y las palabras se terminan, lo mismo que las excusas. A ésta altura de mi vida, la verdad, no es esto la parte que más me preocupa. Bah, nunca me preocupó, en verdad: siempre me sentí seguro de lo que hacía, sino, aún estaría en Resistencia, actuando 4 o 5 veces al año en algún bar, trabajando en otra cosa para vivir. No, me joden las excusas de los demás. Hay un punto, reitero, en que se apagan las luces, y uno tiene que pelar. Demostrar cuán capaz es. Y me hinchan sobre manera la paciencia esos pseudo artistas que, precisamente, cuando se apagan las luces, tocan mal, fuera de tiempo, equivocándose los acordes, cantando a veces afinado y otras no tanto –o mal, directamente-; los que, cuando ellos suben, te dicen “acompañame…”, pero no te pasaron los acordes, y uno pela, y zafa, claro que zafa, porque son mucho años ya haciéndolo, y uno tiene el oficio, o siempre tuvo con qué, y recurre al oído, o a poner caras, lo que sea, pero zafa. Ahora, eso sí, cuando ocurre al revés, y es el otro, el “artista”, el “consagrado” quien debe seguirte, automáticamente ves como el tipo deja de tocar, cuando no apoya directamente a su lado la guitarra, y te mira con aire condescendiente, como haciendo que te escucha cantar, y en verdad, su mente está a kilómetros de allí, o al menos a unos cuántos metros, en la taquilla, pensando “¿cuánto dinero habré ganado hoy?...”, mientras quien tiene que esmerarse y ganarse al público con la mierda que hace, es uno, que al otro no, que no le hace falta, porque ha tenido difusión radial y publicitaria durante años, y aún la tiene. Menos, pero la tiene. Entonces, sus canciones se conocen, y la gente las canta con él, o al menos las escucha, si son nuevas, porque el tipo ya tiene un nombre ganado, cosa que, obviamente, no es tu caso. Esas cosas me tienen las bolas llenas. ¿Saben cuán larga es la lista de tipos “conocidos” que he tratado en estos 35 y pico de años de andar dando vueltas con mi guitarra y cantando por ahí? Sin embargo, uno tiene que seguir peleando por ganarse un lugar, porque reconozcan tu oficio, porque, al menos, te respeten. Y a veces me aburro, y quiero mandarlos a cagar. A todos: a los conocidos, a lo que no, a los que empiezan; a los que dicen ser, pero son incapaces de seguirte en un triste blues de 12 compases pedorros… pero, digo, pienso, pregunto..¿Por qué no se van a cagar? En fin. Que a veces quiero ser un poco más diplomático, ¿eh? Pero no me sale. Quiero, insisto, pero no puedo. “Porque no me han visto, lamer la coyunda, ni andar hociqueando para hacerme de un peso…”, como cantaba el “Turco” Cafrune en su siempre recordada versión de “El orejano”, del uruguayo Serafín García, “porque a todos ellos le han puesto la marca, y tienen envidia de verme orejano…” Esta historia de pretender vivir de la música tiene sus bemoles, ¿eh? Siempre lo supe, en cualqueir caso, no me estoy lamentando por eso. En todo caso, sirvan éstas líneas como consejo o recomendación para la gente que está empezando ahora, o empezó hace unos años, como mi propia hija, que quiere ser artista, y yo no puedo cambiar su sentir, y medio en broma, medio en serio, le digo siempre. “Búscate un trabajo estable, de 9 a 5, y deja la guitarra para tus ratos libres, porque te vas a morir de hambre con esto…” Y es cierto, además, pero ella eligió. Yo ni siquiera le enseñé jamás un acorde, menos puedo ahora, por más que intento, hacerla cambiar de opinión. Porque la verdad es esa: no hay vuelta atrás. El arte es una necesidad vital. Para los verdaderos artistas, claro. Y, al fin y al cabo, ¿quién soy yo para determinar quién lo es o quien no? Puedo tener mi opinión, claro. Y es una opinión válida, por un lado, ycon cierta perspectiva, por otro: son muchos años de venir haciéndolo. Pero eso no me hace mejor. No. Me da derecho a opinar, simplemente. Quiero decir, uno escucha cantar a alguien, muchas veces. Y algún amigo o conocido viene y te pregunta. “Y, ¿Qué te pareció?...” Si respondés: “horrible”, quedás como un maleducado. Si decís, “está bien, pero aún le falta madurar…”, quedás como un soberbio. Así que muchas veces, la mayoría, si alguno –que no te conoce mucho- te pregunta esto, uno suele reponder. “lindo, si, bueno, algunas cosas canciones me gustaron más, otra menos…”, con lo cual, ciertamente, pecas de hipócrita pero al menos con cierta dignidad, y no te mojas demasiado. Porque aparte, y no jodamos que ésto es cierto, muchas veces uno escucha a un pibe cantar, por ejemplo, y te resulta una porquería. Pero, de golpe, pasan 4 o 5 años, y el destino te lo vuelve a cruzar, y resulta que ahora el pibe ahora canta fenómeno, toca muy bien, y así, porque se preocupó por estudiar y mejorar, entonces, insisto, ¿quién es uno para ponerse a jzgar a los demás? La verdad es que, a ésta altura, y sin pretender pecar de soberbio, solamente me interesa lo que yo hago. Escucho a veces otras cosas, claro está, gente que me impactó en mi adolescencia, qué se yo: los Creedence, Los Zeepelin, Beatles, Elvis o quien sea pero, a la hora de la verdad, suelo responder lo mismo que me dijo el gran Moris a mí, cuando grabamos un par de canciones juntos, allá por 1996: “Yo no escucho música, Mario, yo hago música, que es una cosa muy distinta...” Y en eso estoy, simplemente. Hasta la próxima vez. © Mario Ojeda, Granada, 26/6/2011

Acerca de lo necesario y lo redundante

Acerca de lo necesario y lo redundante

El acceso a determinada información, muchas veces, suele hacernos perder la perspectiva de las cosas. O, para decirlo mejor, demasiada información, a veces, resulta problemática o redundante. Con los elementos para trabajar, por ejemplo, suele ocurrir exactamente lo mismo. No sé al lector, pero a quien esto escribe, le ocurre esa sensación cada vez que entra a una casa de música, a una librería o a una ferretería, por ejemplo. Dicho de otro modo… ¡quisiera comprar todo lo que veo! Pero, la verdad verdadera, digamos, es que normalmente uno no necesita ni siquiera el 10 % de lo que ve. Pasa con las herramientas, con los artículos de librería –a mi me puede el “olor” de las librerías, es como oler una guitarra nueva, sobre todo si es acústica, ese olor a la madera, al barniz…-, y pasa también, obviamente, con las guitarras o instrumentos necesarios para hacer música. Como esa gente, colegas, músicos amigos, que sufren de GAS (síndrome de adquisición compulsiva, las siglas en inglés), que no pueden parar de comprarse guitarras, o pedales de efectos, o lo que fuera.

A mi me pasa, en ese caso, excatamente al revés. No sufro de GAS, felizmente, porque nunca tuve ni siquiera para comprarme una guitarra decente. Y ahora que puedo, aunque sea a crédito, ya no me interesa. Además, suelo generar con ellas una relación casi “matrimonial”, digamos, y cada vez que toco mucho tiempo con alguna –para ensayar, para grabar, o lo que sea-, suelo agarrar otra luego para acariciarla mientras tomo unos mates, o miro televisión, por ejemplo, porque sino, siento que las estoy abandonando, o traicionando. Me pasa esto, incluso, con las personas: suelo escribir o llamar por teléfono a gente con quien hace mucho no hablo, simplemente para decirles que les quiero, o que suelo pensar en ellos porque, además de ser verdad, no me causa ninguna gracia la idea de que, siquiera, puedan llegar a inferir que no me importa saber nada de sus vidas. Porque no es cierto. Porque tengo memoria. Y sobre todo porque, como siempre decía mi quería tía Lilián, “la capacidad de amar es infinita”. Es decir, no es que uno se queda sin resquicio de cariño por tener amigos nuevos. No, uno los quiere, pero también sigue queriendo y extrañando a sus viejos amigos…

Ahora que lo pienso, lo mismo me pasa con las mujeres, pero… ¡no se lo cuenten a nadie! No, en serio, el hombre no es monólogo por naturaleza. Nunca lo fue, ni lo será. Y ojo que digo “hombre” en carácter genérico –pueden reemplazar esa palabra por mujer, si así lo prefieren-. Es decir, a ellas también les pasa. Ocurre que uno debe elegir, y entonces elige: elige quedarse en casa mirando televisión en vez de salir a tomar algo por ahí. O elige salir a cenar, en vez de ir al cine –o viceversa-. Y elige permanecer fiel a su matrimonio o pareja por una cuestión de pura elección, o convencimiento, y no porque la sociedad así lo indique. No sé a que venía esto… ah, si.

Bueno, que cada uno es lo que es, al fin y al cabo. Esto es lo que qería decir. En mi caso, por ejemplo, llevo ya 33 años escribiendo canciones, y casi cuarenta con la guitarra a cuestas. Algo debería haber aprendido pero, en cualquier caso, esto, lo que hago, es lo que soy. No puedo negarlo. Ya no puedo cambiarlo. Ya no me interesa cambiarlo, o hacer cualquier otra cosa. El año pasado, por ejemplo, estaba con mi hijo Gonzalo visitando a un amigo en Barcelona quien, por cierto, es un payaso. En el buen sentido del término. Es decir, es “clown”. Hce malabares, magia, humor, equilibrio en monociclo, anima fiestas infantiles, y también presentaciones de productos, para mayores, suele ser contratado mucho por empresas de telefonía, o empresas en geenral para sus fiestas de fin de año, anima fiestas privadas, etc.

Hablando de esto mismo, me decía -entre risas- que un tiempo atrás había ido a cenar a casa de una de sus novias, y en lo mejor de la velada, el padre de la novia le preguntó. “¿Y vos, a que te dedicas?..” Bueno, soy payaso, trabajo de clown, respondió. Animo fiestas, me contratan empresas privadas, también de ayuntamientos…”, a lo que su “suegro” en ese momento, respondió. “Si, que está bien. Pero, ¿qué vas a hacer después en la vida?...”

Mi amigo, extrañado, después de un silencio que le pareció eterno, respondió: “No, la verdad no lo pensé…”, contaba había respondido. Es decir, no es que no lo haya pensado, me decía. Micabezadaba mil vueltas porque, simplemente, esto es lo que soy, esto es lo que yo hago. A un médico, por ejemplo, cuando se recibe, nadie le pregunta “después que va a hacer de su vida”. No. Es médico, y punto. Ese es su oficio, su profesión. Yo he actuado en Bagdad en el 2003, apenas un mes después de la guerra, porque pertenezco a “payasos sin fronteras”, una organización en la cual, precisamente, hacemos eso: viajamos a lugares con problemas para tratar de llevarle un poco de alegría a la gente. Vivo en Barcelona, y vivo de mi oficio. A veces mejor, a veces peor. Pero esto es lo que soy. Llevo más de veinte años haciéndolo. He estado en distintas partes del mundo, trabajando en la calle, pagándome así viajes, estadías. Pero… ¡nunca nadie me había preguntado que iba a hacer “después” con mi vida!...”, me contaba entre risas.

Y es que las cosas funcionan así, ciertamente. Como siempre digo, “solamente los que triunfan son creíbles”. No importa a que te dediques. Puedes ser cantante, empresario, payaso o puta –o puto, que más da-. Si eso te hace famoso y puedes ganar un dinero importante, hagas lo que hagas, y si esto te da para vivir con holgura, entonces, nadie te pregunta con demasiada insistencia a que te dedicas. Ahora, que si sos anónimo, o vives al día, ahí cagaste, macho, esa pregunta vendrá más tarde o más temprano, pero vendrá.

No importa que lleves 20 o 30 años desarrollando un oficio “no convencional”, digamos. No importa si has formado una familia, si tienes hijos o no, si te las arreglaste para vivir con cierta dignidad hasta el presente. No importa si en ese tiempo podrías haberte recibido o titulado en cuatro “carreras tradicionales”, por decirlo de algún modo. Lo que importa es, “tanto tienes, tanto vales”. O mejor aún, “tanto debes, tanto vales”. Porque si dices, por ejemplo, “me compré un departamento”, todo el mundo te felicita, no importa si te gastaste todos tus ahorros para la entrega, el piso en cuestión ahora es del banco que te dió el crédito, y ahora estás agarrado de por vida, debiendo una pasta más unos terrible intereses. No. Eso no importa. Lo que importa es lo que los otros piensen de vos.

Cosa que me tiene absolutamente sin cuidado a ésta altura, por si no quedó claro aún. Y no sé porque empecé hablando de guitarras…

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 4/5/2011

Filosofía barata

Filosofía barata

Como charlaba días atrás con un amigo, también músico él: “el asunto pasa por saber que harías en el hipotético caso de que ganaras la lotería…” Yo sé perfectamente que haría, dijo él: “me pondría un bar musical, para darle trabajo a tantos músicos, y además, tocar yo, claro…” Mirá vos, le dije: “Si yo ganara, cosa bastante improbable porque no juego, mandaría todo a la concha de la lora. Me dedicaría a producir conciertos de gente que me gustase a mi, nada más. Siempre pensando en ganar dinero, asi de sencillo…” Pero, ¿y tus sueños?, me preguntó él, extrañado. “Siguen estando ahí”, le respondí. “Pero como a nadie le importan mis sueños ahora, ni hace 20, o 30 años, pues a mí tampoco me va a importar nada después. Te digo más: los sueños de los demás, tampoco me importan ahora. Ni los míos…” ¡Uf!, me dijo: ¡que optimista estás hoy! Sonreí, y le dije: “Mirá, un optimista, no es más que un pesimista resignado. Eso es lo que yo soy, ni más ni menos. No me estoy quejando. Siempre traté de ver las cosas con cierta perspectiva. Cada uno de los tipos con los cuáles traté los últimos 30 años, acabo de darme cuenta que sólo pensaban en ellos. Es decir, cada uno se rascaba donde le picaba. ¿Por qué voy a preocuparme yo por ellos ahora? En todo caso, lo haría por gente más joven, a quien pudiera tirarle un cable, si, pero hasta ahí. Porque, además, ¿de que sirve? Mirá, hace 30 años, uno grababa un casetito, y con eso y una carpetita con fotocopias de sus reportajes, o notas de prensa, o algo así, te recorrías los bares, y siempre conseguías algún lugar en donde te pagaban por tocar. Poco, pero al menos te pagaban. Eso no funciona más así. Lo mismo con las discográficas: las recorrías, y siempre existía la posibilidad - o tenías la esperanza, al menos-, que alguna pudiera ofrecerte un contrato de grabación. En esa época, tener un disco era, sencillamente, la diferencia entre tener difusión o no, trabajar profesionalmente o no. Hoy, eso tampoco ocurre más así: cualquiera puede grabarse un disco en su casa, y luego editarlo. El cuentapropismo reducido a su máxima expresión, digamos. Y todos andan dando vueltas con sus disquitos, pero nadie tiene una buena distribución –cosa que, además, es al cohete porque nadie compra discos-. Y mucho menos una promoción, porque eso cuesta dinero. Entonces, los que suenan en las radios son siempre los mismos…”

Mi amigo se quedó callado, pensando. Y antes de dejarle hablar, seguí con mi filosofía barata un poco más: “Te doy otros ejemplos para que entiendas lo que quiero decir. ¿Sabes quien es Spinetta?, le pregunté. ¡Claro!, respondió. Es un maestro… Bueno, mirá, Shakira nació en 1977.  Es decir, cumplió 20 años en 1997, y Spinetta lleva ya casi 40 años siendo quien es porque, además, Luis tuvo la suerte de grabar y ser editado por la RCA allá por 1970. ¡Y encima pegaron “Muchacha”, entre otras canciones! Es decir que, para el gremio discográfico, digamos, Spinetta es Spinetta desde hace un montón de tiempo. Sin embargo, Shakira es, con mucho, más popular que él. Es más: ¡su hijo con los Illa Kuyaki & Valderramas fue más popular que él! Por eso Luis, más allá de alguna rara ocasión en la cual toca en algún festival o algo así, suele tocar en reductos más bien reducidos. Bueno, ¡al menos puede tocar y vivir de eso! Pero, la pregunta es: ¿y los demás? Si esa especie de “anonimato” alcanza a Luis, ¿Qué queda para el resto? E insisto: no me estoy quejando, man. Estoy tratando de ser racional, analítico, digamos. Entonces, si yo me ganara la lotería, que es el caso hipotético que estamos plantendo, no se me ocurriría invertir dinero en “hacerme conocer” en Argentina. Bah, ni siquiera lo intentaría en Buenos Aires. Digamos, yo vivo en España. A lo sumo, me aseguraría de afianzar mi trabajo musical acá, que es donde resido. Sería muy tonto de mi parte, por mucho dinero que tuviera, de gastarlo tratando de cambiar el curso de las cosas, es decir, esos monopolios económicos o de intereses mediáticos, para los cuáles, si no sos parte de ellos, estás enfrente, o no existís, directamente. Y esa es la razón por la cual, en Argentina –y en menor medida en España, pero también pasa acá, ojo-, los que tocan en los grandes festivales, los que salen en las revistas, los que tocan en la televisión, los que suenan en las radios, etc., son siempre los mismos. Porque son los 8 o 10 grupos que están dentro del sistema. El resto, los cientos o miles restantes, son los giles que mantienen funcionando el sistema, para decirlo en argentino. Son los que compran guitarras, equipos, los que mantienen las casa de música, los que alquilan salas para ensayar o tocar, los que compran entradas carísimas para ver grupos que los cuatro empresarios de siempre traen de afuera –o de adentro, que es lo mismo-. Los que se fagocitan y dejan la vida manteniendo un grupo diez o doce años, sin poder sacar la cabeza a flote, malviviendo para después ofrecer algún “concierto de despedida” y, si pueden, grabar en CD o DVD para la posteridad –cosa que a nadie importa tampoco, excepto a familiares y amigos cercanos-. Esos son los que mantienen el sistema, pero… ¿qué tiene eso que ver con el oficio de? Poco y nada, en verdad. El arte es una cosa, la subsistencia otra, obviamente. Es decir, podés hacer arte por placer, claro está, pero no era eso de lo que estábamos hablando, ¿no?…

Mi amigo, a ésta altura, me miraba serio y ya preocupado, volvió a insistir: “Pero, entonces, ¿no hay salida?...” ¡Nada que ver!, respondí sonriendo. Como decía cierta vez Pete Townshed, el guitarrista de The Who: el negocio de la música es una torta muy grande para repartir. Se trata, sencillamente, de que puedas encontrar el espacio para decir tus cosas. Que puedas vivir de ello, es otro cantar. Pero eso no quiere decir que no puedas o no debas intentarlo. Y además, ¿quién te quita lo bailado? Pero, eso sí, lo que no puedes, o lo que no deberías hacer, mejor dicho, es apostar todas tus fichas a un solo número. Quemar todas tus cartas en una sola noche. Aspirar a vivir de la música es una cosa. Puedes dar clases, trabajar de sesionista, tocar con uno, con otro. Pero eso es una cosa. Vivir exclusivamente de la música que vos hacés… bueno, eso ya es algo muy distinto. Y muy, pero muy azaroso en los tiempos actuales…

En cualquier caso, si gano la lotería, seguiré escribiendo. Que de mí no se van a librar tan fácilmente.

Simples disquisiciones sin importancia

Simples disquisiciones sin importancia

La verdad verdadera es que, hay tantas cosas que quiero decir, y explicar, que muchas veces me quedo sin argumentos… mejor dicho: sin tiempo real para plasmarlas en un papel. Y esto, con el agravante que uno muchas veces se plantea “¿para qué?”, que no es menos concreto el interrogante… Algunos amigos me dicen “deberias haberte dedicado a escribir, simplemente, en vez de volcar lo que pensás en canciones…” Es probable que tengan razón. Mejor dicho: es altamente probable que sea así. El paso del tiempo, por ejemplo, no hace nada por demostrarme lo contrario. Por decirlo de otro modo: el pretender ser profesional de un oficio cualquiera –es decir, “vivir de ello”-, suele mezclarse indudablemente. En el caso de los músicos o actores: a mayor “reconocimiento” popular, mayores posibilidades laborales. Con los escritores pasa lo mismo, pero tienen una gran ventaja: un músico popular, por ejemplo, va perdiendo los pelos, la voz, etc., y eso va, indudablemente, en detrimento de sus posibilidades laborales. Con un escritor, por el contrario, no pasa eso: nadie paga una entrada para ver a un escritor. Se compran sus libros, si interesan. Y cada vez menos. Pero el tipo puede seguir escribiendo, pelos más, pelos menos, mientras mantenga una cierta coherencia al escribir… digo, pienso, no sé.

En el fondo, igualmente, son disquisiciones casi “sentimentales” de alguien con cierto tiempo libre –aunque el tiempo me lo invente, sacrificando horas de sueño-, pero a nadie le importa, igual. Quiero decir, cada uno se rasca donde le pica ¿Qué le importan a un Serrat o a un Sabina, por ejemplo, mis humildes disquisiones? Pero, debo decir, precisamente estas humildes disquisiciones, son las que me han mantenido vivo todos estos años. No concibo la cabeza solamente como un mueble para sostener el pelo. Más allá de mis méritos, de mis logros, o de la nada, yo, primero, siento. Luego, pienso. Luego, existo. Soy así, simplemente.

La cotidianidad, o la abulía, por decirlo de otro modo, no me quitan la permanente “necesidad” de estar atento. No puedo vivir de otro modo. Aunque tenga que trabajar doce horas diarias, como he tenido que hacer muchas veces, eso no me impidió hacerme un tiempo para seguir escribiendo canciones, para seguir tocando la guitarra, para seguir narrando mis sensaciones, para seguir sintiendo, para seguir pensando, en suma. No es poco o mucho mérito. Es como soy, insisto, simplemente.

Lo único que pretendo con éste sencillo razonamiento, no es más que una forma de alentar a aquellos que puedan sentirse desorientados o deprimidos. Siempre hay motivos para sentirse mal, pero uno debe pasar por encima de ellos. Es mejor, siempre, focalizarse y saltar por sobre ellos. La vida vale la pena, siempre. Y uno no puede detenerse por estupideces como la falta de trabajo, o que alguien no sienta la misma convicción que uno, o no encare las cosas de la misma manera. Hay que seguir viviendo, hay que seguir buscando. Ya aparecerá alguno que sienta igual que uno mismo. O varios.

Y, por otro lado, uno no puede medir sus logros artísticos por el poco, mucho o nulo reconocimiento popular que consiga. O si, todo depende. Depende de mi estado de humor, digo. Suele no importarme. Es decir: me importa un comino. Pero a veces te jode, ¿eh? Quiero decir, que logre reconocimiento popular y económico cada uno que… pero, bueno, qué se yo, no hay mal que por bien no venga. Uno debe seguir insistiendo, no hay otra. Eso sí, ya lo dije en otra oportunidad: solamente los que triunfan son creíbles. Los demás, estamos haciendo muescas con un dedo sobre un vidrio empañado: a nadie le importa lo que escribimos. Aunque podamos tener razón.

Igual, a veces un pequeñor econocimiento en froma de carta o unas breves líneas por mail de algunos amigos artistas consagrados, eso ayuda para mantener cierto espítiru crítico y de dignidad, digamos. Y no estoy hablando de dinero. Simplemente unas palabras de aliento, eso suele venir bien. Aunque no alcanze para pagar el alquiler o llenar la heladera. Pero ayuda a mantenerse en la brecha, digamos.

Con los instrumentos del músico pasa eso, por ejemplo. Cuando uno empieza (¡y después también!), quisiera comprarse todos los instrumentos exhibidos en cualqueir tienda de música. Con el tiempo, uno suele entender que con uno o dos instrumentos es suficiente. Para el caso de los guitarristas por ejemplo, una buena acústica, una española, una guitara eléctrica medianamente decente es suficiente. No hace falta más. Para crear, digo. Para escribir canciones. Después, si, podemos discutir cuánto más es necesario para salir a tocar en directo, para poder mostrar esas canciones lo más dignamente posible. Pero una cosa no quita la otra. Quiero decir, normalmente, con lo citado alcanza. Como decía antes, incluso, en el caso de los escritores, ni siquiera eso. Con un ordenador, y tiempo libre, y algunas ideas narrativas frescas, uno puede dedicarse  a escribir. Que luego lo que escriba sea más o menos interesante, atractivo para el público o no, eso ya es otra cosa. Pero digamos que, para empezar, con eso alcanza.

Y a muchos hasta les va bien y todo.

Lo mismo debería ocurrir con las canciones. Es decir. Uno debería poder sentarse a escribir canciones, y luego salir a cantarlas por ahí. Parece simple, no lo es. Pareciera que tenés que andar pidiendo permiso para mostrarlas. Peor aún si quieres cobrar por hacerlo. Es decir, que te paguen por tocar la guitarra, eso ya es mucho más difícil. Fíjense si estará torcido todo, que, cada vez más habitualmente, el músico paga para tocar. Absurdo. Por donde lo mires. Pero si quieres tocar con tu banda en una sala medianamente bien acustizada –para no molestra a los vecinos-, con un buen sonido, con unas luces mínimas, debes alquilarla. Es decir: pagar por ella. Y salir a vender entradas, a tus parientes, amigos, compañeros de trabajo, etc. A ver si, llenando más o menos la sala en cuestión, podés salir hecho y no perder dinero… vaya chiste.

Bueno, pero, como decíamos al principio: al que quiere celeste, que le cueste.

Así que, ¡a insistir!

Hasta otra vez.

Teoría de la evolución

Teoría de la evolución

 

Mi hija, con apenas 24 años, se compró una Fender Telecaster. Qué bueno. Yo podría tener una. Bah, podría haberla tenido hace mucho tiempo pero, la verdad, ya no me interesa. Miento. Me sigo babeando cada vez que veo una colgada en la pared de cualquier tienda de instrumentos. O una Les paul. O una Paul Red Smith. Pero me resulta obsceno gastar tres veces lo que vale una guitarra normal para comprarme una de esas. Además, yo simplemente siempre quise tener una guitarra con buen bordoneo, y que afinara bien, nada más. Me la compre en 1992. La vieja Squire blanca “made in Korea” que aún conservo. Ya está. Ya la tengo. Tenemos una buena relación. Me resultaría una traición comprarme otra guitarra. Otra más. Mierda. Ya tengo cinco, y solo puedo tocarlas de a una por vez. ¿Para qué diablos quiero otra? Me pasa como con los coches: acá es normal comprarse un coche y pagarlo, no sé, 200 euros por mes durante 36 meses. Pero me sigue pareciendo obsceno. Con 400 euros puedo viajar un fin de semana a Dublín, o a Londres, a París, a Bruselas…, o pongo un poco más y ya tengo para un pasaje ida y vuelta a Nueva york, ¿para qué catzo me voy endeudar? Sigo creyendo firmemente que hay otras prioridades. Que hay cosas necesarias, cosas urgentes, si, pero que hay otras prioritarias. No sé, será simplemente que mis prioridades han cambiado.Pero las canciones se escriben a piano y voz, o a voz y guitarra. Y ya está. Con tener una guitarra que afine me parece suficiente. Se, positivamente se, que con eso es suficiente.Ayer nomás dimos un concierto a teatro lleno en homenaje a Mercedes Sosa, acá en Granada. Estuvimos nosotros, Los Trovamundos, junto a Coqui Sosa, sobrino de Mercedes, y otros artistas. Muchos me felicitaron, al finalizar, por cómo estaba tocando el bajo. Qué bueno, gracias, respondí. El mejor piropo me lo dio Anabella Zoch, una cantante argentina que vive en Sevilla. Me dijo: “Me hiciste acordar mucho a Lalo de los Santos…” Fue un buen piropo, sí señor. Pero el mejor asunto es que, cosa curiosa, me lo dieron por tocar el bajo. Es decir: siempre toqué el bajo, ya dije en otras crónicas. Me encantaba ver a Hugo Romero, de Los Play Boys, tocar su gran bajo Fender en los carnavales del Club de Regatas. A veces nos juntábamos con Juanjo Córdoba, en la casa paterna de calle 8 y 9 de julio, allá en Resistencia, y en los huecos de los ensayos de “Imagen”, yo me colgaba el bajo. Pero nunca tuve uno. Razón por la cual, durante un largo tiempo, casi 25 años, no toque mucho este instrumento. Hace tres o cuatro, me compre uno para jugar, para grabar mis canciones en mi casa. Así que ahora soy bajista. Cosa lógica, lo uso y me fui soltando. Salió un trabajo, luego otro, y otro más. Así que me compre un equipo de bajo. Aunque si el concierto no lo justifica, simplemente llevo el bajo, sin amplificador, y lo saco por línea. No es lo mismo, claro. Pero salgo. No hay ningún misterio en eso. O quizás sí: ¡el misterio es haberme podido comprar uno! “Made in Korea” también, obvio, esas cosas de la globalización. Y me jode, claro que me jode, pero no puedo luchar solo contra los molinos, mano Don Quijote.

La semana pasada terminé  de leer “las venas abiertas de América latina”, el clásico de Eduardo Galeano. Tiene otros, ya se. Pero siempre había querido leer ese. Terminé con una mala hostia, como dicen por acá. Que te digan claramente, otra vez, lo que siempre supiste o intuiste, no deja de ser chocante. Y pasan los años y la historia que se sigue repitiendo, en un ciclo que a esta altura pareciera infinito. Pero habrá que seguir, claro. Como antes, como siempre. Es increíble pensar y confirmar, claro está, que todo lo vivido ha sido por, para, y desde la canción. Todo. Lo bueno y lo malo. Me fui de mi casa para tocar la guitarra. Es lo que sigo tratando de hacer, aunque a veces sea tan difícil. He pagado un precio alto por ello. No deja de ser un orgullo. Pero a veces jode, claro que jode.

A veces pienso también (bah, incluso a veces “pienso”), que me he vuelto una especie de lobo estepario. Que me basto solo para un montón de cosas. Pero esta historia iba de compartir también, así que vuelve a molestar. Y vuelvo a extrañar “mis calles, mis amigos o mi verde”. Pero sobre todo, claro está, lo que extraño es “esa extraña sensación de estar haciendo, codo a codo, pues, trinchera con mi gente”, como escribí hace ya muchos años. Pero el oficio elige a uno, y no al revés, ya lo dije tantas veces, y esto es lo que soy, simplemente. En el fondo, lo que jode no es que mi hija se haya comprado una guitarra nueva porque estaba disconforme con la otra. No. Lo que me jode es que no sea feliz. Eso sí me molestaría. Estamos acá para pasarla bien, siempre tuve en claro eso. Y por eso sigo defendiendo que uno tiene que hacer lo que tenga que hacer, ni más ni menos. Pero valerse solo, eso sí. No tiene ningún sentido llorar sobre la leche derramada. Porque tampoco puede uno pasarse la vida lamentándose por las ayudas que no recibe de los demás. Cada uno se rasca donde le pica, claro está. Así que eso es lo lógico. Lo que no soporto es la hipocresía. Esa gente que, conociéndome, podría haberme echado un cable años atrás, y no lo hizo porque era una especie de competencia. O porque “que va a ser músico ese si vive a la vuelta de mi casa”. ¿Dónde mierda iba a vivir, imbécil? Y ahora me escriben mails diciendo “che, pero bueno lo que estás haciendo en España. ¿Cuándo me vas a llevar a mí? Yo voy por los gastos, ¿eh? Con sacar para el pasaje de avión, y los gastos de comida y hotel, yo voy…” ¡Y yo también, macho! ¿No te jode? ¿Por qué no me llevas a mí? ¿Pero por qué no se van a cagar?

En fin. Que tengo mis días también, ¿eh? Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 21/2/2010