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marioojeda

De generosidades y otras yerbas

De generosidades y otras yerbas

Dicen mis amigos que de adolescente, jugaba muy bien al fútbol. Debe ser cierto. Me gusta, al menos, creer que era así. Pero había que entrenar… ¡te hacían dar dos o más vueltas alrededor de la cancha grande!... para calentar…Y después: flexiones, abdominales, elongaciones, ejercicios asimétricos, etc. Un garcha. Por eso –entre otras cosas-, dejé de jugar con actitud profesional. Años depués, leía en una revista deportiva, una famosa anécdota de César Luis Menotti, de la época que era el “5” de Boca Juniors. Resulta que, durante un partido donde el recordado “Tanque” Alfredo Rojas le recriminó porque no había corrido más en tal jugada para recuperar la pelota, y el flaco respondió: “¡Pará, Tanque!, lo único que faltaba: a ver ahora si para jugar bien al fúbol hay que correr…” Me acuerdo de esa frase cada vez que veo jugar a Riquelme, por ejemplo, confirmando la sentencia de Menotti.

Con las artes marciales me ocurrió lo mismo: hice yudo, taekwondo, karate, kung fú, en una época en que tales prácticas era poco menos que misteriosas. Se me daba bien, la verdad. Hace poco me escribía un mail Abelardo Benzaquen, a la zazón, hoy 5to Dan de TaeKwonDo en Argentina, y una de las referencias a nivel nordestino de éste arte marcial coreano, y me decía: “Tenías un talento natural increíble para esto, amigo. No sé porqué no seguiste…” ¡Porque había que entrenar, Lalo!... le respondí: otra vez esa historia de abdominales, flexiones, estiramientos… no, eso no era para mí.

Por eso me dediqué a la guitarra: me resultaba atractivo y absolutamente despreocupado escribir canciones. Quizás, incluso, más el escribir que el tocar la guitarra. Me lo dijo hace poco vía mail otro cantautor amigo, Alberto Caleris, quien vive hace una pila de años en Quito, Ecuador: “Escribís bien, quizás te equivocaste de oficio, che…” Ya. Les digo más: es probable que hasta tenga razón. Lo cual hubiese confirmado totalmente mi vocación casi plena por una vida absolutamente sedentaria, dándole, además, una vez más la razón a mi viejo cuando decía: “¡pero a éste no le gusta trabajar!...”

Pero en realidad si. Sólo basta mirar un poco atrás, en éstos treinta años, para darse una idea de que, si, puede que no me guste, pero que nunca dejé de laburar. Sobre todo, porque trabajar en lo mío, no es un trabajo para mí. Puedo pasarme doce horas seguidas escribiendo, o grabando, o produciendo un concierto. Cuando acabo, terminas desmayado, claro está. Pero antes no.

Y, en el fondo, vamos llegando al quid de la cuestión.

Varias veces a lo largo de éstos años, me han agradecido, directa o indirectamente, mi supuesta “generosidad”… ¿Respecto a qué?, he preguntado. Y me han dicho: “porque sí, porque no te guardas data, porque la compartís, porque nunca tienes problema en pasar el teléfono de un contacto, de un bar, de un lugar donde tocar, lo que sea. Es más, muchas veces hablás directamente vos, y nos conseguiste cosas…” Ah, era eso. Bueno, respondo: “Mirá, loco, es cuestión de sentido común –que todo el mundo sabe que es el menos común de lo sentidos-. En primer lugar, sino te pasa la data yo, antes o después te la pasará otro, y no quiero quedar como un reverendo egoísta al pedo. Eso, para empezar. En segundo término, yo no puedo tocar en el mismo bar más de 3 o 4 veces al año, porque la gente –y el dueño- se aburrirían de mí, asi que, ¿Qué tiene de malo para mí pasar esa data?...” Y finalmente, desde la escuela primaria, la escuelita 26, allá en Resistencia, Chaco, mis maestras me enseñaron - lo mismo que mis padres y mis abuelos en mi casa-, que palabras como responsabilidad, compromiso, lealtad, fidelidad, etc., no eran palabras vacuas. Yo crecí y soy así, lo siento mucho. No puedo ser de otra manera. Es muy fácil ser generoso con lo que te sobra. Pero eso, en realidad, no es generosidad. Lo jodido es tener sólo un tomate en tu heladera, un huevo, y media taza de arroz blanco hervido, y que venga algún amigo a comer, y vos lo invites, y compartas eso que, en realidad, debía alcanzarte para vivir dos días. Eso ser generoso: compartir lo poco que tengas. No regalar lo que te sobra, con aire de suficiencia. Eso no es generosidad. Eso es una puta mierda.

Hablar de lealtad, de fidelidad a una idea, de ser consecuente, es fácil pero vacío si no lo aplicas luego. Si hablas de “vamos a tirar de éste carro juntos”, y los bolos que consigo yo, los compartimos. Pero los conciertos que vos conseguís, los hacés solamente vos, ahí no estás tirando del carro conmigo. Estás siendo egoísta.

Prometer llegar a horario, por ejemplo, y después no venir, o llegar tarde, eso no es responsabilidad. O prometer cualquier otra cosa, y llegado el momento decir, “ah, lo siento, no puedo hacerlo”, eso no es ser responsable.Tomar el compromiso de ensayar, por ejemplo, y después inventarte excusas, y no venir, eso no es tomar partido o compromiso con algo. Mantenerte trabajando siempre con la misma gente, en vez de abrir tu cabeza para trabajar con otros, que incluso podrían hacerte el trabajo mejor o más barato, eso no es lealtad. Eso es boludez, directamente. Y las culpas siempre las terminan pagando otros. Porque uno debe serle leal a la gente que está con uno, en la trinchera, no con soldados del otro bando. Ni siquiera aunque sean soldados de tu bando, pero de otra trinchera. No. Uno debe serle leal y cuidarle el culo al tipo que está al lado tuyo, en la misma trinchera, porque ése es quien puede salvarte el tuyo llegado el momento. O dejarte tirado en el medio del campo de batalla, porque no le fuiste leal. Es así de sencillo.

Así no todo es cuestión de generosidad, compromiso o lo que sea. Es cuestión de actitud, como siempre digo. Ya, que no todo el mundo tiene actitud. Pero es la base de todo. De nda isrve que seas el guitarrista más rapido de la historia, si te paras mal en un escenario, o sólo tocas para lucirte, en vez de en pos de la canción. Tocar cualquier insturmento debería ser como dialogar: hay pausas, y espacios, y silencios, para meditar lo dicho, para que el otro medite sobre lo que has dicho, para que quien esté dialogando –o tocando- con vos, pueda meter un bocadillo. O algún fraseo de saxo o de piano, por ejemplo. Si solamente hablas vos, macho, va a llegar un momento en que nadie va a querer dialgoar con eso. Sobre todo, sino quieres escuchar. O haces como que escuchas y prestas atención, pero luego vas a tu puta bola. Y encima lo haes mal, precisamente por no haber escuchado.

Porque llegará el momento en que “la fábula acabe”, como digo en una canción, y te va a encontrar más solo que la una, y sin tiempo ni lugar para arrepentimientos. Porque, además, y como en aquella fábula del pastorcito mentiroso, cuando digas “¡ahora es verdad, vengan a ayudarme!”, nadie te va a dar bola ya.

Y eso puede pasarte en unos años, en unos días, o mañana mismo, quien sabe.

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 5/02/2011

Algunas consideraciones elementales

Algunas consideraciones elementales

Tener la posibilidad cierta de dedicarse exclusivamente a lo que a uno le apetece, puede deberse básicamente a tres condiciones esenciales: o ganas la loteria, o tienes mucho talento y sobre todo mucha suerte, o heredas una empresa familiar, en donde entres por la ventana al mercado laboral, y eso te deje dinero para vivir cómodamente, y dedicarte a lo que te gusta en tus ratos libres – sea eso lo que sea: la música, la pintura, la astronomía, la escultura o jugar a los autitos electricos-

En muchos casos, ocurre que lo que a uno le gusta da inmediatos réditos comerciales. Por ejemplo, si te gusta el comercio, los negocios, seguramente a los 17 o 18 años, ya vas a estar trabajando y negociando. Así, quizás a los 25 años tengas una buena posición económica, y puedas ganar aún más dinero haciendo lo que te gusta: comerciar.  Y ya se sabe: el dinero llama al dinero, asi que, con un mínimo de creatividad, y algo de suerte, si juntaste algún dinero para esa edad, vas a seguir ganando dinero, tan sencillo como eso.

Pero si no tienes esa vocación, es decir, si el dinero en sí mismo nunca ha sido –ni es-, algo que te quite el sueño, indefectiblemente vas a tener que trabajar para juntarlo, para poder tener las pequeñas cosas necesarias para vivir, ya sabes, pagar el alquiler (o mejor aún: la hipoteca de tu propia casa), tener un auto, poder tomarte vacaciones un par de veces al año, poner comida en la heladera, vestirte alimentar y pagar la educación de tus hijos, etc.

Alguien me dijo cierta vez que el dinero se junta igual que la basura: si vos haces un bollito con un billete todos los días, y los vas arrojando a algún rincón, cuando quieras acordarte, vas a tener disponible un montón de dinero ahorrado –o un montón de basura acumulada, que para el caso, como ejemplo, es lo mismo-

En el resto de los casos, tu vida va a ser un constante zigzagueo entre el hambre, y las ganas de comer, como siempre digo. Es ciertamente improbable por otra parte que, viviendo así, puedas ahorrar dinero para gastar en otros proyectos, cualquiera sean estos (un viaje, un coche nuevo, una guitarra, ni siquiera una mísera bicicleta)

Y contra esto, no hay nada que hacerle. O sí: tener claro, desde un principio, a que te vas a dedicar. Si a vivir o a hacer dinero, así de sencillo. En países con una cierta economía estable, es muy común que, por ejemplo, puedas encontrar una oportunidad laboral que te permita hacer ambas cosas, es decir, vivir y hacer lo que te gusta en los ratos libres. En esos mismos países, por seguir con el ejemplo, siempre hay un inversor, con dinero, dispuesto a financiar tus proyectos.

Por ejemplo, te inventas un telefono portátil, y registras la patente (y estoy hablando básicamente de USA o el Reino Unido), si buscas un inversor, lo vas a encontrar. Y quizás en algunos años seas millonario. Cosa que no es tan fácil tampoco: le pasa a algunos, pero al resto no. Es como los futbolistas: hay muchos buenos jugadores dando vueltas por ahí. Pero si quieres ser futbolista profesional, tienes que estar dispuesto a entrenar, revalorizar tu capacidad futbolística, digamos, con otros 200 pibes más. Presentarte a una prueba en un club de fútbol profesional, tener la suerte –para empezar-, de ser fichado. Luego, seguir un derrotero natural por las divisiones inferiores (teniendo la suerte, otra vez, de no sufrir ninguna lesión de importancia que te deje en el camino), y debutar en primera haciendo un par de goles al menos. Así, puedes asegurarte un contrato económico mas interesante que el resto –teniendo, una vez mas, la suerte para ello), y luego tratar de mantenerte jugando en primera –y destacándote-, para tener la posibilidad – si el azar lo permite una vez más- , de que te compre algún club de fútbol importante, y sobre todo, con mucho poder económico-, para poder ir a jugar allí, siempre y cuando debutes haciendo un par de goles, cosa de asegurarte –una vez más-, un buen contrato.

Demasiadas coincidencias o casualidades azarozas, como se puede apreciar. ¿Qué ocurren? ¡Claro que ocurren! Zidane, Pele, Maradona, etc., son todos ejemplos de futbolistas que no tenían otra posibilidad para destacarse en la vida que jugar al fútbol, y la pelota los sacó de la miseria, y los hizo millonarios. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la realidad habitual.

Y el mundo sigue girando, lo digo siempre. Pero hay que tener en claro todas estas cosas, para no sufrir en demasía. Saber de antemano que el camino es “largo y sinuoso”, como cantaban Los Beatles. “Que el éxito no te imuniza contra los golpes de la vida”, como decía el mismo Mc Cartney hablando del cáncer que le costo la vida  a su mujer Linda, y que tambien “el mundo está lleno de hijos de puta”, como cantaba Fito Páez, que van a meterse siempre en tu camino para joderte la vida. Sean personas de a pie, gente como uno, digamos, o políticos o gobernantes que van a cambiarte las reglas de juego de un día para otro, y sin avisar, con lo cual puedes pasar perfectamente –y sobran ejemplos -, de tener mucho a no tener nada. O de despertar una mañana – o muchas -, absolutamente estresado o directamente deseperado por no saber adónde fue a parar tu dinero, porque se lo quedó el banco. O que pasó con el, porque te lo licuó alguna hiper inflación.

La vida, en suma. Pero hay que tenerlo claro para no sufrir demasiado.

Y ya para irnos, les dejo algunos pensamientos de Jose Saramago, recientemente fallecido, como para no perder vista ciertos conceptos:

“El autor de “Ensayo sobre la ceguera”, reconoció que no tiene ninguna ilusión respecto a la

condición humana, y censuró los intentos de controlar la llegada de emigrantes a Europa. “La

necesidad de vivir no puede ser controlada, afirmó, ni con murallas, ni con metralletas…”

El escritor se quejó de la nula atención que reciben los derechos básicos del hombre una vez

superados los homenajes del cincuentenario de su declaración universal: “Esperaremos pacientemente a que pasen 48 años más..”, ironizó.

“El integrismo religioso, el egoísmo, la confianza desmedida en conceptos como pueblo, patria y democracia, la globalización o el abocamiento hacia la era de la burocratización total…”, sustentan buena parte del escepticismo del escritor portugués.

Saramago lamentó “la intolerancia de las religiones, que es la más absurda de todas las

Intolerancias…”, y mantuvo que “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Los

nacionalismos también tuvieron su reprobación en la intervención del Nobel: “La patria es

mucho más el tiempo en que vivimos, que el lugar donde hemos nacido”, aseveró, para luego

apostillar que la idea de ser ciudadano del mundo es una tontería, porque “nadie puede ser

llamado ciudadano de Ruanda, Etiopía o Sierra Leona”.

Para concluir: “Entre las idealizaciones más nocivas está la idealización del

Pueblo”, explicando luego que “todo el mundo es responsable de lo que ocurre a su alrededor,

aunque muchas veces se haga lo posible para no pensar en ello…”

Y sentenció: “Nuestro poder, que es el voto, no llega a cambiar nada en el poder real, que es el poder económico y financiero…”

Ahí queda dicho.

Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 19/6/2010

¿A quien le importa?

¿A quien le importa?

La omnipresente sombre del éxito (o del fracaso), planea irremediablemente sobre todo aquel que se dedica al arte. Traducido esto, claro está, casi exclusivamente en terminos económicos. Dicho de otro modo, podes ser mas o menos famoso (odio esa palabra, pero la uso siempre: debe leerse conocido, popular, mediático, como quieran), pero siempre y cuando ganes dinero está bien. Es decir: dime cuanto tienes, te dire cuanto vales. No importa si lo que haces, lo haces bien, regular, excelente u horripilante. Lo importante es ganar dinero. Esa idea del éxito económico a cualquier costa. Es eso, básicamente, lo que se le ha inculcado a las nuevas generaciones. Donde pareciera que robar, o cobrar mucho po hacer casi nada –que al fin y al cabo es lo mismo-, ese sería el camino a seguir.

Y no es así. O al menos, tengo claro que no debería ser así. Las cosas no suceden porque si. Tampoco ocurren de un día para otros. A veces si, claro está. Al menos, para algunos. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la generalidad. Y esto uno debe tenerlo claro desde un principio.

Lo mismo con el paso del tiempo. El tiempo pasa siempre, caiga quien caiga y le pese a quien le pese. Es decir, apostar todo a un posible éxito con el arte en general, no es, de movida, una inteligente elección de vida. No porque no pueda salirte bien. Puede que si. Pero normalmente no. Y cuando esto ocurre, es decir, si la cosa no sale como esperabas, de pronto te encontrás con 40 o 50 años, dando vueltas con la guitarrita (o los pinceles, o las gubias de tallar, es igual), dando vueltas sin saber que hacer.

No. Es mucho mas lógico buscarte un trabajo que te de comer, que te de tranquilidad, y seguir haciendo arte por el puro placer de hacerlo. Trabajar en serio, además. Estudiar, practicar, mejorar tu tecnica, y tratar de hacer (y mostrar), cosas que realmente valgan la pena porque, independientemente de que a la gente le agrade o no, hoy por hoy, quizás en unos años la cosa cambie, y empiecen a darle bola a las cosas que hacías. Aunque uno ya no este. Lo cual debe ser una putada –preguntenle a Van Gogh-, pero asi son las cosas: no siempre salen en tiempo y forma. Si uno insiste, salen seguro. Lo cual no significa, claro, que salgan cuando uno mas las necesita. O quizás no salgan nunca… ¡pero quien nos quitará lo bailado!, ¿no?

En realidad, lo realmente complicado en este oficio (y creo que en todos), es aprender a desprenderte de tus emociones. Es decir, aprender a no involucrarte. Hacer lo que tengas que hacer. Parece una obviedad, pero esa es la razón por la cual un medico cirujano, por ejemplo, no puede operar a un familiar: hay demasiada conexión, no puede operar con perspectiva, no lo haría profesionalemnte bien.

Con el arte en general, y con la negocio de la música en particular, ocurre exactemente eso. En primer lugar, una cosa es la música, por ejemplo, y otra muy distinta el negocio de la música. Parecen cosas parecidas, pero no lo son. Sigo sosteniendo que hoy es un excelente momento para hacer música: los medios que uno tiene al alcance de la mano son increíbles: buenos instrumentos asiáticos a un precio increíble, programas de grabación y producción musical prácticamente profesionales en un simple ordenador, equipos y sistemas de sonido acequibles, etc.

Claro, vivir de la música, hacer de este oficio una profesión, algo muy, muy distinto. En primer lugar, porque hay mas oferta que demanda. Es decir: hay demasiados músicos dando vueltas, ofreciendo su arte no ya al mejor postor, sino muchas veces por lo que le ofrezcan. Eso complica terriblemente todo. Hay muchas, muchísimas posibilidades de difusión, pero, paradójicamente, esta misma posibilidad lo que ahce es dispersar el asunto. Tomemos un ejemplo cualquiera: ya he dicho que a la radio no hay con que darle en cuánto a penetración masiva. Pues bien. Antes, en la epoca de las emisoras de amplitud modulada, había solo dos o tres radios. Te pasaban en algunas de ellas, y ya eras conocido. Hoy, por el contrario, hay cientos de emisoras FM. Entonces, excepto que tengas un montón de dinero para invertir en publicidad, y ser radiado en varias de ellas al mismo tiempo –y esto durante varios meses-, que te pasen en una o dos no cambia nada: sigues siendo anónimo.

Con internet ocure lo mismo. En el “google” está todo, siempre lo digo. Pero, claro está, ¡siempre que vayas a buscarlo! La información no sale del ordenador, tienes que encenderlo y buscarlo tú. Te queda la televisión pero, se sabe, lo que menos les interesa a los programadores televisivos es descubrir nuevos valores de la canción. Ni siquiera esos programas tipo “Nace una estrella”, o cualquier título pedorro de esos.No. A los tipos, lo que le sinteresa es llamar la atención, para tener audiencia y vender mas publicidad. Es decir: no importa si los aspirantes a estrella tiene más o menos talento. Mejor aún: si son unos freckies que cantan desafinado y pasan el día agarrándose de las mechas en las “academias” de esos concursos, eso va a garantizarles mayor audiencia, asi que apuntan por ahí.

Luego, a quienes se toman este oficio en serio, no les queda mas que tocar en bares, algunas veces en algún teatro, contratados por algún ayuntamiento, o dedicándose a dar clases para sobrevivir. Nada más lejos de una apertura de difusión importante. Insisto: no es que este mal, ni que esto sea el acabóse. Es la realidad, nada más, y hay que aprender a convivir con ello.

Quedan los carteles publicitarios, lo cual era si desde hace mucho tiempo. Sólo que ahora te multan por pegarlos en lugares no indicados, ¡y que hay cientos de miles de carteles por la calle! ¿Cómo vas a destacarte pegando carteles?

Bueno, la seguimos.

 

© Mario Ojeda, Granada, 19/9/2010

De torceduras y caídas

De torceduras y caídas

Debe haber mil formas de caerse, ¿no? Quiero decir, los que tenemos una cierta edad, ya sabemos perfectamente a ésta altura lo que es caerse y darse un buen revolcón. En realidad, nos levantamos y seguimos porque no queda otra, no porque siempre tengamos ganas de seguir.

Viene esto a cuenta de ésta historia del arte, de la música, la creatividad y las bolas de cambicha. Da lo mismo. A nadie le importa. Los que escriben, se piensan que todos son escritores, y que todos sienten –sentimos-, el mismo placer al abrir un libro nuevo por la primera hoja, y poder oler claramente la tinta impresa, por ejemplo. Pero… no. A los demás no les ocurre.

Los poetas, en cambio, piensan, sienten y creen que todo bicho viviente siente el mismo regusto, mezcla de pavor y placer, al mirar el folio en blanco, y pretende escribir, sea una novela, un poema, lo que fuera. Y… no, va a ser que no, como dicen por acá.

¿Los músicos? Más de lo mismo. ¿A quién le importa si has tenido que vender tu coche para comprarte un saxo, por ejemplo? ¿O un buen  kit de guitarra, pedalera y amplificador? ¿Un buen teclado, acaso? Lamento desilucionarlos… pero no. Insisto y quiero dejarlo claro: a nadie le importa.

En realidad, debería ser necesario con que le alcanzase a uno mismo, pero claro… se supone que el arte es comunicaicón, que uno ahce cosas para la gente. Sino, es casi, casi como masturbarse. Como esos grupos que se arman, se pasan dos o tres años ensayando, y nunca salen a tocar… ¿para que tanto ensayo entonces? ¿Qué están buscando en realidad? ¿La perfección? ¿El nirvana? Tanto ensayar, y después nunca tocan, porque, se sabe, casi no hay lugares donde tocar. Y cuando los encuentras, es para tocar… ¡gratis! Porque resulta que los dueños de los bares no pagan.  Bueno, ya no pagan. Antes si. En España y en Argentina. Pero ya no.

En USA si, por ejemplo. El sindicato de músicos es una cosa tan seria, tan fuerte que, en primer lugar, no puedes siquiera plantearte salir a tocar, si no estás afiliado. Punto uno. Pero, despues, están los beneficios. Por ejemplo, un bar no puede abrir sino tiene alguien tocando en directo tantos días a la semana. Es más, según los metros cuadrados, debe ser un dúo, un trío, un cuarteto, lo que corresponda. Sino tiene música en directo, sencillamente, no le dan la habilitación para abrir el bar. Y una vez concedida, el bar en cuestión, es periódicamente visitado por inspectores del sindicato, para ver que se cumplan la cantidad de actuaciones semanales pautadas, que los camerinos estén limpios –si, también debe haber camerinos-, que los músicos estén asegurados y dados de alta en la seguridad social, ¡que el pago sea puntual después de cada actuación!, y cosas como esas. Ciencia ficción, para la realidad española o argentina.

Acá, mientras tanto –y ahora hablo exclusivamente de España, porque llevo viviendo ocho años en Granada, y saliendo a tocar por todos lados-, ni siquiera puedes exigir a los ayuntamientos que te paguen inmediatamente después –antes sería lo lógico- de tocar. Sencillamente pasan de eso, aún con un contrato firmado de por medio. ¿Camerinos? ¿Cátering? Esas son cuestiones sin importancia… ¡si a veces ni siquiera te ponen agua en el escenario!, y son los propios músicos –uno mismo, bah-, quien debe salir a comprar botellines. Y así con todo. Los bares –algunos- pagan después del show. Pero son los menos. La mayoría, sencillamente te dice: “Vos ocupate de poner a algún maigo tuyo en la entrada, para cobrarle a la gente que venga una consumición mínima, y esa es vuestra paga. Lo de barra es para mí…” Con lo cual, sino viene nadie a tu concierto –normalmente, porque el dueño del bar no ahce absolutamente nada por difundir el concierto-, no ves un duro. Lo digo en argentino: no ves un mango. Cargaste los equipos hasta allí, media hora dando vueltas para aparcar, o estacionando en doble fila, balizas puestas, arriesgándote a una multa de tráfico, para poder descargar los equipos, etc. ¡Y despues no cobras! Maravilloso.

Como siempre digo: esta es la historia real, la verdadera. No la que te cuentan por las revistas o internet. ¿De qué diablos te sirve salir en revistas de música independiente, por ejemplo, y ser anunciado como “grupo revelación”, si cuando llega el día del concierto van sólo 30 o 40 personas a verte? Y eso incluyendo a los amigos, el sonidista, el dueño del bar o de la sala, la novia del dueño, los camareros y demás… O sea, “solamente los que triunfan son creíbles”, como digo siempre. La historia la escriben ellos… pero nadie cuenta la historia de los demás. Los grupos anónimos que pasan ocho, diez años tocando por las rutas y pueblos españoles, pagando alquiler de salas para tocar, alquilando salas de ensayo, comprando instrumentos, equipos de sonido, alquilando camionetas para trasladarse de un lugar a otro, autofinanciándose sus ediciones discográficas, que después terminan vendiendo a sus amigos, etc. Y luego, llega el “concierto despedida”, lógicamente. Diez años de insistir, de empujar, de bregar por hacer un trabajo digno y aspirando a vivir de ello, para luego… alpiste, corazón. Si no has triunfado, olvídalo. Con el agravante que, antes, al menos, tenías la mínima posiblidad de ser descubierto por algún productor discográfico, que te conseguía un contrato de grabación y edición, y tenías un disco en la calle. Pero un disco en la calle en serio, con pautado radial, carteles, promoción en revistas, entrevistas radiales, televisivas, etc. Un trabajo promocional profesional, a mediano o largo plazo. Ahora ya no. Eso no ocurre más. Quien piense lo contrario, perdió de vista el paso del tren.

Nadie invierte nada en nadie. Ni siquiera tiempo. Peor aún, si por esas casualidades (o “causalidades”, si rascamos un poco las capas de la cebolla), tienes la suerte de ser editado por alguna discográfica –apúrate, porque en diez años, si esto sigue así, no va a quedar ninguna o casi ninguna- , resulta que te dan seis meses de cancha nominal. Es decir: tienes seis meses, quizás menos, para que la gente te conozca, se enamore de tu vozy tus canciones, te hagan notas en la tele o en la radio, aparezcas en programas del corazón, puedas inventarte tres o cuatro romances con las estrellas televisivas de turno… y ya está. Si haciendo todo eso y así y todo, en seis meses a lo sumo, no alcanzas un reconocimiento popular masivo… mejor dedicate a otra cosa, amigo, ya pasó tu tren y no lo pillaste. Es así de duro. Es así de sencillo.

Por cada Jorge Drexler, por dar un ejemplo, que logra cierto reconocimiento popular –y aún contando con la adoración de la prensa, y no olvidemos que un tal Joaquín Sabina lo apadrinó sus primeros años en España-, la verdad es que, insisto, por cada Drexler conocido, hay cientos de Drexler anónimos que no conoce nadie. O si, pero en pequeñas dimensiones. Los que están en el ajo, digamos. Los frekies de la música indie, de la canción de autor, o lo que fuera. Más allá de eso, no hay nada.

Y vuelvo a insistir con esto: no es que no haya nada. Hay, claro que hay, y hay muchos. Pero no son profesionales de la música. Y no porque no quieran, sino porque no pueden. Porque no les alcanza. Porque no pueden vivir del oficio dando un concierto por mes, dos a lo sumo. Porque no puedes profesionalizarte, si haces una gira de diez conciertos, por otras tantas ciudades españolas, y resulta que, al terminar, cuando cuentas el dinero, aún tienes que poner algo para pagar los costos de la gira. O salís hecho, ni ganas ni pierdes. ¿Cómo puedes aspirar a vivir del arte así?

Y otro si digo: quiénes dicen “vivir” de la música –en realidad, deberían decir “sobrevivivir”-, lo que realmente haces es vivir de la docencia, que no es lo mismo. Porque presentarte a oposiciones para ser profesor de música en un conservatorio o en un colegio, seguramente puede darte seguridad económica. Y está bien que así sea, no estoy criticando eso. ¡Pero no están viviendo de la música! Viven de la docencia, que es lo mismo que decir, “viven de otra cosa”.

Y es así nomás. No es que se mala la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat.

Hasta otra.

© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2011

De ida y vuelta

De ida y vuelta

Los tiempos cambian, permanentemente. Esto lo escribo siempre también, pero no por eso voy a dejar de insistir en ello. Aún hay gente, parece mentira, que no alcanza a verlo. Pasa con la música, por ejemlo. Mejor dicho, con los músicos: hay quiénes todavía gastan un dinero importante en grabar y editar un disco. Cuando terminan todo el proceso, se dan cuenta que no tienen nada. Me explico: tienen el disco, el soporte físico, que pueden vender en los conciertos. Punto. No tienen la difusión radial, el pautado publicitario, los carteles, la promoción, los discos expuestos para la venta en la mayor cantidad de tiendas posibles, etc. Es decir: no tienen nada. Lo dije al principio. ¿Cuál es la diferencia sustantiva entre un trovador anónimo (que da vuelta por distintos bares de su ciudad natal, cantando sus canciones para los veinte freakies que alimentan el circuito de canción de autor, sea en México, en España o en Argentina), y otro trovador, tan anónimo como él, que se gasta una pasta en grabar y editar un disco, para seguir siendo tan anónimo como el otro?

No me malinterpreten: yo también lo hice. Me gasté todos los ahorros de una temporada de verano, doce horas diarias de trabajo, en grabar y editar mi primer disco, allá por 1996. Después, cometí el mismo error en 1997. En 1998 -¡hace casi trece años!-, desperté y dije: “¡al diablo con los discos! Debo empezar a viajar, a nutrirme de experiencias para escribir mejores canciones… Sigo con esa idea hasta hoy. Y este concepto es, en verdad, día tras día más palpable.

Para explicarlo mejor: un disco, el soporte físico como tal, tenía sentido real cuando se vendían discos. Cuando no existía la posibilidad de copiarse ese disco a una cinta de casette. A partir de ese momento, cuando ya dejó de importar el soporte, ya que cualquiera podía hacerse con una copia –y ahora son copias digitales, con lo cual la calidad de esa copia es prácticamente igual al original-, ya dejó de tener sentido. No lo digo yo. Es una verdad de perogrullo. Es lo que la gente decidió como tal.

Ocurrió lo mismo con el formato de compresión MP·3, ahora llamado simplemente mp3. Cuando salió, sus detractores le tiraron con todo: que era de peor calidad que el audio waw, que las frecuencias se perdían, bla, bla. Lo cierto es que hoy, todo el mundo escucha, copia, parte y reparte sus canciones en mp3. Fin de la discusión. La gente decidió. Tema cerrado. Por más que se inventen impuestos a las copias digitales, que el canon, que la ley Sinde acá en España, o lo que fuera, ya perdieron el tren. El mp3 se deja escuchar –seguramente, a pesar de la pérdida de algunas frecuencias no audibles enteramente por el oído humano, suena infinitamente mejor que cualquier vieja cinta a casette o del magazine, que viejo soy, que conocí el magazine-, y no solo eso. Es liviano, se puede enviar por correo electrónico, se puede colgar –y descolgar- de infinitas páginas de internet, que dan la vuelta al mundo, sin necesidad de intermediarios. En un reproductor del tamaño de un mechero o encendedor, caben una impresionante cantidad de canciones. Ya está. A eso no hay vuelta que darle.

Ahora, compañero trovador, colega de oficio, tampoco hay que cometer el error de pensar que por subir tus canciones a varias páginas webs, y llenarte de “amigos” linkeados, tu material es más conocido que antes. No. En absoluto. Sigues siendo anónimo. Tus canciones no las conoce nadie.

Acá volvemos al lei motiv de esto que escribo. Aún hoy, a pesar de todo, el negocio para un tipo que escribe y canta sus canciones, sigue siendo que te fiche una discográfica. Y cuanto más grande y poderosa económicamente, mejor.Que tenga una ediutorial que te adelante un dinero por tus canciones, que se preocupen por venderla a telenovelas, a distintas agencias de publicidad, a empresas que necesiten material, etc. No porque vayas a vender más discos así. Casi nadie vende discos ya. Sino, sencillamente, porque lo que las grandes discográficas aún te siguen dando, es difusión. Asi de sencillo. Difusión paga, obviamente, que es la única manera de asegurarte una difusión real. Con otras ventajas, además. Ellos aún monopolizan los canales de difusión, valga la paradoja. Por más que te digan que internet es una ventana abierta al mundo –que lo es-, está regida por un sistema de valores económico. Simple y sencillito de entender.

Tomemos el caso de Spotify, esa plataforma –fantástica, por otro lado-  en la cual uno puede, fácilmente, escuchar toda la música que se le ocurra, y además, gratis. Vale. Si quieres confeccionar tu propio CD, debes pagar 1,30 euros por cada canción que quieras descargarte de allí, pero… ¿quién va a pagar por descargarse canciones, si puede escucharlas gratis? El éxito mismo de la plataforma reside precisamente allí: es gratis instalarla en tu ordenador. Y es gratis escuchar todas las canciones que quieras. Ahora bien, esa gratituidad, te obliga cada tanto a escuchar publicidad. ¿Publicidad de qué? ¡De artistas! ¡De artistas pagados por grandes discográficas! Por más que, abriéndose una cuenta “premium”, como la llaman, uno mismo pueda subir sus canciones a “Spotify”, las canciones que más se escuchan son, qué duda cabe, las más conocidas. Nadie entra a Spotify para escuchar a Mario Ojeda, a Pepe Gómez o a Pirulo. No. Entran para escuchar a Alejandro Sanz, a Shakira, a Juanes, a Melendi, a Fitto y Fittipaldis, a Eric Clapton, a Mc Cartney, a quien sea. La reciclación de lo obvio, digamos. Es otra fórmula, nada más, para que escuches siempre a los mismos. No es una herramienta valedera de promocionar tu material, amigo cantautor, músico que estás intentando abrirte paso en ésta jungla. Aunque lo parezca, no lo es. Si es interesante para escuchar música, mucha, sin pagar nada. Pero nadie va a entrar a Spotify para descubrir “nuevos valores”. La gente entra para escuchar a Neil Diamond, a Pink Floyd, a Cream, a Génesis, a Yes, gente que lleva 40 o 50 años dando vueltas en éste negocio, y que, precisamente por eso, son considerados “clásicos”. Yo mismo lo hago, y me parece maravilloso. Pero no es “el santo grial” desde el cual un artista novel puede difundir gratuitamente su material. Es sólo otra forma más para que la gente escuche lo que “ellos”, los dueños del negocio, digamos, quieren que la gente escuche. Es así de sencillo.

Que algo hemos avanzado igual, ¿eh? Y notoriamente, además. Tener la posibilidad de comprar algunos asequibles instrumentos coreanos o indonesios a muy buenos precios, un par de micrófonos, y de poder grabar tus canciones en tu casa, en cualquier ordenador, en un multipista digital, con efectos, etc., es un avance sustancial. Es cómodo, práctico, limpio, suena bien, para los estándares normales es más que suficiente. Pero nunca se puede comparar eso con una grabación hecha en un estudio de verdad, con instrumentos y equipos de verdad, insonorizados, registrando algo más que notas musicales: estas “registrando”, fotografiando, digamos, no sólo un tema musical: estás registrando un momento histórico, producido por uno mismo, y los demás músicos participantes en esa grabación. Y a eso no hay con qué darle, aunque queramos disimularlo, poniéndole más reverb o delay. No llegamos a la magia.

Otro día los sigo desilusionando otro poco. Hasta entonces.

En tiempo, forma y lugar -enero 2011

En tiempo, forma y lugar -enero 2011

 

La solo posibilidad de hacer cosas –cuando muchas veces antes, en otra época, uno no podía hacer nada-, siempre es mejor, comparativamente hablando, que el estado anterior.Es decir: poder hacer conciertos ahora, y que te paguen por ello, es mucho mejor que no tocar nunca.  Pero eso no significa que alcance. O que te sirva. Me explico mejor. Años atrás, una amiga argentina me decía siempre: “Pero a vos no te gusta tocar, en verdad. Porque si te gustara, te buscarías un bar donde hacerlo, y al menos te sacarías las ganas, cantando tus canciones para tus amigos…” Yo insistía que no. Que no era esa la forma. Que no tenía ninguna gana de ocuparme de todo, o de pagarle al dueño de un miserable bar –por bonito que fuera- por tocar allí. O de tener que venderle entradas a mis amigos, que ya bastante habían hecho muchos de ellos con comprarme mis discos, para encima pretender que también se gasten un dinero en entradas para venir a verme cantar, con su mujer, sus hijos o sus novias. Que me resultaba más placentera la posibilidad más certera de organizar un asado en casa de algún amigo, o encargar unas pizzas y cantar para ellos, gratis, si ese fuera el asunto. Pero ocurre, precisamente, que ese no es el asunto. Se supone que éste es mi oficio. Esto es lo que soy. Un músico, o cantautor, un tipo que escribe canciones y luego sale a cantarlas por ahí. Y, precisamente, es eso lo que hoy por hoy hago en España: tengo un grupo, ensayamos distintos repertorios, y luego salimos a recorrer las rutas españolas, cantando en los ayuntamientos, teatros o casas de cultura en donde nos contratan. No hay nada misterioso ni excesivamente glamuroso en ello. Simplemente, cumplimos una función: la de entretener, o la de hacer conciertos temáticos específicos, para el día de la mujer, para el día del libro, para el día de la inmigración, de la interculturalidad, del aniversario de los ayuntamientos democráticos, las fiestas de un pueblo, o lo que sea: hacemos música, porque ese es nuestro oficio, y nos pagan por hacerlo. Eso implica ensayos, viajes, inversión en tiempo, en instrumentos, en gasolina para los viajes, en alquiler de hoteles, en comidas o desayunos o meriendas, es decir: tiempo y dinero. Por eso nos pagan. Y así debe ser. No hay nada mágico, insisto, ni misterioso en ello.

¿Por qué entonces, sería la pregunta, yo debería pagar el alquiler de una sala para presentar mis canciones o las del grupo, si habitualmente nos contratan –y nos pagan- por hacerlo? ¿Por qué pareciera que debo andar pidiendo permiso –o favores- para tocar en Granada, si en el resto de España nos contratan? ¿Por qué debería viajar a la Argentina, por ejemplo, y tener que alquilar una sala o pedir un lugar para tocar, y pareciera tener que mendigarlo? ¿Qué a nadie le interesa? Eso ya lo sé. Precisamente por eso. Porque a nadie le interesa ni pareciera importarle, cuando viajo a la Argentina, voy a visitar amigos y familia. Punto. Para trabajar con la música, me quedo en españa. Y a la Argentina, a mi propio país, voy de visita. Porque no puedo –no debo, en realidad-, olvidar las razones –las muchas razones- por las cuales emigré: precisamente por eso, entre muchas otras: porque no se respetaba el oficio, mi oficio. Porque pareciera que siempre debía andar rindiendo pleitesías para poder tocar en condiciones dignas. No pido nada raro: un buen lugar, un sonido mínimo, una “especie de” camerino –o sala destinada a tal efecto, donde poder cambiarnos de ropa antes de salir a tocar-, y que luego nos paguen por hacerlo. Yo hago –hacemos- nuestra parte, que ellos –los demás-, hagan lo que tienen que hacer.

Incluso aunque no haya dinero, por si no quedó claro. Es decir, yo no tendría –de hecho, lo hago muchas veces-, problemas en salir a tocar gratis si la ocasión así lo requiere, o si es un concierto benéfico, por ejemplo, pero siempre y cuando todos actuemos gratuitament. Los que imprimen los carteles, los que salen a pegarlos, el que monta el escenario, el que hace las luces, el que opera el sonido, el que alquila el sonido, es decir, todos. No solamente que te vengan a buscar para un concierto benéfico, y resulta que los únicos boludos que no cobramos, ¡somos los músicos! Esa historia ya me tiene harto.

Siempre lo digo, pero no está mal repetirlo: cuando yo llamo a un fontanero para que me arregle el calentador, o a un electrista para que arregle alguna avería en el departamento en dónde vivo, el tipo viene, hace su trabajo, y yo le pago. No puedo no pagarle. Bueno, con los músicos, debería pasar lo mismo. Si te llaman para tocar, sea un bar, un teatro, un chiringuito, una casa de cultura, o el Royal Albert Hall en Londres, te tiene que pagar, macho. Y pronto. No a los seis meses, como ya están haciendo muchos ayuntamientos españoles excusándose en la remanida crisis económica. Porque, que yo sepa, los técnicos de cultura, o los programadores de los ayuntamientos o los teatros, esos cobran sus nóminas mes a mes. Como es lógico. Porque no se puede vivir trabajando pero sin cobrar. Bueno, con los músicos, aunque algunos aún crean que no, ocurre exactamente lo mismo. Este es nuestro trabajo, debemos cobrar por ellos. Se hace el trabajo, y se debería cobrar. Punto. No hay misterio en ello. No debería tener que pedirle favores a nadie. No me suma ni me aporta nad ir a tocar a cualquier lugar, como haciendo un favor, y luego cobrar ese show a los seis meses. Es absurdo. Lo siento. Con eso, yo al menos, no transo más.

Algunos amigos voluntariosos me dicen, por ejemplo: “ven a tocar acá, yo me ocupo de pegar carteles, de invitar a gente, de venderte entradas, asi vienes una vez, y la próxima…” No. No hay próxima vez. Yo no puedo viajar a la Argentina 3 o 4 veces al año, que sería la forma de capitalizar ese trabajo. Yo no puedo –no debo, en verdad-, poner a mi amigo a vender entradas o a pegar carteles, para tocar en un bar, por ejemplo. Porque, además de estar fomentando el voluntarismo, que no es lo mismo que la voluntad ( porque mi amigo lo hace de onda, de favor, no porque sepa hacerlo, sino sería un productor de espectáculos), en realidad, le estoy haciendo el caldo gordo al bolichero, al dueño del bar: él es quien tiene que ocuparse de hacer publicidad, de pegar carteles, de vender entradas, y de ocuparse que su bar esté lleno el día de la actuación. Esa es su inversión. Y es también su garantía de continuidad, porque, si él hace bien su parte –es decir, convoca gente a su bar-, yo debo hacer la mía: hacer un muy buen show, para que a la gente le agrade, y vuelva otro día.

Como verán, siempre hay tela para cortar en estos temas.

Hasta la próxima.

Acerca de la constancia -feb 2009

Acerca de la constancia -feb 2009

Por mucho que uno se plantee al principio, llevar las cosas de determinada manera, es evidente que el camino mismo termina llevando o arrastrando a uno. O mejor dicho, como esa canción hermosísima de Vicente Feliú: “ahí va el trovador, como un camino…”

Porque en realidad es al revés: uno mismo hace el camino. Y la esencia de todo, la base, es la canción. Es curioso también analizar como las cosas se van dando pero, como lo digo a mi hija que insiste también en ser trovadora, este es un largo, larguísimo viaje. Y es un viaje para siempre. Harto estoy de ver a gente que dice “querer ser cantautor”, o “querer dedicarse a la música”, y algunos años después los encuentras trabajando en un banco, o dedicándose a cualquier otra actividad. Harto respetable, es verdad, pero muy lejos del camino elegido al principio.

Porque, además, y esto es también dolorosamente cierto, según pasan los años, y también según vas viendo cosas que no pensabas llegarías a ver, tu concepción del mismo oficio cambia, sin lugar a dudas.

“Lo mejor es no conocerlos, Mario…”, me dijo Lalo de los Santos alguna vez. Y es así nomás. Los artistas son personas, aunque a veces uno pretende que sean próceres de mármol. Personas, al fin y al cabo, y tienen sus días mejores y peores. Y según el día que los conozcas, pueden decepcionarte o no.

Ocurre que, a veces, como leía hace poco en un reportaje a Stevie Van Zandt, músico de Bruce Springteen, “esto para mí es como una religión. Y no siempre es bueno conocerlos. Me pasó una vez, con 15 o 16 años, yo andaba siempre colándome en los conciertos de distintos músicos, con mi guitarra a cuestas, quería conocerlos a todos. Una vez entré al camerino de Freddie King, y el tipo sacó una pistola, y apuntándome, me dijo, ¡largo de acá, pendejo! Te juro que me decepcionó tanto que no volví a tocar un riff de Freddie King en mi vida…”

Cosas que pasan. La coherencia es, al fin y al cabo, tan humana como la contradicción. Así y todo, da gusto ver como las cosas a veces se te van dando, y uno termina encontrándose, o reencontrándose, con gente que alguno vez te cerró la puerta en la cara, o no respondió a tus llamados, y ahora te abre las puertas de su casa. Está bueno eso. Es una revalorización, una reafirmación de que podías, de que tenías con qué. De que en la vida, como cantaba Nebbia en “Yo no permito”, para lograr algo hay que insistir.

Y es común encontrarte con pibes que recién están empezando a salir a tocar, a hacer sus primeros pinitos en éste oficio, y conversando con ellos te dicen: “bueno, me tomé un respiro en la facultad, voy a dedicarme a esto un par de años, sino sale nada, luego retomaré los estudios y ya no voy a tocar mas…” ¡Pero es al revés!, le dices. Termina tu carrera, cuelga el título si quieres, y luego dedícate a esto. Pero dedícate por entero, y a sabiendas de que es una carrera de fondo, no un sprint de velocidad. Porque a veces, se tiene suerte. Y las cosas salen enseguida. Pero a otros las cosas no han tomado 20 años de nuestra vida en salir, o a veces ni siquiera salen, y no por eso vas a resignarte, o a echarle la culpa de tus males a la música. No. Que la música no tiene la culpa. Cualquiera puede tener la música como un hobby, tocar la guitarra, el piano, o e violín, por ejemplo, y usar como antiestresante, por placer, en tus ratos libres.

Pero eso es algo muy distinto a pretender profesionalizarte en éste oficio. Y vivir de la música, exclusivamente, eso es mucho más difícil todavía. Es como con los jugadores de fútbol, y siempre me agrada hacer ésta analogía. ¿Cuántos buenos, buenísimos jugadores de fútbol debutan alguna vez en primera, y al no conseguir un contrato interesante, terminan dedicándose a otra cosa? Lo bueno del arte es que uno mejora con el tiempo. Y tienes, a la larga, ciertas posibilidades de mejorar. Cosa que no le ocurre a un futbolista: su carrera son 10, 15 años a lo sumo. Después, ya no tienes edad para jugar a nivel profesional.

Con la música no ocurre así. Puedes ser famoso y millonario a los veinte y pico, o a los treinta, por poner un ejemplo, y diez años después ser otra vez un músico anónimo, y sin demasiado trabajo.

Pero también puede ocurrir al revés: que vayas elaborando una carrera pausada, de menor a mayor, donde cada cosa que vayas consiguiendo esté sustentada realmente, y que, cuando te empiecen a llamar, sepas ya perfectamente adónde vas. Pero, por sobre todo, adónde y de qué manera quieres ir.

Que eso a veces es lo más difícil de descubrir. Saber adónde, y de que manera quieres ir. Porque ser, ya eres, y vas a seguir siéndolo, aunque sigas siendo anónimo.

Porque si te toca llegar, cuando llegas, descubres que lo difícil no era llegar, sino mantenerse, aunque suene a frase hecha. Y allá vamos.

Próximo parada del viaje: La Habana, Cuba, a cantar con varios de los fundadores de la Nueva Trova Cubana. E invitado por ellos, lo que no es poco decir.

Los tendré al tanto de cómo sigue el viaje.

Hasta la próxima vez.

Hábitos y pesares

Leía tiempo atrás un reportaje al Chango Spasiuk, donde este insigne acordeonista y músico litoraleño contaba que se había comprado una casa con un terreno muy amplio en Brandsen, provincia de Buenos Aires (donde, por cierto también muy cerca vive Yamila Cafrune, la hija del recordado Jorge), con la ingenua esperanza de sembrar una pequeña chacra y plantar naranjos.

Pues bien, hete aquí que sí, empezó a trabajar en su quinta, a sembrar zanahorias, tomates y demás, y que al poco tiempo empezó a sentir una creciente dureza en sus dedos, en sus manos, en sus articulaciones en general, que no le impedían realizar actividades en su vida diaria, pero que sus dedos sufrían, y al sufrir, “sentía claramente como cada vez me resultaba mas difícil tocar el acordeón o la guitarra, así que, con dolor, tuve que dejar de hacerlo yo y contratar a un jardinero”.

Esto, que contado así puede sonar irrisorio, la realidad es que no deja de ser una cruda realidad. Es decir, “para escribir canciones se necesita estar al cohete”, como decía alguna vez don Horacio Guaraní.

Y para tocar algún instrumento con cierta habilidad, además de dedicarle horas, uno necesitaba saber que es eso realmente lo que quiere hacer, sobre todo si se tienen aspiraciones profesionales, y que generalmente el hacerlo es incompatible con otras cosas. Como todo, el hábito puede no hacer al monje, pero sí es cierto que la práctica requiere tiempo, dedicación y esfuerzo.

En la vida diaria, muchas veces me encuentro despotricando contra la realización de ciertas actividades (cambiar la gomita de un grifo, cargas cosas pesadas, coger un martillo para realizar alguna actividad por ejemplo), y aunque me viejo hubiese dicho “eso sí, la guitarra si, pero nunca agarrar una pala para trabajar”, la realidad es que agarrar una herramienta de trabajo, por cualquiera que ésta sea, implica necesariamente quitarle tiempo y práctica a tocar la guitarra, o garbar, o pasar en limpio una canción, o corregir su métrica o su rima, o cualquier actividad relacionada con el oficio en sí.

Estoy es lo que soy, esto es lo que hago, y la verdad es que no quiero, pero la verdad es que tampoco puedo hacer otra cosa.Cualquier distracción (y ya hablamos en otras crónicas de lo mucho que tiene que ver la obsesión en éste oficio), necesariamente nos va a distraer de nuestra actividad principal.

Y ya no puedo ni quiero hacerlo. Me pagan por tocar, y muchas veces la gente te dice “que vida fácil tienes, coges el auto, conduces hasta el lugar del show, luego tocas, la pasas bien, y encima te pagan por eso…”, pero no se ven las horas de ensayo, ni las horas conduciendo solo por distintas carreteras, ni que después del concierto muchas veces no te compensa quedarte a dormir en un lugar, en un hotel cualquiera, y debes coger el coche de regreso, y conducir dos o tres horas de vuelta a casa. Y que sacas cuentas, y saliste de tu casa a las cuatro de la tarde, y terminas regresando a las tres de la mañana. Y quizás al otro día lo mismo, que bienvenido es cuando tienes dos o tres conciertos seguidos. No me estoy quejando, ojo, estoy ejemplificando una realidad.

O que te toque un día de lluvia (o de nieve, como nos ha pasado ya varias veces), y que uno tiene que salir a la carretera igual, con todo el riesgo que esto implica.

Pero es parte del trabajo. De éste trabajo en particular. Te ven la cara de felicidad en un concierto, pero no ven que todos los días te levantas a las siete de la mañana para estar a las ocho en la oficina, enviando mails, “conspirando” (en palabras de Vicente Feliú), o llamando por teléfono a distintos ayuntamientos, para tratar de vender un show.

Nadie viene a tocarte la puerta para decir “quiero contratarte para que vengas a cantar a tal lado”. No. Uno tiene que “buscarse la vida”, como dicen por acá, golpear puertas, insistir, llamar una y otra vez, todo para conseguir un “toque”, como dicen los uruguayos. Y ese es verdaderamente el trabajo. Bueno sería, por otro lado, que alguien se ocupara de eso por vos, que tuvieras gente trabajando por y para vos, y que uno pudiera dedicarse solamente a ensayar, a preparar sus conciertos, a memorizar las letras o amoldar las voces, a definir distintos arreglos musicales para un show.

Pero no: los márgenes son tan estrechos que uno, necesariamente y la mayoría de las veces, necesita desdoblarse y hacer varias tareas a la vez, para poder seguir en la rueda.E insisto una vez más: no me estoy quejando. Esto es lo que elegimos.

Sólo lo describo porque alguien tiene que hacerlo, porque es un trabajo, se quiera ver o no, y hacerlo implica también hacer un montón de cosas que, la mayoría de las veces, poco y nada tienen que ver con lo musical en sí.Es mas, me atrevería a decir que, la mayoría de las veces, son mucho más amplias las actividades extramusicales que el simple hecho de ofrecer un show.

Y no hay vuelta de hoja. O lo haces, o mejor te dedicas a otra cosa.

Por eso insisto permanentemente en las viscisitudes del oficio de cantor en sí. No por quejarme, sino para dejar constancia.

Hasta la próxima vez.