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marioojeda

En tiempo, forma y lugar -enero 2011

En tiempo, forma y lugar -enero 2011

 

La solo posibilidad de hacer cosas –cuando muchas veces antes, en otra época, uno no podía hacer nada-, siempre es mejor, comparativamente hablando, que el estado anterior.Es decir: poder hacer conciertos ahora, y que te paguen por ello, es mucho mejor que no tocar nunca.  Pero eso no significa que alcance. O que te sirva. Me explico mejor. Años atrás, una amiga argentina me decía siempre: “Pero a vos no te gusta tocar, en verdad. Porque si te gustara, te buscarías un bar donde hacerlo, y al menos te sacarías las ganas, cantando tus canciones para tus amigos…” Yo insistía que no. Que no era esa la forma. Que no tenía ninguna gana de ocuparme de todo, o de pagarle al dueño de un miserable bar –por bonito que fuera- por tocar allí. O de tener que venderle entradas a mis amigos, que ya bastante habían hecho muchos de ellos con comprarme mis discos, para encima pretender que también se gasten un dinero en entradas para venir a verme cantar, con su mujer, sus hijos o sus novias. Que me resultaba más placentera la posibilidad más certera de organizar un asado en casa de algún amigo, o encargar unas pizzas y cantar para ellos, gratis, si ese fuera el asunto. Pero ocurre, precisamente, que ese no es el asunto. Se supone que éste es mi oficio. Esto es lo que soy. Un músico, o cantautor, un tipo que escribe canciones y luego sale a cantarlas por ahí. Y, precisamente, es eso lo que hoy por hoy hago en España: tengo un grupo, ensayamos distintos repertorios, y luego salimos a recorrer las rutas españolas, cantando en los ayuntamientos, teatros o casas de cultura en donde nos contratan. No hay nada misterioso ni excesivamente glamuroso en ello. Simplemente, cumplimos una función: la de entretener, o la de hacer conciertos temáticos específicos, para el día de la mujer, para el día del libro, para el día de la inmigración, de la interculturalidad, del aniversario de los ayuntamientos democráticos, las fiestas de un pueblo, o lo que sea: hacemos música, porque ese es nuestro oficio, y nos pagan por hacerlo. Eso implica ensayos, viajes, inversión en tiempo, en instrumentos, en gasolina para los viajes, en alquiler de hoteles, en comidas o desayunos o meriendas, es decir: tiempo y dinero. Por eso nos pagan. Y así debe ser. No hay nada mágico, insisto, ni misterioso en ello.

¿Por qué entonces, sería la pregunta, yo debería pagar el alquiler de una sala para presentar mis canciones o las del grupo, si habitualmente nos contratan –y nos pagan- por hacerlo? ¿Por qué pareciera que debo andar pidiendo permiso –o favores- para tocar en Granada, si en el resto de España nos contratan? ¿Por qué debería viajar a la Argentina, por ejemplo, y tener que alquilar una sala o pedir un lugar para tocar, y pareciera tener que mendigarlo? ¿Qué a nadie le interesa? Eso ya lo sé. Precisamente por eso. Porque a nadie le interesa ni pareciera importarle, cuando viajo a la Argentina, voy a visitar amigos y familia. Punto. Para trabajar con la música, me quedo en españa. Y a la Argentina, a mi propio país, voy de visita. Porque no puedo –no debo, en realidad-, olvidar las razones –las muchas razones- por las cuales emigré: precisamente por eso, entre muchas otras: porque no se respetaba el oficio, mi oficio. Porque pareciera que siempre debía andar rindiendo pleitesías para poder tocar en condiciones dignas. No pido nada raro: un buen lugar, un sonido mínimo, una “especie de” camerino –o sala destinada a tal efecto, donde poder cambiarnos de ropa antes de salir a tocar-, y que luego nos paguen por hacerlo. Yo hago –hacemos- nuestra parte, que ellos –los demás-, hagan lo que tienen que hacer.

Incluso aunque no haya dinero, por si no quedó claro. Es decir, yo no tendría –de hecho, lo hago muchas veces-, problemas en salir a tocar gratis si la ocasión así lo requiere, o si es un concierto benéfico, por ejemplo, pero siempre y cuando todos actuemos gratuitament. Los que imprimen los carteles, los que salen a pegarlos, el que monta el escenario, el que hace las luces, el que opera el sonido, el que alquila el sonido, es decir, todos. No solamente que te vengan a buscar para un concierto benéfico, y resulta que los únicos boludos que no cobramos, ¡somos los músicos! Esa historia ya me tiene harto.

Siempre lo digo, pero no está mal repetirlo: cuando yo llamo a un fontanero para que me arregle el calentador, o a un electrista para que arregle alguna avería en el departamento en dónde vivo, el tipo viene, hace su trabajo, y yo le pago. No puedo no pagarle. Bueno, con los músicos, debería pasar lo mismo. Si te llaman para tocar, sea un bar, un teatro, un chiringuito, una casa de cultura, o el Royal Albert Hall en Londres, te tiene que pagar, macho. Y pronto. No a los seis meses, como ya están haciendo muchos ayuntamientos españoles excusándose en la remanida crisis económica. Porque, que yo sepa, los técnicos de cultura, o los programadores de los ayuntamientos o los teatros, esos cobran sus nóminas mes a mes. Como es lógico. Porque no se puede vivir trabajando pero sin cobrar. Bueno, con los músicos, aunque algunos aún crean que no, ocurre exactamente lo mismo. Este es nuestro trabajo, debemos cobrar por ellos. Se hace el trabajo, y se debería cobrar. Punto. No hay misterio en ello. No debería tener que pedirle favores a nadie. No me suma ni me aporta nad ir a tocar a cualquier lugar, como haciendo un favor, y luego cobrar ese show a los seis meses. Es absurdo. Lo siento. Con eso, yo al menos, no transo más.

Algunos amigos voluntariosos me dicen, por ejemplo: “ven a tocar acá, yo me ocupo de pegar carteles, de invitar a gente, de venderte entradas, asi vienes una vez, y la próxima…” No. No hay próxima vez. Yo no puedo viajar a la Argentina 3 o 4 veces al año, que sería la forma de capitalizar ese trabajo. Yo no puedo –no debo, en verdad-, poner a mi amigo a vender entradas o a pegar carteles, para tocar en un bar, por ejemplo. Porque, además de estar fomentando el voluntarismo, que no es lo mismo que la voluntad ( porque mi amigo lo hace de onda, de favor, no porque sepa hacerlo, sino sería un productor de espectáculos), en realidad, le estoy haciendo el caldo gordo al bolichero, al dueño del bar: él es quien tiene que ocuparse de hacer publicidad, de pegar carteles, de vender entradas, y de ocuparse que su bar esté lleno el día de la actuación. Esa es su inversión. Y es también su garantía de continuidad, porque, si él hace bien su parte –es decir, convoca gente a su bar-, yo debo hacer la mía: hacer un muy buen show, para que a la gente le agrade, y vuelva otro día.

Como verán, siempre hay tela para cortar en estos temas.

Hasta la próxima.

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