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marioojeda

De ida y vuelta

De ida y vuelta

Los tiempos cambian, permanentemente. Esto lo escribo siempre también, pero no por eso voy a dejar de insistir en ello. Aún hay gente, parece mentira, que no alcanza a verlo. Pasa con la música, por ejemlo. Mejor dicho, con los músicos: hay quiénes todavía gastan un dinero importante en grabar y editar un disco. Cuando terminan todo el proceso, se dan cuenta que no tienen nada. Me explico: tienen el disco, el soporte físico, que pueden vender en los conciertos. Punto. No tienen la difusión radial, el pautado publicitario, los carteles, la promoción, los discos expuestos para la venta en la mayor cantidad de tiendas posibles, etc. Es decir: no tienen nada. Lo dije al principio. ¿Cuál es la diferencia sustantiva entre un trovador anónimo (que da vuelta por distintos bares de su ciudad natal, cantando sus canciones para los veinte freakies que alimentan el circuito de canción de autor, sea en México, en España o en Argentina), y otro trovador, tan anónimo como él, que se gasta una pasta en grabar y editar un disco, para seguir siendo tan anónimo como el otro?

No me malinterpreten: yo también lo hice. Me gasté todos los ahorros de una temporada de verano, doce horas diarias de trabajo, en grabar y editar mi primer disco, allá por 1996. Después, cometí el mismo error en 1997. En 1998 -¡hace casi trece años!-, desperté y dije: “¡al diablo con los discos! Debo empezar a viajar, a nutrirme de experiencias para escribir mejores canciones… Sigo con esa idea hasta hoy. Y este concepto es, en verdad, día tras día más palpable.

Para explicarlo mejor: un disco, el soporte físico como tal, tenía sentido real cuando se vendían discos. Cuando no existía la posibilidad de copiarse ese disco a una cinta de casette. A partir de ese momento, cuando ya dejó de importar el soporte, ya que cualquiera podía hacerse con una copia –y ahora son copias digitales, con lo cual la calidad de esa copia es prácticamente igual al original-, ya dejó de tener sentido. No lo digo yo. Es una verdad de perogrullo. Es lo que la gente decidió como tal.

Ocurrió lo mismo con el formato de compresión MP·3, ahora llamado simplemente mp3. Cuando salió, sus detractores le tiraron con todo: que era de peor calidad que el audio waw, que las frecuencias se perdían, bla, bla. Lo cierto es que hoy, todo el mundo escucha, copia, parte y reparte sus canciones en mp3. Fin de la discusión. La gente decidió. Tema cerrado. Por más que se inventen impuestos a las copias digitales, que el canon, que la ley Sinde acá en España, o lo que fuera, ya perdieron el tren. El mp3 se deja escuchar –seguramente, a pesar de la pérdida de algunas frecuencias no audibles enteramente por el oído humano, suena infinitamente mejor que cualquier vieja cinta a casette o del magazine, que viejo soy, que conocí el magazine-, y no solo eso. Es liviano, se puede enviar por correo electrónico, se puede colgar –y descolgar- de infinitas páginas de internet, que dan la vuelta al mundo, sin necesidad de intermediarios. En un reproductor del tamaño de un mechero o encendedor, caben una impresionante cantidad de canciones. Ya está. A eso no hay vuelta que darle.

Ahora, compañero trovador, colega de oficio, tampoco hay que cometer el error de pensar que por subir tus canciones a varias páginas webs, y llenarte de “amigos” linkeados, tu material es más conocido que antes. No. En absoluto. Sigues siendo anónimo. Tus canciones no las conoce nadie.

Acá volvemos al lei motiv de esto que escribo. Aún hoy, a pesar de todo, el negocio para un tipo que escribe y canta sus canciones, sigue siendo que te fiche una discográfica. Y cuanto más grande y poderosa económicamente, mejor.Que tenga una ediutorial que te adelante un dinero por tus canciones, que se preocupen por venderla a telenovelas, a distintas agencias de publicidad, a empresas que necesiten material, etc. No porque vayas a vender más discos así. Casi nadie vende discos ya. Sino, sencillamente, porque lo que las grandes discográficas aún te siguen dando, es difusión. Asi de sencillo. Difusión paga, obviamente, que es la única manera de asegurarte una difusión real. Con otras ventajas, además. Ellos aún monopolizan los canales de difusión, valga la paradoja. Por más que te digan que internet es una ventana abierta al mundo –que lo es-, está regida por un sistema de valores económico. Simple y sencillito de entender.

Tomemos el caso de Spotify, esa plataforma –fantástica, por otro lado-  en la cual uno puede, fácilmente, escuchar toda la música que se le ocurra, y además, gratis. Vale. Si quieres confeccionar tu propio CD, debes pagar 1,30 euros por cada canción que quieras descargarte de allí, pero… ¿quién va a pagar por descargarse canciones, si puede escucharlas gratis? El éxito mismo de la plataforma reside precisamente allí: es gratis instalarla en tu ordenador. Y es gratis escuchar todas las canciones que quieras. Ahora bien, esa gratituidad, te obliga cada tanto a escuchar publicidad. ¿Publicidad de qué? ¡De artistas! ¡De artistas pagados por grandes discográficas! Por más que, abriéndose una cuenta “premium”, como la llaman, uno mismo pueda subir sus canciones a “Spotify”, las canciones que más se escuchan son, qué duda cabe, las más conocidas. Nadie entra a Spotify para escuchar a Mario Ojeda, a Pepe Gómez o a Pirulo. No. Entran para escuchar a Alejandro Sanz, a Shakira, a Juanes, a Melendi, a Fitto y Fittipaldis, a Eric Clapton, a Mc Cartney, a quien sea. La reciclación de lo obvio, digamos. Es otra fórmula, nada más, para que escuches siempre a los mismos. No es una herramienta valedera de promocionar tu material, amigo cantautor, músico que estás intentando abrirte paso en ésta jungla. Aunque lo parezca, no lo es. Si es interesante para escuchar música, mucha, sin pagar nada. Pero nadie va a entrar a Spotify para descubrir “nuevos valores”. La gente entra para escuchar a Neil Diamond, a Pink Floyd, a Cream, a Génesis, a Yes, gente que lleva 40 o 50 años dando vueltas en éste negocio, y que, precisamente por eso, son considerados “clásicos”. Yo mismo lo hago, y me parece maravilloso. Pero no es “el santo grial” desde el cual un artista novel puede difundir gratuitamente su material. Es sólo otra forma más para que la gente escuche lo que “ellos”, los dueños del negocio, digamos, quieren que la gente escuche. Es así de sencillo.

Que algo hemos avanzado igual, ¿eh? Y notoriamente, además. Tener la posibilidad de comprar algunos asequibles instrumentos coreanos o indonesios a muy buenos precios, un par de micrófonos, y de poder grabar tus canciones en tu casa, en cualquier ordenador, en un multipista digital, con efectos, etc., es un avance sustancial. Es cómodo, práctico, limpio, suena bien, para los estándares normales es más que suficiente. Pero nunca se puede comparar eso con una grabación hecha en un estudio de verdad, con instrumentos y equipos de verdad, insonorizados, registrando algo más que notas musicales: estas “registrando”, fotografiando, digamos, no sólo un tema musical: estás registrando un momento histórico, producido por uno mismo, y los demás músicos participantes en esa grabación. Y a eso no hay con qué darle, aunque queramos disimularlo, poniéndole más reverb o delay. No llegamos a la magia.

Otro día los sigo desilusionando otro poco. Hasta entonces.

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