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marioojeda

Hábitos y pesares

Leía tiempo atrás un reportaje al Chango Spasiuk, donde este insigne acordeonista y músico litoraleño contaba que se había comprado una casa con un terreno muy amplio en Brandsen, provincia de Buenos Aires (donde, por cierto también muy cerca vive Yamila Cafrune, la hija del recordado Jorge), con la ingenua esperanza de sembrar una pequeña chacra y plantar naranjos.

Pues bien, hete aquí que sí, empezó a trabajar en su quinta, a sembrar zanahorias, tomates y demás, y que al poco tiempo empezó a sentir una creciente dureza en sus dedos, en sus manos, en sus articulaciones en general, que no le impedían realizar actividades en su vida diaria, pero que sus dedos sufrían, y al sufrir, “sentía claramente como cada vez me resultaba mas difícil tocar el acordeón o la guitarra, así que, con dolor, tuve que dejar de hacerlo yo y contratar a un jardinero”.

Esto, que contado así puede sonar irrisorio, la realidad es que no deja de ser una cruda realidad. Es decir, “para escribir canciones se necesita estar al cohete”, como decía alguna vez don Horacio Guaraní.

Y para tocar algún instrumento con cierta habilidad, además de dedicarle horas, uno necesitaba saber que es eso realmente lo que quiere hacer, sobre todo si se tienen aspiraciones profesionales, y que generalmente el hacerlo es incompatible con otras cosas. Como todo, el hábito puede no hacer al monje, pero sí es cierto que la práctica requiere tiempo, dedicación y esfuerzo.

En la vida diaria, muchas veces me encuentro despotricando contra la realización de ciertas actividades (cambiar la gomita de un grifo, cargas cosas pesadas, coger un martillo para realizar alguna actividad por ejemplo), y aunque me viejo hubiese dicho “eso sí, la guitarra si, pero nunca agarrar una pala para trabajar”, la realidad es que agarrar una herramienta de trabajo, por cualquiera que ésta sea, implica necesariamente quitarle tiempo y práctica a tocar la guitarra, o garbar, o pasar en limpio una canción, o corregir su métrica o su rima, o cualquier actividad relacionada con el oficio en sí.

Estoy es lo que soy, esto es lo que hago, y la verdad es que no quiero, pero la verdad es que tampoco puedo hacer otra cosa.Cualquier distracción (y ya hablamos en otras crónicas de lo mucho que tiene que ver la obsesión en éste oficio), necesariamente nos va a distraer de nuestra actividad principal.

Y ya no puedo ni quiero hacerlo. Me pagan por tocar, y muchas veces la gente te dice “que vida fácil tienes, coges el auto, conduces hasta el lugar del show, luego tocas, la pasas bien, y encima te pagan por eso…”, pero no se ven las horas de ensayo, ni las horas conduciendo solo por distintas carreteras, ni que después del concierto muchas veces no te compensa quedarte a dormir en un lugar, en un hotel cualquiera, y debes coger el coche de regreso, y conducir dos o tres horas de vuelta a casa. Y que sacas cuentas, y saliste de tu casa a las cuatro de la tarde, y terminas regresando a las tres de la mañana. Y quizás al otro día lo mismo, que bienvenido es cuando tienes dos o tres conciertos seguidos. No me estoy quejando, ojo, estoy ejemplificando una realidad.

O que te toque un día de lluvia (o de nieve, como nos ha pasado ya varias veces), y que uno tiene que salir a la carretera igual, con todo el riesgo que esto implica.

Pero es parte del trabajo. De éste trabajo en particular. Te ven la cara de felicidad en un concierto, pero no ven que todos los días te levantas a las siete de la mañana para estar a las ocho en la oficina, enviando mails, “conspirando” (en palabras de Vicente Feliú), o llamando por teléfono a distintos ayuntamientos, para tratar de vender un show.

Nadie viene a tocarte la puerta para decir “quiero contratarte para que vengas a cantar a tal lado”. No. Uno tiene que “buscarse la vida”, como dicen por acá, golpear puertas, insistir, llamar una y otra vez, todo para conseguir un “toque”, como dicen los uruguayos. Y ese es verdaderamente el trabajo. Bueno sería, por otro lado, que alguien se ocupara de eso por vos, que tuvieras gente trabajando por y para vos, y que uno pudiera dedicarse solamente a ensayar, a preparar sus conciertos, a memorizar las letras o amoldar las voces, a definir distintos arreglos musicales para un show.

Pero no: los márgenes son tan estrechos que uno, necesariamente y la mayoría de las veces, necesita desdoblarse y hacer varias tareas a la vez, para poder seguir en la rueda.E insisto una vez más: no me estoy quejando. Esto es lo que elegimos.

Sólo lo describo porque alguien tiene que hacerlo, porque es un trabajo, se quiera ver o no, y hacerlo implica también hacer un montón de cosas que, la mayoría de las veces, poco y nada tienen que ver con lo musical en sí.Es mas, me atrevería a decir que, la mayoría de las veces, son mucho más amplias las actividades extramusicales que el simple hecho de ofrecer un show.

Y no hay vuelta de hoja. O lo haces, o mejor te dedicas a otra cosa.

Por eso insisto permanentemente en las viscisitudes del oficio de cantor en sí. No por quejarme, sino para dejar constancia.

Hasta la próxima vez.

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