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marioojeda

De generosidades y otras yerbas

De generosidades y otras yerbas

Dicen mis amigos que de adolescente, jugaba muy bien al fútbol. Debe ser cierto. Me gusta, al menos, creer que era así. Pero había que entrenar… ¡te hacían dar dos o más vueltas alrededor de la cancha grande!... para calentar…Y después: flexiones, abdominales, elongaciones, ejercicios asimétricos, etc. Un garcha. Por eso –entre otras cosas-, dejé de jugar con actitud profesional. Años depués, leía en una revista deportiva, una famosa anécdota de César Luis Menotti, de la época que era el “5” de Boca Juniors. Resulta que, durante un partido donde el recordado “Tanque” Alfredo Rojas le recriminó porque no había corrido más en tal jugada para recuperar la pelota, y el flaco respondió: “¡Pará, Tanque!, lo único que faltaba: a ver ahora si para jugar bien al fúbol hay que correr…” Me acuerdo de esa frase cada vez que veo jugar a Riquelme, por ejemplo, confirmando la sentencia de Menotti.

Con las artes marciales me ocurrió lo mismo: hice yudo, taekwondo, karate, kung fú, en una época en que tales prácticas era poco menos que misteriosas. Se me daba bien, la verdad. Hace poco me escribía un mail Abelardo Benzaquen, a la zazón, hoy 5to Dan de TaeKwonDo en Argentina, y una de las referencias a nivel nordestino de éste arte marcial coreano, y me decía: “Tenías un talento natural increíble para esto, amigo. No sé porqué no seguiste…” ¡Porque había que entrenar, Lalo!... le respondí: otra vez esa historia de abdominales, flexiones, estiramientos… no, eso no era para mí.

Por eso me dediqué a la guitarra: me resultaba atractivo y absolutamente despreocupado escribir canciones. Quizás, incluso, más el escribir que el tocar la guitarra. Me lo dijo hace poco vía mail otro cantautor amigo, Alberto Caleris, quien vive hace una pila de años en Quito, Ecuador: “Escribís bien, quizás te equivocaste de oficio, che…” Ya. Les digo más: es probable que hasta tenga razón. Lo cual hubiese confirmado totalmente mi vocación casi plena por una vida absolutamente sedentaria, dándole, además, una vez más la razón a mi viejo cuando decía: “¡pero a éste no le gusta trabajar!...”

Pero en realidad si. Sólo basta mirar un poco atrás, en éstos treinta años, para darse una idea de que, si, puede que no me guste, pero que nunca dejé de laburar. Sobre todo, porque trabajar en lo mío, no es un trabajo para mí. Puedo pasarme doce horas seguidas escribiendo, o grabando, o produciendo un concierto. Cuando acabo, terminas desmayado, claro está. Pero antes no.

Y, en el fondo, vamos llegando al quid de la cuestión.

Varias veces a lo largo de éstos años, me han agradecido, directa o indirectamente, mi supuesta “generosidad”… ¿Respecto a qué?, he preguntado. Y me han dicho: “porque sí, porque no te guardas data, porque la compartís, porque nunca tienes problema en pasar el teléfono de un contacto, de un bar, de un lugar donde tocar, lo que sea. Es más, muchas veces hablás directamente vos, y nos conseguiste cosas…” Ah, era eso. Bueno, respondo: “Mirá, loco, es cuestión de sentido común –que todo el mundo sabe que es el menos común de lo sentidos-. En primer lugar, sino te pasa la data yo, antes o después te la pasará otro, y no quiero quedar como un reverendo egoísta al pedo. Eso, para empezar. En segundo término, yo no puedo tocar en el mismo bar más de 3 o 4 veces al año, porque la gente –y el dueño- se aburrirían de mí, asi que, ¿Qué tiene de malo para mí pasar esa data?...” Y finalmente, desde la escuela primaria, la escuelita 26, allá en Resistencia, Chaco, mis maestras me enseñaron - lo mismo que mis padres y mis abuelos en mi casa-, que palabras como responsabilidad, compromiso, lealtad, fidelidad, etc., no eran palabras vacuas. Yo crecí y soy así, lo siento mucho. No puedo ser de otra manera. Es muy fácil ser generoso con lo que te sobra. Pero eso, en realidad, no es generosidad. Lo jodido es tener sólo un tomate en tu heladera, un huevo, y media taza de arroz blanco hervido, y que venga algún amigo a comer, y vos lo invites, y compartas eso que, en realidad, debía alcanzarte para vivir dos días. Eso ser generoso: compartir lo poco que tengas. No regalar lo que te sobra, con aire de suficiencia. Eso no es generosidad. Eso es una puta mierda.

Hablar de lealtad, de fidelidad a una idea, de ser consecuente, es fácil pero vacío si no lo aplicas luego. Si hablas de “vamos a tirar de éste carro juntos”, y los bolos que consigo yo, los compartimos. Pero los conciertos que vos conseguís, los hacés solamente vos, ahí no estás tirando del carro conmigo. Estás siendo egoísta.

Prometer llegar a horario, por ejemplo, y después no venir, o llegar tarde, eso no es responsabilidad. O prometer cualquier otra cosa, y llegado el momento decir, “ah, lo siento, no puedo hacerlo”, eso no es ser responsable.Tomar el compromiso de ensayar, por ejemplo, y después inventarte excusas, y no venir, eso no es tomar partido o compromiso con algo. Mantenerte trabajando siempre con la misma gente, en vez de abrir tu cabeza para trabajar con otros, que incluso podrían hacerte el trabajo mejor o más barato, eso no es lealtad. Eso es boludez, directamente. Y las culpas siempre las terminan pagando otros. Porque uno debe serle leal a la gente que está con uno, en la trinchera, no con soldados del otro bando. Ni siquiera aunque sean soldados de tu bando, pero de otra trinchera. No. Uno debe serle leal y cuidarle el culo al tipo que está al lado tuyo, en la misma trinchera, porque ése es quien puede salvarte el tuyo llegado el momento. O dejarte tirado en el medio del campo de batalla, porque no le fuiste leal. Es así de sencillo.

Así no todo es cuestión de generosidad, compromiso o lo que sea. Es cuestión de actitud, como siempre digo. Ya, que no todo el mundo tiene actitud. Pero es la base de todo. De nda isrve que seas el guitarrista más rapido de la historia, si te paras mal en un escenario, o sólo tocas para lucirte, en vez de en pos de la canción. Tocar cualquier insturmento debería ser como dialogar: hay pausas, y espacios, y silencios, para meditar lo dicho, para que el otro medite sobre lo que has dicho, para que quien esté dialogando –o tocando- con vos, pueda meter un bocadillo. O algún fraseo de saxo o de piano, por ejemplo. Si solamente hablas vos, macho, va a llegar un momento en que nadie va a querer dialgoar con eso. Sobre todo, sino quieres escuchar. O haces como que escuchas y prestas atención, pero luego vas a tu puta bola. Y encima lo haes mal, precisamente por no haber escuchado.

Porque llegará el momento en que “la fábula acabe”, como digo en una canción, y te va a encontrar más solo que la una, y sin tiempo ni lugar para arrepentimientos. Porque, además, y como en aquella fábula del pastorcito mentiroso, cuando digas “¡ahora es verdad, vengan a ayudarme!”, nadie te va a dar bola ya.

Y eso puede pasarte en unos años, en unos días, o mañana mismo, quien sabe.

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 5/02/2011

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