Blogia
marioojeda

Simples disquisiciones sin importancia

Simples disquisiciones sin importancia

La verdad verdadera es que, hay tantas cosas que quiero decir, y explicar, que muchas veces me quedo sin argumentos… mejor dicho: sin tiempo real para plasmarlas en un papel. Y esto, con el agravante que uno muchas veces se plantea “¿para qué?”, que no es menos concreto el interrogante… Algunos amigos me dicen “deberias haberte dedicado a escribir, simplemente, en vez de volcar lo que pensás en canciones…” Es probable que tengan razón. Mejor dicho: es altamente probable que sea así. El paso del tiempo, por ejemplo, no hace nada por demostrarme lo contrario. Por decirlo de otro modo: el pretender ser profesional de un oficio cualquiera –es decir, “vivir de ello”-, suele mezclarse indudablemente. En el caso de los músicos o actores: a mayor “reconocimiento” popular, mayores posibilidades laborales. Con los escritores pasa lo mismo, pero tienen una gran ventaja: un músico popular, por ejemplo, va perdiendo los pelos, la voz, etc., y eso va, indudablemente, en detrimento de sus posibilidades laborales. Con un escritor, por el contrario, no pasa eso: nadie paga una entrada para ver a un escritor. Se compran sus libros, si interesan. Y cada vez menos. Pero el tipo puede seguir escribiendo, pelos más, pelos menos, mientras mantenga una cierta coherencia al escribir… digo, pienso, no sé.

En el fondo, igualmente, son disquisiciones casi “sentimentales” de alguien con cierto tiempo libre –aunque el tiempo me lo invente, sacrificando horas de sueño-, pero a nadie le importa, igual. Quiero decir, cada uno se rasca donde le pica ¿Qué le importan a un Serrat o a un Sabina, por ejemplo, mis humildes disquisiones? Pero, debo decir, precisamente estas humildes disquisiciones, son las que me han mantenido vivo todos estos años. No concibo la cabeza solamente como un mueble para sostener el pelo. Más allá de mis méritos, de mis logros, o de la nada, yo, primero, siento. Luego, pienso. Luego, existo. Soy así, simplemente.

La cotidianidad, o la abulía, por decirlo de otro modo, no me quitan la permanente “necesidad” de estar atento. No puedo vivir de otro modo. Aunque tenga que trabajar doce horas diarias, como he tenido que hacer muchas veces, eso no me impidió hacerme un tiempo para seguir escribiendo canciones, para seguir tocando la guitarra, para seguir narrando mis sensaciones, para seguir sintiendo, para seguir pensando, en suma. No es poco o mucho mérito. Es como soy, insisto, simplemente.

Lo único que pretendo con éste sencillo razonamiento, no es más que una forma de alentar a aquellos que puedan sentirse desorientados o deprimidos. Siempre hay motivos para sentirse mal, pero uno debe pasar por encima de ellos. Es mejor, siempre, focalizarse y saltar por sobre ellos. La vida vale la pena, siempre. Y uno no puede detenerse por estupideces como la falta de trabajo, o que alguien no sienta la misma convicción que uno, o no encare las cosas de la misma manera. Hay que seguir viviendo, hay que seguir buscando. Ya aparecerá alguno que sienta igual que uno mismo. O varios.

Y, por otro lado, uno no puede medir sus logros artísticos por el poco, mucho o nulo reconocimiento popular que consiga. O si, todo depende. Depende de mi estado de humor, digo. Suele no importarme. Es decir: me importa un comino. Pero a veces te jode, ¿eh? Quiero decir, que logre reconocimiento popular y económico cada uno que… pero, bueno, qué se yo, no hay mal que por bien no venga. Uno debe seguir insistiendo, no hay otra. Eso sí, ya lo dije en otra oportunidad: solamente los que triunfan son creíbles. Los demás, estamos haciendo muescas con un dedo sobre un vidrio empañado: a nadie le importa lo que escribimos. Aunque podamos tener razón.

Igual, a veces un pequeñor econocimiento en froma de carta o unas breves líneas por mail de algunos amigos artistas consagrados, eso ayuda para mantener cierto espítiru crítico y de dignidad, digamos. Y no estoy hablando de dinero. Simplemente unas palabras de aliento, eso suele venir bien. Aunque no alcanze para pagar el alquiler o llenar la heladera. Pero ayuda a mantenerse en la brecha, digamos.

Con los instrumentos del músico pasa eso, por ejemplo. Cuando uno empieza (¡y después también!), quisiera comprarse todos los instrumentos exhibidos en cualqueir tienda de música. Con el tiempo, uno suele entender que con uno o dos instrumentos es suficiente. Para el caso de los guitarristas por ejemplo, una buena acústica, una española, una guitara eléctrica medianamente decente es suficiente. No hace falta más. Para crear, digo. Para escribir canciones. Después, si, podemos discutir cuánto más es necesario para salir a tocar en directo, para poder mostrar esas canciones lo más dignamente posible. Pero una cosa no quita la otra. Quiero decir, normalmente, con lo citado alcanza. Como decía antes, incluso, en el caso de los escritores, ni siquiera eso. Con un ordenador, y tiempo libre, y algunas ideas narrativas frescas, uno puede dedicarse  a escribir. Que luego lo que escriba sea más o menos interesante, atractivo para el público o no, eso ya es otra cosa. Pero digamos que, para empezar, con eso alcanza.

Y a muchos hasta les va bien y todo.

Lo mismo debería ocurrir con las canciones. Es decir. Uno debería poder sentarse a escribir canciones, y luego salir a cantarlas por ahí. Parece simple, no lo es. Pareciera que tenés que andar pidiendo permiso para mostrarlas. Peor aún si quieres cobrar por hacerlo. Es decir, que te paguen por tocar la guitarra, eso ya es mucho más difícil. Fíjense si estará torcido todo, que, cada vez más habitualmente, el músico paga para tocar. Absurdo. Por donde lo mires. Pero si quieres tocar con tu banda en una sala medianamente bien acustizada –para no molestra a los vecinos-, con un buen sonido, con unas luces mínimas, debes alquilarla. Es decir: pagar por ella. Y salir a vender entradas, a tus parientes, amigos, compañeros de trabajo, etc. A ver si, llenando más o menos la sala en cuestión, podés salir hecho y no perder dinero… vaya chiste.

Bueno, pero, como decíamos al principio: al que quiere celeste, que le cueste.

Así que, ¡a insistir!

Hasta otra vez.

0 comentarios