Blogia
marioojeda

Acerca de lo necesario y lo redundante

Acerca de lo necesario y lo redundante

El acceso a determinada información, muchas veces, suele hacernos perder la perspectiva de las cosas. O, para decirlo mejor, demasiada información, a veces, resulta problemática o redundante. Con los elementos para trabajar, por ejemplo, suele ocurrir exactamente lo mismo. No sé al lector, pero a quien esto escribe, le ocurre esa sensación cada vez que entra a una casa de música, a una librería o a una ferretería, por ejemplo. Dicho de otro modo… ¡quisiera comprar todo lo que veo! Pero, la verdad verdadera, digamos, es que normalmente uno no necesita ni siquiera el 10 % de lo que ve. Pasa con las herramientas, con los artículos de librería –a mi me puede el “olor” de las librerías, es como oler una guitarra nueva, sobre todo si es acústica, ese olor a la madera, al barniz…-, y pasa también, obviamente, con las guitarras o instrumentos necesarios para hacer música. Como esa gente, colegas, músicos amigos, que sufren de GAS (síndrome de adquisición compulsiva, las siglas en inglés), que no pueden parar de comprarse guitarras, o pedales de efectos, o lo que fuera.

A mi me pasa, en ese caso, excatamente al revés. No sufro de GAS, felizmente, porque nunca tuve ni siquiera para comprarme una guitarra decente. Y ahora que puedo, aunque sea a crédito, ya no me interesa. Además, suelo generar con ellas una relación casi “matrimonial”, digamos, y cada vez que toco mucho tiempo con alguna –para ensayar, para grabar, o lo que sea-, suelo agarrar otra luego para acariciarla mientras tomo unos mates, o miro televisión, por ejemplo, porque sino, siento que las estoy abandonando, o traicionando. Me pasa esto, incluso, con las personas: suelo escribir o llamar por teléfono a gente con quien hace mucho no hablo, simplemente para decirles que les quiero, o que suelo pensar en ellos porque, además de ser verdad, no me causa ninguna gracia la idea de que, siquiera, puedan llegar a inferir que no me importa saber nada de sus vidas. Porque no es cierto. Porque tengo memoria. Y sobre todo porque, como siempre decía mi quería tía Lilián, “la capacidad de amar es infinita”. Es decir, no es que uno se queda sin resquicio de cariño por tener amigos nuevos. No, uno los quiere, pero también sigue queriendo y extrañando a sus viejos amigos…

Ahora que lo pienso, lo mismo me pasa con las mujeres, pero… ¡no se lo cuenten a nadie! No, en serio, el hombre no es monólogo por naturaleza. Nunca lo fue, ni lo será. Y ojo que digo “hombre” en carácter genérico –pueden reemplazar esa palabra por mujer, si así lo prefieren-. Es decir, a ellas también les pasa. Ocurre que uno debe elegir, y entonces elige: elige quedarse en casa mirando televisión en vez de salir a tomar algo por ahí. O elige salir a cenar, en vez de ir al cine –o viceversa-. Y elige permanecer fiel a su matrimonio o pareja por una cuestión de pura elección, o convencimiento, y no porque la sociedad así lo indique. No sé a que venía esto… ah, si.

Bueno, que cada uno es lo que es, al fin y al cabo. Esto es lo que qería decir. En mi caso, por ejemplo, llevo ya 33 años escribiendo canciones, y casi cuarenta con la guitarra a cuestas. Algo debería haber aprendido pero, en cualquier caso, esto, lo que hago, es lo que soy. No puedo negarlo. Ya no puedo cambiarlo. Ya no me interesa cambiarlo, o hacer cualquier otra cosa. El año pasado, por ejemplo, estaba con mi hijo Gonzalo visitando a un amigo en Barcelona quien, por cierto, es un payaso. En el buen sentido del término. Es decir, es “clown”. Hce malabares, magia, humor, equilibrio en monociclo, anima fiestas infantiles, y también presentaciones de productos, para mayores, suele ser contratado mucho por empresas de telefonía, o empresas en geenral para sus fiestas de fin de año, anima fiestas privadas, etc.

Hablando de esto mismo, me decía -entre risas- que un tiempo atrás había ido a cenar a casa de una de sus novias, y en lo mejor de la velada, el padre de la novia le preguntó. “¿Y vos, a que te dedicas?..” Bueno, soy payaso, trabajo de clown, respondió. Animo fiestas, me contratan empresas privadas, también de ayuntamientos…”, a lo que su “suegro” en ese momento, respondió. “Si, que está bien. Pero, ¿qué vas a hacer después en la vida?...”

Mi amigo, extrañado, después de un silencio que le pareció eterno, respondió: “No, la verdad no lo pensé…”, contaba había respondido. Es decir, no es que no lo haya pensado, me decía. Micabezadaba mil vueltas porque, simplemente, esto es lo que soy, esto es lo que yo hago. A un médico, por ejemplo, cuando se recibe, nadie le pregunta “después que va a hacer de su vida”. No. Es médico, y punto. Ese es su oficio, su profesión. Yo he actuado en Bagdad en el 2003, apenas un mes después de la guerra, porque pertenezco a “payasos sin fronteras”, una organización en la cual, precisamente, hacemos eso: viajamos a lugares con problemas para tratar de llevarle un poco de alegría a la gente. Vivo en Barcelona, y vivo de mi oficio. A veces mejor, a veces peor. Pero esto es lo que soy. Llevo más de veinte años haciéndolo. He estado en distintas partes del mundo, trabajando en la calle, pagándome así viajes, estadías. Pero… ¡nunca nadie me había preguntado que iba a hacer “después” con mi vida!...”, me contaba entre risas.

Y es que las cosas funcionan así, ciertamente. Como siempre digo, “solamente los que triunfan son creíbles”. No importa a que te dediques. Puedes ser cantante, empresario, payaso o puta –o puto, que más da-. Si eso te hace famoso y puedes ganar un dinero importante, hagas lo que hagas, y si esto te da para vivir con holgura, entonces, nadie te pregunta con demasiada insistencia a que te dedicas. Ahora, que si sos anónimo, o vives al día, ahí cagaste, macho, esa pregunta vendrá más tarde o más temprano, pero vendrá.

No importa que lleves 20 o 30 años desarrollando un oficio “no convencional”, digamos. No importa si has formado una familia, si tienes hijos o no, si te las arreglaste para vivir con cierta dignidad hasta el presente. No importa si en ese tiempo podrías haberte recibido o titulado en cuatro “carreras tradicionales”, por decirlo de algún modo. Lo que importa es, “tanto tienes, tanto vales”. O mejor aún, “tanto debes, tanto vales”. Porque si dices, por ejemplo, “me compré un departamento”, todo el mundo te felicita, no importa si te gastaste todos tus ahorros para la entrega, el piso en cuestión ahora es del banco que te dió el crédito, y ahora estás agarrado de por vida, debiendo una pasta más unos terrible intereses. No. Eso no importa. Lo que importa es lo que los otros piensen de vos.

Cosa que me tiene absolutamente sin cuidado a ésta altura, por si no quedó claro aún. Y no sé porque empecé hablando de guitarras…

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 4/5/2011

0 comentarios