Blogia
marioojeda

Sorpresas te da la vida

Fue César Hermosilla Spaak, un viejo y querido amigo, quien alguna vez me dijo, luego de una charla que mantuvimos y de escuchar, íntegro, uno de los tantos casettes con música propia que yo solía desparramar por ahí: “Pero, entonces, ¡a vos lo que te mueve es el resentimiento!...” “ No tengas dudas”, le respondí. “A cada uno le mueven distintas razones. Y a mí me mueve la bronca, ni más ni menos. ¿Está mal? ¿Por qué no puede moverme eso? ¿Sabes? Yo nunca necesité que nadie me pusiera una pistola en la cabeza para hacer cosas. Estoy en éste lío porque me metí solito, porque quise hacerlo, porque quiero. Pero eso no significa que no me jodan un montón de cosas que pienso que están mal… “ (las mismas, por cierto, que años después me hicieron bajarme del tren y abandonar el circo del rock nacional, como entonces se lo llamaba, para aislarme durante diez años en Gesell).

Además, y esto en realidad lo pensé mucho después, y lo pienso ahora, mientras escribo éstas líneas, este mundillo es una lucha constante de egos, de mezquindades, de ver quien primero sube para criticar al otro, al que está abajo o tropezó por algo (la vida misma, en suma),  y para mí, como dijera alguna vez Steve Van Zandt, el guitarrista de Springteen, esto para mí es una religión, y ver la tremenda cantidad de cosas que se hacen dentro de éste ambiente, rencillas, y demás pelotudeces, siempre me pareció un absurdo, porque, ¡joder!, yo creía sinceramente que los artistas eran otra cosa, que ciertas cosas no pasarían en éste gremio.

Pero pasan, claro está. Y me siguen jodiendo. Será por eso nomás que cada tanto me sale la bilis por los dedos, y escribo algunas cosas que levantan escozor. Pero esto es lo que hay. Esto es lo que soy. No voy a tratar de borrar con el codo lo que durante tantos años he venido escribiendo con la mano.

También es cierto que, no jodamos, a mucha gente le ha resultado más fácil. Es decir, cuando quisieron una buena guitarra, su padre les compró una buena guitarra. Algunos arman un grupo, por ejemplo, y a los seis meses están profesionalizados, trabajando de músicos – aunque sean incapaces de hacer cualquier otra cosa-. No es ver la paja en el ojo ajeno, pero hay gente como Litto Nebbia, por ejemplo (a quien admiro profundamente y respeto, porque mucho he aprendido de él), grabó su primer disco a los 17 años. Ni más ni menos. Spinetta, por ejemplo, había grabado el primer disco de Almendra con 20 años.  Serrat, lo mismo. Entonces, han tenido 40 años para desarrollar su arte con cierta tranquilidad. Y ojo que estoy citando gente que admiro, porque no hay reproche en ésta apreciación. Pero no es lo mismo haber grabado para la RCA o la CBS allá por fines de los sesenta, cuando aún se vendían discos, cuando se invertía dinero en nuevos artistas, que editar hoy un CD en producción independiente –es decir, 1000 copias para vender en los conciertos o terminar regalándoselas a los amigos, sin difusión, sin pautado radial, sin nada de apoyo-, que tener toda una estructura detrás que te alivie el camino. Se lo dije una vez a un conocido integrante de la Nueva Trova Cubana, y no le gustó una mierda, pero es la verdad: “Yo en cuarenta años nunca tuve detrás ni un partido, ni un gobierno, ni ninguna multinacional poniendo dinero para difundir mi música, así que yo te respeto, ¿vale? Todo bien. Pero vos respetame a mí. No soy un pendejo. No estoy jugando…” Ahora me trata de igual a igual, mirándome a los ojos, como siempre debía haber sido.

Me pasó en Melopea también, allá por 1996. Empecé a grabar mi primer CD, un par de sesiones otras tantas tardes, a guitarra y voz. No me deban demasiada pelota. Es decir, me trataban bien, con respeto, pero hasta ahí. A la tercera sesión, me aparecí con Moris, y en media hora grabamos dos temas, que luego fueron al disco. Ahí ya la cosa cambió un poco. Al tiempo, quizás un mes después –porque yo iba grabando el disco según iba consiguiendo el dinero para pagar las horas de grabación, en esa época no existían los ordenadores-, aparecí en dos sesiones más con Lalo de los Santos. Después, con Tancredo. Y ya para esa altura el trato había cambiado. Así y todo, un día que tenía hora reservada de grabación, me llegué hasta el estudio, y al entrar, me dicen: “Che, Mario, disculpá, olvidamos avisarte. Pero hoy viene a grabar Facundo Cabral, así que no vas a poder grabar vos…” Lo miré, serio, a quien me había dicho esto y le dije: “Acompañame a la oficina del fondo, que quiero decirte unas cositas…” Nos sentamos, y le dije, claramente: “Mirá, flaco, yo no sé que pensás de mi, ni me importa. Pero voy a aclararte algo. En primer lugar, si algunas veces has podido levantar el tubo para llamarme y decir que habían cambiado los horarios, también podías haberlo hecho hoy. Yo estaba en el microcentro, ni siquiera salí a almorzar, para poder salir antes del laburo. De ahí me fui caminando hasta Retiro, de ahí tomé un tren hasta la estación de Coughlan, después me vine caminando hasta acá, con mi cara de pelotudo, y ahora vos me decís que yo no puedo grabar, a las 9 de la noche, cuando tuviste todo el día para avisarme. A mi me chupa un huevo Facundo Cabral, ¿sabés? Creo, simplemente, que me merezco el mismo respeto que él, ni mas ni menos. Y ahora, ya que vine, me voy a quedar a su sesión…” Me levanté sin decir más –aún cuando él empezó a decirme que en realidad mejor que no, que a Facundo le gusta grabar solo, que no quiere gente en el estudio cuando graba, bla,bla, yo ni bola-, y cuando iba acercándome a la puerta, suena el timbre, abren, era Facundo Cabral, quien me mira y me dice: “¡Chaco!, ¿qué hacés acá?...” por supuesto que me quedé a la sesión, que la pasamos súper bien, y que a partir de ahí me trataron siempre como yo consideraba que debían tratarme. Pero no había ninguna necesidad de llegar a ese extremo.

Años después, allá por octubre de 2007, cuando trajimos a Luis Eduardo Aute a Granada, pasó algo mas o menos similar. Nosotros habíamos fijado en el contrato que íbamos a poner un telonero, que no era yo, sino Fran fernández, un trovador local. Que sí, que no, que nos demora todo, que el sonido, que la prueba, nosotros que le decíamos que estaba escrito en el contrato, al final, tira y afloje, Fran cantó. Pero el ambiente estaba tenso. Mientras esto ocurría, Aute, que estaba encerrado en su camarín con el mánager en cuestión, sale y me dice: “Mario, vení…”. La cara del mánager no tenía desperdicio. “¿Querés un vino?” –bueno, venga…- “Mirá, vamos a hacer así –agarrando la lista de temas y tachando dos con un fibrón-: yo quito éstas dos canciones del repertorio, y vos subís y te cantas un para de temas, ¿vale?...” El mánager, que tenía los ojos como huevos fritos, atinó a decir: “pero, ¿no va a probar sonido?...” Y Eduardo que lo mira y le dice: “¿Este? No- sonriendo-, éste no necesita probar sonido…” Fue lo mejor de la noche, lejos. Eso y que Eduardo, al terminar yo de interpretar mis canciones, subiera al escenario mientras la gente aplaudía, y dijera al micrófono: “ésto se lo debía a mi argentino-granado, éste concierto se lo quiero dedicar a él…”

Pequeñas sorpresas que te da la vida, pero que no quitan mi resentimiento, ¿se entiende?

Como le dijo una vez, por micrófono, allá por 1981, mi querido y admirado Pin Figueroa al mismo César, quien había escrito una nota para éste mismo diario, diciendo “que los músicos, como trabajadores de la cultura, deberían poner su granito de arena y ocupar el lugar que les corresponde como tales, y bla, bla…” Y Pin, con la Grapa Telecaster colgada, en el medio del concierto aquel en Villa Don Enrique, mil y pico de personas, se metió la mano en el bolsillo, y ¡sacó la nota del periódico!, y sacudiéndola, dijo algo así como “al periodista que escribió esto yo quería decirle que el arte y la cultura me las paso por las bolas. ¡Yo lo que quiero es tocar!...” Y los dos tenían razón, que duda cabe.

Hasta la próxima vez.

© Mario Ojeda, Granada, 23/12/2009

 

0 comentarios