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marioojeda

Disquisiciones superfluas acerca de la levedad del ser

 

Decía alguna vez Osvaldo Pugliese, que “la juventud es la única enfermedad que se cura con el tiempo”. Tenía razón, claro está. O como decía mi abuelo: “si el joven supiera, y el viejo pudiera…”. Pero es así. Muchas veces me sorprendo a mí mismo con las cosas que escribo, mano “el hombre con experiencia”, y la verdad, vaya mierda, nada más lejos de mi intención. Sencillamente, voy contando las cosas que pasan por mi cabeza, con la tibia esperanza de que algunas de ellas puedan servirle al lector, nada más. En realidad, esta especie de “manual de instrucciones para el músico independiente” que voy escribiendo cada tanto, tienen más que ver con la intención de desanimar  a mi hija que insiste en ser cantautora, antes que con cualquier otra cosa.

Porque, a ver…vayamos por partes, como diría Jack. Queda claro que, en primer lugar, a nadie le obligan a ser artista. Digamos, nadie te pone una pistola en la cabeza para obligarte a ser trovador. O escultor, o escritor, o cualquier otra manifestación relacionada con el arte. Que no. Que uno se mete en el baile solo. A partir de allí, como en la vida misma, uno debe abrirse camino al andar. Entonces, si estas líneas que escribo pueden ahorrar sufrimientos o dolores de cabeza, bienvenidas sean.

Hace unos meses fui a saludar a Luis Eduardo Aute a los camerinos, después de un concierto. Abonados con un buen vino tinto, después de un rato le dije: “Pero cuando vos empezaste eran cincuenta, mas no…” “¿Cincuenta?”, respondió Eduardo. “Éramos diez, a lo sumo…” Entonces, ya de movida sabemos lo que va a costar, sencillamente porque hay hoy más oferta que demanda: todo el mundo quiere ser artista (cosa que, además, está terriblemente estimulada-malamente- por la televisión, la radio o el cine) Así las cosas, uno debe, desde un principio, hacer esto porque le place, porque le gusta, sin mayores pretensiones. “No dejes tu trabajo a tiempo completo”, como decía Robert Fripp, “hasta tanto y en cuanto no tengas la certeza de que vas a vivir de esto”. Porque, además, es un oficio tan cambiante, con tantos vaivenes, que apostar todo de una, es casi una condena a morirte de hambre desde el principio.

Quiero decir, las cosas siempre las cuentas aquellos a los que les ha ido bien. “Si la historia la escriben los que gana, eso quiere decir que hay otra historia: la verdadera historia...” Ya escribí alguna vez que la historia de Gieco o Palito Ortega, esos pibes del interior que vienen a buscarse la vida a la gran ciudad, y termina luego convertidos en “artistas”, son siempre las excepciones que confirman la regla, nada más que eso. Contada por ellos, la historia puede ser un final feliz, después de años de lucha y sufrimiento. Pero la verdad verdadera, que decía Lalo de los Santos, es que por cada Fito Páez que alcanza el éxito y el reconocimiento (popular y económico), existen detrás innumerables aficionados con talento que han desaparecido –y lo siguen haciendo- en la noche de los tiempos.

Porque, además, vaya joda, no alcanza solamente con llegar, que lo difícil, ya se sabe, es mantenerse. Y el hombre es uno de los pocos animales que puede tropezar más de una vez con la misma piedra, así que… es normal que uno repita muchas veces los mismos errores, ¿no? Es decir, voy a dar ejemplos concretos. Supongamos un pibe que, a los quince o dieciséis años, tiene buena voz, toca medianamente bien la guitarra, y escribe lindas canciones…¿que posibilidades tiene de ser contratado por una discográfica, editar un disco con buena prensa y difusión, bien arreglado, bien grabado, y vender miles de copias? Eso le pasó a Nebbia con Los Gatos, que entonces tenía 17 años, y a partir de allí confirmó su pretensión de ser músico y pudo dedicarse a eso. Eso le ocurrió también a Spinetta, que a los 20 años grababa su primer CD, con Almendra, y a partir del éxito de “Muchacha ojos de papel” pudo dedicarse en cuerpo y alma a la música. Lo mismo a Serrat, por ejemplo, quien a los 20 años grabó “Fiesta” (y a los 22 “Mediterráneo”, que el quía era un genio ya entonces, también hay que decirlo), pero estos ejemplos citados al azar no son mas que, insisto, excepciones que no hacen más que justificar la regla. Por norma general, de cada grupo de éxito (y aún suponiendo que tengan la suerte de garbar, ser difundidos, etc., etc.), por norma general, reitero, un integrante de cada grupo exitosos (generalmente, el que firma los temas), es quien puede vivir de la música. El resto, tarde o temprano termina dedicándose a otra cosa.

Entonces, ya vamos sacando varias conclusiones. Para empezar, no importa lo poco o mucho que toques bien un instrumento. No importa tampoco si tienes una buena voz (canta Fito, canta Dylan, canta Facundo Cabral, ¿porque no puedo cantar yo?), o si tienes una buena imagen –aunque todo ayuda, también hay que decirlo-. No. Lo que importa es tener éxito. “Tanto tienes, tanto vales”, que le dicen al asunto.

Claro está, esto también tiene mucho que ver con lo que cada uno entienda por tener éxito. Es decir, en lo personal, para mí el éxito consiste en poder hacer lo que quieras. Eso en un principio. Luego, éxito sería poder seguir haciéndolo hasta que la espalda se te doble, y te tengas que jubilar. O que la artritis no te deje ya tocar la guitarra. Mientras tanto, mientras estés en el camino, “on the road”, como dicen los americanos, y puedas más o menos ir haciendo lo que te gusta (en mi caso, insisto, escribir canciones, grabarlas y luego salir a cantarlas por ahí), ya es una forma de tener éxito. Mayor o menor, no importa.

Pero tener una vida digna, poder viajar, tener para comer, para vestirte, para mantener un cochecito, para irte de vacaciones un par de veces al año, poder ir a tocar a pueblos y ciudades, a teatros y bares, conocer gente, compartir escenarios con otros músicos, etc., etc., eso es una especie de éxito. Caiga quien caiga, y le pese a quien le pese, que tampoco te lo regalan.

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 20/1/2010

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