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marioojeda

Acerca del lugar de cada uno

Acerca del lugar de cada uno

 

A diferencia de hace 20, o 30 años, en donde lo que importaba era hacerlo bien, es decir, escribir algunas buenas canciones, y tocarlas con gusto, acompañados por un piano o una guitarra, hoy por hoy, lo que verdaderamente cuesta es que haya gente para escucharte. Es decir, no importa demasiado que tan bien o mal lo hagas: lo que verdaderamente importa es ¡que haya gente del otro lado! No quiero parecerme tampoco a esos viejos renegados, diciendo que todo tiempo pasado fue mejor. Para nada: mañana es mejor, siempre.

Pero la verdad de la milanesa es que, habiendo tanta gente haciéndolo (y algunos realmente muy bien), lo difícil no solamente es armar un grupo y llevarlo adelante, mantenerlo unido. No, lo difícil, como decía al principio, es tratar de sacar la cabeza entre tantos, hacer algo realmente personal, o distinto, como para que el público potencial te elija a vos, a tu grupo, para ir a verte, antes que ver a otros. Este llamativo fenómeno, por llamarlo de algún modo, acarrea también una serie de cuestiones que vale la pena desmadejar.

Para empezar, tenemos que, en principio, olvidarnos del arte. Es decir: de música hablamos otro día. ¿Qué hace un grupo para destacarse de los demás? Primero pregunta de difícil respuesta. Tocar desnudos sería una alternativa. Maquillarse sería otra (pero eso ya lo hicieron los KISS, hace más de treinta años). Juntarse varios, escapando al tradicional concepto de grupo de rock (esas “tribus” de los grupos “mestizos”, o de ska, que son 10 o 12 músicos sobre el escenario). Eso facilita un poco las cosas al principio, por pura matemáticas: si cada uno de los músicos invita a 10 o 12 personas, ya tienes 100 personas promedio por concierto, aunque sean todos amigos. Al menos al principio, ya se sabe, después, toda la peña empieza a aburrirse, y ya no asiste con regularidad a tus conciertos. Lógico: se bancan tus ensayos, te compran tu primer disco, pero después, “ya está bien, macho, ¿cuánto tiempo tenemos que seguir yendo a verte?...” Y es lógico, además.

Otra alternativa, la más elemental, digamos, sigue siendo que te escuchen por radio. Eso cuesta dinero. Pero ésta es otra cuestión digna de análisis. Para empezar, aún en tiempos de internet,  TV color, televisores de LCD  y pantalla plana, y televisión digital, y demás etcéteras, la radio sigue imbatible. Es decir, la radio se sigue escuchando: en el trabajo, en el supermercado, en el autobús, en los pequeños comercios. Entonces, por carácter transitivo, si pagas un pautado radial, eso ya te despega del resto. El problema, claro está, es que eso cuesta dinero. ¿O acaso piensan que la difusión radial que tienen Shakira, Juanes, etc., etc., o el último disco de Joaquín Sabina, por ejemplo, es porque a todos los programadores radiales les gusta lo hacen? ¿Y todos al mismo tiempo? No señor: son espacios pagos. Los cuarenta principales no son los que mejor lo hacen, sino los que ponen más dinero a difusión de su música. Guste o no.

Una vez, hace no mucho, bajaba a Motril en coche, a 70 km. de Granada por autovía, en dirección al mediterráneo. En la escasa media hora, quizás cuarenta minutos que dura el viaje, escuché a Juanes y a Shakira ¡7 veces! A cada uno, en distintas radios. ¿Cuánto dinero cuesta eso? Lo mismo pasa con cada nuevo disco de Alejandro Sanz, de Luis Miguel y tantos otros: suenan mucho por radio, porque sus discográficas invierten un montón de dinero en difusión radial. Luego, la gente conoce su voz, sus canciones. Ergo, siempre tienen gente en sus conciertos. Mucha. Y a eso no hay con qué darle.

Siempre les digo a mis amigos que solamente me hace falta ganar la lotería, para producirme yo mismo. Es decir: tener dinero, algo, para invertir en promoción. Luego, y siempre teóricamente hablando, esa misma difusión debería garantizarme asistencia de gente a mis conciertos. Claro, hay que ver que ocurre si, teniéndolo, me arriesgo a invertir dinero en mí mismo, porque siempre existe el riesgo de que la gente conozca una canción, y después vayan a un concierto (al mío, al de cualquiera que invierta) y salgan aburridos del mismo, y ni compren mis discos ni vuelvan jamás a verme. Ya. Eso se llama creer en uno mismo. Es decir, tener huevos para gastarte un montón de dinero en la difusión de tu propia música, convirtiéndote en tu propio productor o promotor. Eso pasó siempre, en cualquier caso. De Los Beatles para acá: es famosa aquella anécdota en la cual George Harrison, no el músico, sino el periodista del mismo nombre que había acreditado el “Mersey beat”, la revista musical de Liverpool , para que los siguiera a todas partes, cuando firmaron su contrato con la EMI y bajaron a Londres para grabar “Love me do”, se encontró un día con Paul Mc Cartney muerto de frío y de hambre, caminando por el muelle. Paul, ni bien lo vió, se acercó a saludarle, y le dijo: “Oye, George, ¿no me invitas un bocadillo de queso y un café caliente, que estoy muerto de hambre y frío?...” Harrison, asombrado, le dijo: “pero, ¿Cómo es posible? El disco está primero en todos lados, ya son famosos, y vos no tenés un duro?... “  “Alguien tenía que pagar los 10.000 discos que Brian (Epstein) compró, y tiene guardados en su tienda. Y nos tocó a nosotros…” Después, claro está, la bola siguió creciendo, y pudieron vender los discos que había guardado Epstein en el sótano (¡y muchos más!), pero la apuesta era fuerte. Epstein, el mánager que apostó por ellos desde un principio, no quería que fracasen, y habiendo aprendido algo del negocio, después de casi dos años de intentar ficharlos por una grabadora, cuando lo consiguió, no quiso correr riesgos. Hizo un pedido grande, y les dijo a ellos: “esto costó tanto, es decir, no van a cobrar un duro de sus conciertos hasta que yo no recupere la inversión...” Así se hizo, y mal no les fue. Pero había que arriesgarse, claro.

Esto viene a cuenta porque, muchas veces, me pasa de encontrar músicos que, aún teniendo los medios económicos como para apostar en su música, invierten un dinero más que importante en un coche nuevo, una moto nueva, o en una (o varias) guitarras de mucho valor. Les digo: “Pero, pregunto, ¿no sería mejor invertir ese dinero en un equipo de sonido, una camioneta usada para transportarlos, salir a tocar, imprimir carteles, hacer un pautadito radial, etc., etc.?  Después, si sale bien, ya vas a poder comprarte todo lo quieras…” “No, mi dinero es mío, me dicen. Y yo me lo gasto en mí, no jodas” Lo cual no deja de ser cierto tampoco.

Son elecciones de vida, nada más. No estoy criticando a nadie por eso. Es muy cierto también que, aún haciendo las cosas bien, eso no es garantía de que todo vaya a ir por los caminos deseados. Que debutar en la primera de Boca, por ejemplo, no es garantía de que vas a quedarte jugando allí por diez años, o que van a venderte a algún europeo, y terminar así con tus preocupaciones económicas. Se sabe: eso le ocurre a uno de cada cien. O de cada mil, o cien mil, si nos ponemos finos.

La música de autor en Granada goza de muy buena salud, por ejemplo. Esto es innegable. Sin ir más lejos, el pasado fin de semana tres cantautores (dos granadinos y un malagueño, aunque vive en Granada), alcanzaron puestos de final en distintos certámenes de autor, algo felizmente muy común en España (salvo, claro está, para menores de 35 años: ¡el resto ya no somos trovadores!) Con premios importantes en metálico. Pero esto tampoco es, lamentablemente, garantía de que esos mismos autores vayan a poder vivir de la música en el futuro. Es decir, para que quede claro: cualquiera puede dedicarse al arte. A la música, a la pintura, a la escultura, etc. Ahora, que puedas vivir o sobrevivir de eso dignamente, ya es otra cuestión. No cualquiera puede hacerlo. Es decir, no cualquiera tiene la suerte de hacerlo. No es solamente una cuestión de mayor o menor talento. Puedes hacerlo muy bien, y no comerte una rosca, como dicen por acá.

Esa es la razón por la cual siempre insisto en que uno debe dedicarse a esto si piensa sinceramente que tiene con qué. Eso, para empezar, digamos. Después, debería preguntarse también sinceramente si realmente cree que va a tener el valor suficiente para soportar lo que venga o le echen por la cabeza. No es un camino fácil, no señor. No siempre llegan quienes mejor lo hacen.

Pero también, y esto si quiero dejarlo escrito (y ya termino), ésta es la razón por la cual, cuando subo a un escenario, no dejo que nadie me moleste. Ese es mi lugar. El lugar que me gané. Lo aprendí con los años, aunque tenía esa sensación desde un principio. Las cosas tienen un porqué. Cada vez que subo a un escenario, no es sólo el lugar. Es el espacio que me gané, por tiempo, por constancia, por esfuerzo. Si estás a mi altura, estarás junto a mí. Si no, no me jodas. No estoy perdiendo el tiempo. No estoy jugando acá arriba. Hago esto porque es lo que siempre quise hacer. Aunque mantenga el perfil bajo, ni me crea nada especial. Pero es mi lugar. Me lo gané, muchacho. Gánate el tuyo ahora. Me lo dijo claramente una vez Miguel Martínez, el hijo de “Polo”, un guitarrista paranaense fantástico, cierta vez que lo llevamos a Resistencia, y tocó y cantó en Plaza España, el mismo día que canté con Adrián Abonizio. Al terminar, nos fuimos todos a comer a la esquina del viejo Cine Marconi, a una pizzería que había entonces. Le pregunté qué le había parecido todo, y me dijo: “Todo bien, Mario, todo bien. Pero, la próxima vez, ocúpate de poner aunque sea dos bombillas encima del que actúa. No hacen falta que sean luces de colores. Pero que haya una diferencia, sino, no se sabe quién es el artista y quién el público…”

Y no estoy hablando solamente de lo musical.

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 19/12/2009

 

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