Blogia
marioojeda

Teoría inconclusa sobre mi evolución

Teoría inconclusa sobre mi evolución

 

Mi hija, con apenas 24 años, se compró una Fender Telecaster. Qué bueno. Yo podría tener una. Bah, podría haberla tenido hace mucho tiempo pero, la verdad, ya no me interesa. Miento. Me sigo babeando cada vez que veo una colgada en la pared de cualquier tienda de instrumentos. O una Les paul. O una Paul Red Smith. Pero me resulta obsceno gastar tres veces lo que vale una guitarra normal para comprarme una de esas. Además, yo simplemente siempre quise tener una guitarra con buen bordoneo, y que afinara bien, nada más. Me la compre en 1992. La vieja Squire blanca “made in Korea” que aún conservo. Ya está. Ya la tengo. Tenemos una buena relación. Me resultaría una traición comprarme otra guitarra. Otra más. Mierda. Ya tengo cinco, y solo puedo tocarlas de a una por vez. ¿Para qué diablos quiero otra? Me pasa como con los coches: acá es normal comprarse un coche y pagarlo, no sé, 200 euros por mes durante 36 meses. Pero me sigue pareciendo obsceno. Con 400 euros puedo viajar un fin de semana a Dublín, o a Londres, a París, a Bruselas…, o pongo un poco más y ya tengo para un pasaje ida y vuelta a Nueva york, ¿para qué catzo me voy endeudar? Sigo creyendo firmemente que hay otras prioridades. Que hay cosas necesarias, cosas urgentes, si, pero que hay otras prioritarias. No sé, será simplemente que mis prioridades han cambiado.

Pero las canciones se escriben a piano y voz, o a voz y guitarra. Y ya está. Con tener una guitarra que afine me parece suficiente. Se, positivamente se, que con eso es suficiente.

 

Ayer nomás dimos un concierto a teatro lleno en homenaje a Mercedes Sosa, acá en Granada. Estuvimos nosotros, Los Trovamundos, junto a Coqui Sosa, sobrino de Mercedes, y otros artistas. Muchos me felicitaron, al finalizar, por cómo estaba tocando el bajo. Qué bueno, gracias, respondí. El mejor piropo me lo dio Anabela Zoch, una cantante argentina que vive en Sevilla. Me dijo: “Me hiciste acordar mucho a Lalo de los Santos…” Fue un buen piropo, sí señor. Pero el mejor asunto es que, cosa curiosa, me lo dieron por tocar el bajo. Es decir: siempre toque el bajo, ya dije en otras crónicas que me encantaba ver a Hugo Romero, de Los Play Boys, tocar su gran bajo en los carnavales del Club de Regatas. A veces nos juntábamos con Juanjo Córdoba, en la casa paterna de calle 8 y 9 de julio, allá en Resistencia, y en los huecos de los ensayos de “Imagen”, yo me colgaba el bajo. Pero nunca tuve uno. Razón por la cual, durante un largo tiempo, casi 25 años, no toque mucho este instrumento. Hace tres o cuatro, me compre uno para jugar, para grabar mis canciones en mi casa. Así que ahora soy bajista. Cosa lógica, lo uso y me fui soltando. Salió un trabajo, luego otro, y otro más. Así que me compre un equipo de bajo. Aunque si el concierto no lo justifica, simplemente llevo el bajo, sin amplificador, y lo saco por línea. No es lo mismo, claro. Pero salgo. No hay ningún misterio en eso. O quizás sí: ¡el misterio es haberme podido comprar uno! “Made in Korea” también, obvio, esas cosas de la globalización. Y me jode, claro que me jode, pero no puedo luchar solo contra los molinos, mano Don Quijote.

 

La semana pasada termine de leer “las venas abiertas de América latina”, el clásico de Eduardo Galeano. Tiene otros, ya se. Pero siempre había querido leer ese. Termine con una mala hostia, como dicen por acá. Que te digan claramente, otra vez, lo que siempre supiste o intuiste, no deja de ser chocante. Y pasan los años y la historia que se sigue repitiendo, en un ciclo que a esta altura pareciera infinito. Pero habrá que seguir, claro. Como antes, como siempre. Es increíble pensar y confirmar, claro está, que todo lo vivido ha sido por, para, y desde la canción. Todo. Lo bueno y lo malo. Me fui de mi casa para tocar la guitarra. Es lo que sigo tratando de hacer, aunque a veces sea tan difícil. He pagado un precio alto por ello. No deja de ser un orgullo. Pero a veces jode, claro que jode.

 

A veces pienso también (bah, incluso a veces “pienso”), que me he vuelto una especie de lobo estepario. Que me basto solo para un montón de cosas. Pero esta historia iba de compartir también, así que vuelve a molestar. Y vuelvo a extrañar “mis calles, mis amigos o mi verde”. Pero sobre todo, claro está, lo que extraño es “esa extraña sensación de estar haciendo, codo a codo, pues, trinchera con mi gente”, como escribí hace ya muchos años. Pero el oficio elige a uno, y no al revés, ya lo dije tantas veces, y esto es lo que soy, simplemente. En el fondo, lo que jode no es que mi hija se haya comprado una guitarra nueva porque estaba disconforme con la otra. No. Lo que me jode es que no sea feliz. Eso sí me molestaría. Estamos acá para pasarla bien, siempre tuve en claro eso. Y por eso sigo defendiendo que uno tiene que hacer lo que tenga que hacer, ni más ni menos. Pero valerse solo, eso sí. No tiene ningún sentido llorar sobre la leche derramada. Porque tampoco puede uno pasarse la vida lamentándose por las ayudas que no recibe de los demás. Cada uno se rasca donde le pica, claro está. Así que eso es lo lógico. Lo que no soporto es la hipocresía. Esa gente que, conociéndome, podría haberme echado un cable años atrás, y no lo hizo porque era una especie de competencia. O porque “que va a ser músico ese si vive a la vuelta de mi casa”. ¿Dónde mierda iba a vivir, imbécil? Y ahora me escriben mails diciendo “che, pero bueno lo que estás haciendo en España. ¿Cuándo me vas a llevar a mí? Yo voy por los gastos, ¿eh? Con sacar para el pasaje de avión, y los gastos de comida y hotel, yo voy…” ¡Y yo también, macho! ¿No te jode? ¿Por qué no me llevas a mí? ¿Pero por qué no se van a cagar?

 

En fin. Que tengo mis días también, ¿eh? Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 21/2/2010

 

 

 

 

 

0 comentarios