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marioojeda

Todo se une en un punto

 

 

Todo se uno en algún punto. La frase es de mi amigo Hugo Fernández, y vengo utilizándolo desde hace añares. Creo sinceramente que es cierta. ¿Quién iba a decirle al pìbe que se paraba embelesado a mirar a Hugo Romero tocar el bajo en “The Play Boys”, que iba terminar cuarenta años después tocando el bajo él mismo, disfrutando el hacerlo y casi, casi ya viviendo de ello? Bueno, para eso me vine a España, no jodamos. Entre varias otras cosas. Pero la realidad es que el bajo me lo compré hace un par de años para mí, para tocarlo en mi casa, y agregarlo a mis grabaciones artesanales, y de golpe y porrazo, felizmente, se ha convertido en un medio de vida. ¿Necesita un bajista? Ahí va el Ojeda. Que no es el mejor, por cierto. Pero trato de ser puntual, no falto a los ensayos, tengo mi bajo, mi cable, mi equipo, mi afinador, mi caja de inyección por si hiciera falta, tengo buena memoria, recuerdo los temas a las dos o tres pasadas, me equivoco poco y nada, y encima me divierto, cosa que también se trasmite.

Lo mismo me ocurre cotidianamente con un montón de situaciones, algunas mas divertidas que otras, justo es decirlo, pero todas, todas, casi “cósmicas”, de allí el porqué de la primera frase de ésta crónica.

Y, en verdad, las cosas no ocurren porque sí. No es cuestión de “casualidades”, sino más bien, de “causalidades”. Causa y efecto, que le dicen. Yin y Yang, según los chinos. El blanco no existe sin el negro. La luz no sería día sin la noche. Y así sucesivamente.

Ahora viene Gieco a cantar a Granada. Si, León Gieco. Lo trae un compinche quien, a su vez, se lo vendió a Caja Granada, una entidad financiera local que, a través de su obra social, suele organizar encuentros musicales y de otra índole, siempre desde una perspectiva, digamos, cultural.

León acá es tan conocido como mi tía Pipi, la que tenía una casa de sándwiches que vendía eso, sándwiches, en Corrientes, en la calle Santa Fe, cerca de la plaza 3 de abril. Es decir, no lo conoce nadie.

Pero, ya se sabe, siempre aparece algún “progre” convertido en funcionario, o devenido a funcionario, mejor dicho, a quien se le ocurre organizar una especie de “intercambio” cultural y generacional entre artistas argentinos y españoles, para que “confraternicen”. Es decir, va a cantar León, quien supongo se llevará un billete, y después (¡y no antes!), cantarán algunos artistas locales- algunos de ellos, incluso, argentinos que llevan algunos años viviendo por acá-. Por muy poco dinero, claro.

Que quede claro: no es eso lo que jode. No me importa. Cada quien hace con su nariz los agujeros que quiera. Algunos se hacen “piercings” también. Otros andan olfateando mierda poniendo cara de circunstancia porque, da la casualidad, políticamente les conviene.

No me parece mal eso. Me joden las “carabelas”, como decía hace ya treinta años mi amigo César Hermosilla Spaak. Los que vienen a descubrir las cosas que ya están descubiertas. Los que teniendo un artista (o varios) cerca, mas que dignos, contratan a los que vienen de otro lado (sea Gieco, Matusalén, o las Bolas de Cambicha), les pagan un caché mas que digno, y luego no contratan al tío que vive en tu ciudad, porque, claro, si vive a dos cuadras de mi casa, ¿cómo va a ser artista?

Lo mismo me pasaba en Resistencia, hace ya treinta años. La de veces que he discutido, me he peleado verbalmente, y me tuve luego que volver a amigar, con gentes que hacían exactamente lo mismo. Que me sacaban una notita de tres por tres centímetros en un periódico, y al lado mío una nota de dos páginas a, yo que sé, Los Rolling Stones, por ejemplo. ¿Quién catzo iba a leer mi crónica? ¿Cómo podía competir? Y les decía: “pero, macho, a los Stones, que los amo, guarda, ¡no les hace falta dos páginas de crónica! ¡A mí me hacen falta! ¡Dámelas a mí! ¡O a otro como yo! ¡Pero no le des dos páginas a los Stones, no les hace falta!....”

Y me sigue ocurriendo. Como cuando llegué a Villa Gesell, y a los seis meses le planteé al entonces director de Cultura de la Municipalidad geselina, don Oscar Brocos, un festival veraniego, con artistas locales y “consagrados” que yo conocía, se lo dije, León Gieco, Baglietto, Nebbia, etc. Hasta le dí el nombre: “Gesell Rock”. No lo estoy fantaseando. Rastreen las revistas “Arte Geselino”, que edité durante tres años, y que están guardados, todos los números perfectamente recopilados por Carlos Rodríguez, el director, en el museo de Gesell. Me dijo que no, obvio. Que no había dinero para eso. Le contesté: “No es cuestión de dinero, eso lo puedo conseguir. Es cuestión de voluntad política, ¿quieres hacerlo o no? ¿Confiás en mi?...”

Mierda, claro que no. ¿Quién iba a confiar en un pendejo de 23 años y medio? Lo peor, no es sólo que luego lo hizo otra gente, y con beneficios. Sino que, como soy quien soy, tampoco registré el nombre, así que perdí mi oportunidad de ganar algún dinero pidiendo tanto por la marca registrada.

Pero, ¿saben la verdad? ¿O mi verdad, al menos? Son todas boludeces. En el fondo, repito, son todas boludeces. Me importa un carajo. Que se metan el nombre, la idea, los logros políticos y económicos donde les quepa. Yo me fui de mi casa para tocar la guitarra, y es lo que trato de hacer cada día. Escribir mejores canciones, luego grabarlas y guardarlas. Punto. Eso sí. Ya no muevo un dedo si no me pagan o no me apetece hacerlo. Sea un ayuntamiento, un pub, o la casa quinta de mi amigo Fran. Toco el bajo en Los Trovamundos porque me pagan por hacerlo, porque puedo viajar, y además, me divierte mucho hacerlo. El día que no me divierta más, o deje de darme dinero, dejaré de hacerlo también.

Pienso lo mismo que antes. Siento lo mismo que antes. Es sólo que ahora tengo casi cincuenta años, y el pelo (y la panza) un poco más largos, pero eso es todo. El sueño acabó, como decía Lennon.

Tendré que asumirlo de una buena vez.

Hasta la próxima.

 

© Mario Ojeda, Granada, 27/6/2009

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