Blogia
marioojeda

Cuestión de perspectiva

 

La sola aceptación de nuestro propios límites es, desde un principio, un excelente punto de partida para empezar a crecer… a ver si me explico, podríamos empezar hablando de música, cómo no, pero me gustaría llevar esto hacia los vaivenes de la vida, como para ampliar el concepto.

Es muy común, sobre todo en músicos principiantes, aspirar a realizar grandes conciertos, macro conciertos, por decirlo de algún modo. Mano Rolling Stones o Paul Mc Cartney, por citar dos ejemplos lo suficientemente reconocidos.

Pero ocurre, precisamente, esta gente que nombro llevan mas de cuarenta años en el negocio musical. Es decir, tiene lo que han conseguido después de un largo, largo tiempo. No es casual que ocurra. Y ojo que del talento (que en los casos citados está fuera de toda discusión), hablamos otro día. Me refiero, básicamente, al inmenso convencimiento de tus propias aptitudes que se debe tener para estar encima del caballo tanto tiempo. En ejemplos latinos, si quieren, ocurre exactamente lo mismo. Yo que sé, Serrat, Sandro, ¡Roberto Carlos!... ¿Cuánto tiempo lleva esta gente dando vueltas? Hasta Gieco tiene ya casi cuarenta años en el negocio musical. Litto Nebbia, por ejemplo, está muy cerca de sus bodas de oro con el disco. Se dice fácil, ¿eh?: ¡cincuenta años! ¿Cuánto cambió la tecnología en todo ese tiempo? ¿Las relaciones humanas? ¿Los hábitos? ¿Las modas? ¡El mundo en suma! No jodamos. Te pueden caer bien o no. Te puede gustar su música o no. Pero hay que estar, ¿eh? No cualquiera, como siempre digo. No cualquiera.

Volviendo al principio de la crónica, todo es cuestión de perspectiva. Es decir, si yo mismo me planteara, por ejemplo, a los casi cincuenta años, y no habiendo grabado nunca un disco con una multinacional, es decir, sin haber contado jamás con un apoyo económico y publicitario que me permitiese jugar en otra liga, ¿cuáles serían mis

expectativas reales?  Mejor dicho, ¿cuáles deberían ser, realmente, mis expectativas?

Si me planteara, por ejemplo, ahora que vivo en España, realizar una gira de estadios por la Argentina, ¿cuánta gente me iría a ver? Y que digo estadios, teatros de aforo medio, digamos, salas para 1000 o 1200 personas. Ni eso: digamos, salas de 300 o 400 personas. Sino me conoce nadie, ¿quién catzo va a asistir a mis conciertos? ¡Pero incluso si me ganase la lotería! Que en verdad no juego nunca, así que eso es más hipotético aún. Pero sigamos con el ejemplo. Esto siempre me recuerda la frase pintada en el Fogón de los Arrieros, allá en Resistencia: “Hay tanta gente que sueña con la inmortalidad, y no sabe que hacer un día de lluvia…”

Entonces, a ver, me gano la lotería, y alquilo 24 teatros en Argentina, uno por cada capital de provincia. Excepto mis parientes y amigos, ¿quién diablos va a pagar una entrada para verme cantar?

No, si me ganase la lotería, después de tomarme unas merecidas vacaciones, elaboraría un plan de trabajo a mediano plazo, con carteles, difusión radial, algunos clips para difusión televisiva, y seguiría unos cuántos años haciendo pequeños conciertos y salas de pequeños ayuntamientos, tratando realmente de hacerme una base de seguidores, de gente a quiénes realmente les interese lo que hago, como para recién después plantearme hacer conciertos en teatros mas grandes. ¿Qué sería conocido de mayor? Me da lo mismo. ¿A quién le importa eso? Y si no soy muy conocido, tampoco. Lo mas probable, en verdad, me dedicaría a producir conciertos de gente ya conocida, como cualquiera de los nombrados, y yo me ocuparía de tocar “antes de”, solamente 2 o 3 canciones, como para mostrarme, y después bajarme del escenario a seguir contando el dinero de las entradas, que el objetivo de mostrarse ya estaría cumplido.

Por ahí tiraría mis tejos.

Tengo un amigo argentino acá en Granada, Rino, que en verdad es italiano, pero se crió en la Argentina desde los 9 años. Toca el teclado y canta, con pretensiones profesionales, y siempre solía decirme: “¿Vos no necesitas el aplauso de la gente? Yo necesito que me vengan a ver cantar, es una forma de sentirme vivo…” Por supuesto, hasta que se cansó y no me lo dijo mas, yo le respondía, para llevarle la contra: “No, a mi me importa un pito. Yo toco y canto en público si me pagan, si hay un sonido medianamente digno, si hay gente que quiera verme, aunque sea de aburrida, mientras me paguen, yo voy y toco. Sino, me quedo en mi casa mirando televisión. O tocando la guitarra. Por eso siempre odié cantar en los asados: todo el mundo te dice dale, cantá, cantá… y cuando empezás a hacerlo, nadie te da bola. No, man, yo paso. “Cantá alguna que sepamos todos…” Si, las bolas. El himno, por ejemplo… ¿qué mierda quieren que cante? Por mi se van a cagar. Todos. Y te digo más: espero sinceramente no llegar a tu edad y necesitar del aplauso. Sino estaría jodido…”

Y pienso sinceramente así. No quiero ser una caricatura de mí. No tengo aspiraciones de bronce. No quiero ser una estatua. No tengo voluntad de ser parte de un libro de historia. No hago nada, desde los 17, 18 años, esperando reconocimiento. Lo hago porque me place. Porque me divierte y produce placer. Para ganar minas (bueno, ahora ya no tanto, pero durante algunos años fue así. Freud tenía razón: el sexo mueve el mundo. Y quien diga lo contrario, o miente o es un boludo). Para ganar dinero. Para comprarme equipos. Para viajar, sobre  todo para viajar.

Es como esa gente que viaja, parando en hoteles cinco estrellas. Pagan fortunas por usar sábanas de raso, y no se dan cuenta que uno vuelve al hotel solo algunas horas para dormir. Punto. Después estás caminando, conociendo lugares, y sacando fotos. ¿Para qué mierda pagas fortunas por un hotel así?

Pero cada uno se rasca donde le pica, eso es innegable. Por perspectivas distintas, digamos. Así que, “cada uno es cada uno, y cada quien es cada cual…”, como decía mi nona Emma.

Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 29/08/2009

 

 

 

0 comentarios