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marioojeda

Literatura pura

Lola del Río fue, desde niña, una actriz de raza. Bueno, no solamente era actriz: cantaba, bailaba, ella en sí misma era un artista, digna de ver y disfrutar. Un cuerpo menudo, pechos turgentes, labios carnosos, y quizás unas orejas marcadas que acentuaban su menudez. ¡Pero que artista! Contemporánea de Imperio Argentina, de Margarita Xirgú, , y tantas otras luminarias del espectáculo, de todas y cada una de ellas mamó su arte, independencia y feminidad.

Además, solía ser compañera de todos y de todos. Nunca un gesto de altivez, de altanería, siempre dispuesta a escuchar y colaborar con todos sus compañeros, en un estudio de radio, en un plató de cine o televisión, siempre era Lola toda dispuesta, y no tenía problemas en colgarse a una escalera a picar un foco, barrer el piso, o sentarse en la taquilla a cobrar las entradas, si es que hacía falta.

No se dedicaba al mundo del espectáculo solamente por vocación: ella era un espectáculo en si misma.

Y largas son las anécdotas y pequeños deslices, porqué no, que podríamos contar porque, “tan humana al cabo como la contradicción…”, como cantaba Alejandro Lerner, aunque solía disimularlos muy bien, también tenía pequeños gestos que la diferenciaban del resto. Algunos, pequeñas menudencias que había asimilado de sus pares.

De Margarita Xirgú, por ejemplo, había cogido ese tic de pararse al frente del escenario y llamar a sus compañeros al finalizar la función, para saludar al público. Cuando sus compañeros se ponían a la par suya, los brazos sobre los hombros, dispuestos a saludar, ella se desprendía y, disimuladamente, daba un par de pasitos hacia delante, de modo de quedar ella como el personaje principal.  Hacía unos gestos con ambos brazos, llamándolos luego hacia delante, para repetir la reverencia, y cuando ellos se adelantaban, era ella ahora quien daba otro par de pasitos hacia atrás, volviendo a quedar claramente en una posición diferenciada del resto, al mismo tiempo que extendía sus brazos a ambos lados, como pidiendo un aplauso para ellos..

Sin embargo, también era líder por naturaleza. No necesitaba que nadie le dijese que saliera en defensa de un compañero de oficio, para discutir un cachet o un aumento de sueldo con el productor de la obra. O mejores condiciones de camerinos, de hotel, incluso de contratos discográficos. Siempre era Lola la primera en pararse, en vestirse, en estar lista para salir al escenario.

Siempre lo decía, además: “el escenario es mi vida”. Formada en el oficio trabajando, desde muy pequeña, en la compañía de sus padres –artistas trashumantes, como tantos, que cargaban el atrezzo de sus obras en una vieja camioneta desvencijada, y así viajaban de pueblo en pueblo, para representar sus obras-, Lola se había formado en el trabajo, y sabía muy claramente cuál era su lugar, su inmenso lugar, pero también cuáles eran sus derechos y obligaciones. Por eso, nunca se le escuchó quejarse por una habitación, una comida, o por el estado del camerino de cualquier teatro. Lola siempre era una estrella, en un teatro en Madrid, en Buenos Aires, o en cualquier lejano pueblito de Andalucía, Extremadura o Aragón, allá iba ella, brillando siempre, refulgente, y poniendo a todo el mundo en su lugar. Alentando, cuando había que alentar, si, pero también llamando la atención cuando a alguno de sus compañeros “se le subían un poco los humos”, y tenían veleidades de estrellato.

Famosa –aunque muy oculta entre cronistas-, es aquella anécdota en la cual, durante la filmación de una película en la Argentina, donde debió compartir cartel con una, por entonces, joven, siliconada y muy popular actriz, Lola empezó a hartarse de las actitudes de diva de ésta (quien no compartía camerinos con los demás actores, no comía con ellos, salía del suyo solamente a firmar sus partes, y demás estupideces por el estilo). Cierta vez que llovió, y la actriz en cuestión mandó a su asistente a decir “que filmen otros ahora”, que ella iba a filmar su parte otro día, cuando dejara de llover, “porque se le arruinaba el peinado”, Lola, harta ya de estar harta de tales desmanes, se acerco calmadamente a la casilla rodante de la “estrella” en cuestión, golpeó suavemente su puerta, y cuando esta le abrió, le dijo: “¿Puedo pasar?” “Si, por supuesto”, respondió la rubia platino desde su acolchonado asiento dentro del trailer. Lola entró, se sentó junto a ella, y sonriendo le dijo: “Mi hijita, yo venía a hablar con vos, porque, ¿sabes? Quería explicarte algunas cosas. Mira, el cine es un trabajo de equipo. Y a mi no me gustaría que, por algunas actitudes tuyas, toda la unión y fuerza de este equipo se desmoronara. Mira, cuando comemos, comemos todos. Cuando bailamos, bailamos todos. Si hay que salir a mostrarnos, para hacer prensa, o para conseguir más dinero para continuar con la grabación, salimos todos, ¿sabes? Y así con todos y cada uno de los detalles que implica hacer un filme. Porque la verdad, es que todos, desde el primer actor, hasta el último iluminador o montador, somos igual de importantes en éste circo. Aunque algunos cobren más, y otros cobren menos, todos tienen igual importancia. Y además-le dijo sin dejar de sonreír ni mirarla con picardía, y sin levantar apenas el tono de su voz-, de puta a puta, yo, le chupé la pija a Gardel. Así que no me toques el coño…” Se levantó, dio media vuelta, y se fue caminando lentamente, que a sus casi 87 años ya no podía moverse muy rápido, dejando a la actriz con la boca abierta.

Porque Lola era así, lo dijimos desde un principio. Quizás por eso también, es que su talento y fulgor no ha quedado reconocido en los libros de historia del cine, de la radio o la televisión.

Cuando algunos músicos actuales se quejan de que ya no se venden discos, siempre les cito a Lola, que ella no tenía ninguna compañía discográfica multinacional invirtiendo dinero detrás para promoción. De hecho, si, había grabado algunos discos y demás pero, como los grandes de verdad, no era un producto enlatado. Nunca sirvió para eso. Era una artista de directo. Alguna gente conserva celosamente viejas grabaciones de Lola, algunos discos simples de 78, de 45 y hasta 33 revoluciones por minuto-¿se acuerdan de ellos?-, porque Lola grabó mas o menos hasta mediados de los ´70. Claro, era el siglo pasado. Nunca ganó demasiado dinero con eso porque, además, le pagaban céntimos por cada disco vendido. Pero a Lola eso no le importaba. Grabar discos era sólo una partecita más de su oficio. Ella se sentía viva actuando, “toreando en cualquier plaza”, como dicen que hacía Jacques Brel en sus mejores años, cuando, por ejemplo, luego de actuar una semana seguida a lleno en el Olympia de París, cargaba un pequeño equipo de sonido en el maletero del coche, y salía a actuar por los pueblos mas lejanos de Francia, a cara lavada, sin luces, y prácticamente sin publicidad, “a conquistarlos”. Porque, él mismo lo decía, “en París, en Bruselas, en Roma, yo soy un triunfador. Todo el mundo me conoce, y no tengo que conquistar a nadie. Pero en los pueblos no, allí es distinto. A veces canto para 7, 8 personas que, además, me miran con desconfianza, seguramente porque se imaginaban otra cosa, o porque soy menos fotogénico en la vida real de lo que pareciera o debiera ser, el asunto es que los tengo que conquistar. Y cuando lo logro, ah, no hay satisfacción mas grande…”

Esto mismo hacía Cafrune en la Argentina, que salía a cantar por los pueblos. De él copió León Gieco su idea de girar, de “Ushuaia a La Quiaca” porque, como el mismo León decía, “yo jamás me olvidé de cuando vi a Cafrune. Así que pensé: si yo hago lo mismo, bueno, supongo tampoco se olvidarán de mí…” Y vaya si tenía razón.

Así era Lola del Río también. Una artista de raza, quizás por ello no sé casó ni tuvo hijos. Tuvo si, algunos amores intensos que no duraron demasiado, simplemente porque para Lola, seguramente, no había amor mas profundo que el que sentía por su oficio de artista y esto, se sabe, no es fácil de asimilar. Y seguramente, mucho menos para un hombre, y más en aquellos años.

Será por eso, seguramente, que no mucha gente conoce a Lola, aunque siempre que puedo, la traigo a colación, para refrescar la memoria de muchos.

Hasta la próxima vez.

 

© Mario Ojeda

 

Nota del autor: Lola del Río es un personaje que me acabo de inventar. No hay orden de fechas ni cronología alguna en el relato que les acabo de dejar. Ni puedo asegurar que las citas que hago sean ciertas, aunque me constan de buena fe que sus verdaderos autores las dijeron así. Pero creo quedó entretenido, ¿verdad? Lo dicho: literatura pura.

 

 

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