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marioojeda

Creciendo desde adentro

No siempre se tienen ganas de escribir. Pero suelo obligarme a ello. Es una forma de mantener el ritmo. Como el corredor de maratón, el ciclista, o cualquier deportista. Con la música pasa más o menos lo mismo, aunque, como toco poco y nada, tampoco se nota mucho… Igual, eso no importa, nunca importó demasiado. Nadie va a decir “¡cómo canta Mick Jagger!” –aunque sea, a mi entender, uno de los mejores cantantes que existen en el mundo del rock. O  que alguien diga “¡cómo toca la guitarra Keith Richards!” –aunque sea, es mi humilde opinión, uno de los mejores guitarristas rítmicos que dio el rock, ¡además de un tipo incombustible!-. No. Raramente lo dirán. Pero siempre se ha dicho “¡qué bien suenan los Stones!...” Porque de eso se trata, justamente. De encontrar un sonido, tu propio sonido, tu propia voz, y empezar a crecer desde allí. Así, es común que, en todos los órdenes, la gente empiece a hacer sus cosas por imitación. Todos tenemos alguno o varios ídolos. En el fútbol, en la música, en el trabajo mismo, ¿verdad? Y siempre se empieza imitando. Es una primera etapa, digamos.

A veces ocurre, sin embargo, que mucha gente no sale de esa primera etapa de imitación. Y se pasen la vida “sonando como”, o “tratando de parecerse a”, en vez de ser ellos mismos. Pasa en la música, claro está, pero también pasa en la vida. Y lo peor es cuando algunos pretenden “ser”, digamos, sin haber intentado antes “ser como”. Esto se nota claramente en muchos cantautores. No hay formación, es así de simple. Los tipos aprenden a tocar algunos acordes, escriben algunas canciones, y luego salen a cantarlas. Y ya está. “Ya soy músico, ya soy un cantautor”, parecieran decir. Y nunca aprendieron tocando encima de los discos. Que de eso se aprende mucho: a tocar afinado, a tocar en tiempo sobre todo. Y así, cuando tienen que tocar con una banda, por ejemplo, los tipos no pueden tocar porque van a su puta bola, sin caer a tierra en ningún acento, en ningún compás. O tocan mucho, demasiado, en muchos casos. Y se trata de contenerse, de tocar lo pide la canción. O de hablar lo justo, de aportar “algo” a la conversación, que es el ejemplo en la vida. Por eso mucha gente toca “mucho” al pedo. O habla de la misma manera. No piensan lo que dicen. No sienten lo que tocan. Y tocan demás, y hablan mucho demás también. Sin decir nada concreto, o nada que aporte algo a la conversación. Conozco –seguramente el lector también-, infinidad de ejemplos así.

Siempre digo que para hacer una escultura (de piedra, en barro, en madera, por ejemplo), uno no “agrega” piedra, barro o madera. Quita, que no es lo mismo. Hasta llegar a la forma de esa escultura, al hueso, a la esencia. Pasa en todo: en la música, en las conversaciones, en la ropa al vestirse, en la vida misma, en suma.

También está el problema de los “baches formativos”, como digo siempre. Para hablar, antes tienes que saber. Para escribir, por ejemplo, antes debes haber leído. Para hacer música, antes debes haber escuchado. No puedes escribir con errores ortográficos si aspiras a ser escritor. No puedes tocar cuatro acordes y creerte músico. No puedes hablar al pedo sino sabes de que estás hablando. Así con todo. Me pasa muy seguido con los músicos. Digo, por ejemplo: “ésta canción vamos a hacerla mano Eagles, o mano Beatles, o mano Zeppelin…”, o lo que sea. Y los quías se te quedan mirando, como diciendo “¿de qué habla éste?”. Porque son trovadores pero solamente escucharon a Silvio Rodríguez, o a Serrat. Y parece lo único que existiera en el mundo. Y no es así, macho. Hay otras músicas dando vueltas. Otros ritmos, otros sonidos, otros estilos, mil combinaciones de acordes (aunque sigan siendo básicamente siete, mayores y menores, sostenidos y bemoles). Hay otros temas para hablar que no sea solamente hablar de música. O de cine, o de política, o lo que pito fuera. No puedes cerrarte y hablar solamente de lo que vos creés que es la verdad. Si no sabes, cerrá el pico y escucha. O no toques y mira, que así también se aprende.

Pasa en la música, insisto, pero también pasa en la vida. Y esto es así porque, en definitiva, la música no deja de ser sólo una partecita de ella. Hay quienes no pueden vivir sin música, pero hay mucha, muchísima gente que no hace música. O que no escucha música. Y no pasa nada. La vida sigue igual. A mucha gente no le interesa la poesía, o la literatura, o la pintura, o lo que fuera. No pasa nada, nunca pasó nada. Lo que es importante para uno, no debe, necesariamente, ser importante para los demás. Este es el ABC de todo. Si no, te vuelves una especie de dictador en dónde solamente tu opinión pareceiera ser lo importante. Y no es así. A poca gente le interesa en verdad lo que pensás. A casi nadie le interesa, por ejemplo, que hagas música o que quieras dedicarte a ello, que tu aspiración máxima en la vida sea, por poner un ejemplo, el vivir de la música como oficio. No importa. Nunca importó. Si no lo tienes claro desde un principio, deberías saber desde ya cuánto vas a sufrir.

Pero lo mismo le ocurre al tipo que quiere ser astronauta, por poner un ejemplo. O maestro de escuela. O ingeniero, o médico, o lo que fuera. Y lo que es peor, aún así, si logras ver tu sueño convertido en realidad, eso no implica necesariamente que vayas a ser feliz. “¡Cuánta gente que sueña con la inmortalidad, no sabe que hacer un domingo de lluvia…!”, como dice esa frase en una de las paredes del Fogón de los Arrieros, en Resistencia, una especie de museo cultural que tenemos en mi ciudad natal, y que no todo el mundo considera relevante. Y está bien. Quiero decir, ellos se lo pierden. Las cosas están en la vida para ser disfrutadas, para ser apreciadas, para ser valoradas. Pero no todo el mundo mira las cosas desde la misma óptica, no a todo el mundo debe interesarle lo mismo.

Decía que, muchas veces, alguien cumple su sueño de ser ingeniero, por poner un ejemplo, y al recibirse después de varios años de facultad, se da cuenta de que tiene un título si, y está bien. Pero que en realidad no tiene mucho, por no decir nada. Que ahora tiene que salir a buscarse la vida, y ver si consigue quién le pague lo suficiente para poder hacer esas magníficas construcciones con las cuáles siempre soñó. Con las escuelas, con los edificios, con los puentes, con los caminos. O le encargue esos mismos trabajos, a cambio de un sueldo digno. En suma: se puede ser feliz con muy poco. Rico no es aquel que más tiene, sino el que menos necesita. Hay gente que nace, vive y muere, en Quitilipi, por seguir con el ejemplo. Y no pasa nada. Está bien.

Lo que sí me parece mal es que, quien decida vivir en Quitilipi, no tenga trabajo para vivir. O que tenga trabajo, pero luego ese sueldo no le alcance para vivir dignamente, ni darle educación a sus hijos. Porque, por muchas esculturas que puede haber en cada esquina del lugar dónde elegí vivir, de nada sirve si la gente no tiene trabajo, o no puede estudiar. Eso es realmente jodido.

Pero eso ya es tarea de políticos o de gobernantes, no de éste humilde musiquito con aspiraciones de escritor.Dejo constancia. Hasta la próxima vez.

© Mario Ojeda, Granada, 8/1/2010

 

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