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marioojeda

Avatares y deslices

La gente rompe tanto las bolas a veces, que uno, quiera o no, termina algunas veces por pincharse. Bueno, a mi, la verdad, acostumbrado a pasar de tantas, pero tantas cosas, me jode un poco menos, justo es decirlo. Pero también a veces me jode.

Sobre todo porque, generalmente, las agachadas, los golpes bajos o las boludeces, suelen venir de quien uno menos se lo espera. Bah, tampoco es que uno se sorprenda tanto, en realidad, pero digamos que es un ejercicio de humildad: uno no puede pretende estar siempre impoluto, o tener la soberbia de decir: “es mas de lo mismo, no sé de que me sorprendo…”. Aunque lo piense, claro. Así están. Revolcándose en sus propias miserias, tratando de buscar en otros, las justificaciones para sus propios avatares, deslices y gilipolleces del día tras día.

Releo lo escrito y pienso: “Definitivamente, me debo estar volviendo viejo: cada vez tengo menos paciencia para aguantar imbecilidades…” Pero, además, debo sincerarme, ¿saben que es lo que más me jode? Que la historia se repite. Porque las mismas tontas justificaciones mediocres que, alguna vez, hace tiempo y a lo lejos, me impulsaron a coger un bolso y dejar mi ciudad, son las mismas que alguna vez me hicieron dejar Buenos Aires para radicarme en Gesell, luego volver a Buenos Aires a intentarlo otra vez, partir luego a Mar del Plata, y ahora estar viviendo en Granada. La misma dejadez, la misma falta de ganas de crecer de algunos o, como dice un amigo, descubrir que “lo grave del asunto no es solamente que sean ignorantes: es que no quieren aprender, que es mucho peor…”

Es increíble, de sólo pensarlo, la cantidad de cosas que se podría hacer para aportar al diezmo cultural de la gente. Acá mas que allá, justo es decirlo, por una simple cuestión económica. Pero no les interesa. Les importa un pito. No tienen la menor idea. Pretenden trasmitir a la gente que la cultura es la celebración de una “semana cultural” en cualquier localidad, es decir, una orquesta de verbena, la actuación de los alumnos de la escuela de danzas (allá), o la escuela de flamenco (acá), así van los niños, los padres, los abuelos, los tíos, los primos, aplauden, sacan fotos;  por ahí aparece el Concejal de turno a sacarse algunas fotos y figurar, y chau, hasta el año que viene: eso es la cultura para algunos. Lo peor es que te lo dicen. Uno llama por teléfono para proponerles algo, una idea, alguna actividad, y la respuesta suele ser siempre la misma: “No, la semana cultura ya pasó. Hasta el año que viene, no hacemos nada…” Mierda. ¿Y los otros 358 días? ¿No existen las actividades culturales? La gente, ¿no va al cine, no escucha música, no baila, no mira un cuadro, no lee un libro, no participa de ninguna actividad que le haga plantearse cosas o le llene un poco el espíritu? No, la verdad es que no. Y eso es lo más molesta.

Y no lo digo solamente de resentido, que si, que también. A mi no me va mal. Quizás algunos piensen que partí de Resistencia solamente a buscar fama y fortuna. Entonces, por carácter transitivo, si no soy famoso y millonario, es que fracasé.

Pues va a ser que no. Me importa un pito ser famoso. No me disgustaría ser millonario, aunque, como no sea ganando la lotería, y no juego, va a ser una tarea ciertamente imposible. Prefiero el anonimato cierto que, aunque sea conocido en ciertos círculos, me permite salir cuando quiero a tomarme una cerveza o subirme a cualquier avión, a cualquier tren, a cualquier autobús, y no viene nadie a pedirme un autógrafo o a querer sacarse una foto conmigo.

Que además, créanlo o no, me ha pasado varias veces. Pero nunca tanto como para volverse algo agobiante. Ni mucho menos. “Gracias a Dios no soy famoso…”, me decía alguna vez Vicente Feliú, un ateo convencido, “porque así puedo andar tranquilo y nadie me conoce…” Tenía razón.

La cierta posibilidad de hacer cosas no tiene nada que ver con la fama o la fortuna. Insisto: me encantaría tener mucho dinero, pero para seguir haciendo cosas, para producir cosas mas grandes, para echarle un cable a un montón de gente que, aún teniendo talento, quiere pero no puede. O puede pero no sabe, que a veces suele ser mas o menos lo mismo.

La gracia de ganarme la lotería implica tener lo que os economistas llaman “un fondo de inversión”, para poder arriesgar sin preocuparme en lo inmediato con qué diablos voy a pagar el alquiler o llenar la heladera, para plantearme objetivos mas lejanos, sueños distintos, en suma. Como alguna vez me dijera Alberto Lucas: “producir no es mas que el pomposo nombre que uno le da a soñar algo, a tener una idea y llevarla a cabo…”, que de eso se trata. Poder armar un festival con nombres consagrados y tipos con futuro, o en pleno desarrollo, a quiénes nadie les da bola, razón por la cual normalmente terminan en nada o, peor aún, terminan quemados y dedicándose a otras cuestiones, por no poder seguir insistiendo con la historia musical. Ya saben, a cierta edad, la gente suele tener ideas tan disparatadas como casarse y tener hijos, y entonces las prioridades cambian, y no para todo el mundo puede la música mantenerse como una de esas prioridades. Lo triste del asunto es que, tiempo después, alguno de sus hijos suele preguntarle: ¿De quién es esa guitarra que duerme en el ropero, papá? ¿Vos sabías tocar la guitarra? Conozco casos concretos, de verdad. De gente que se echó 15, 20 años sin tocar una maldita guitarra, porque sus prioridades habían cambiado, porque no podían dedicarle tiempo o porque, insisto, entre crear por amor al arte, o subsistir dignamente con su mujer e hijos de algún trabajo “estable”, obviamente eligieron lo segundo, quedando entonces la guitarra (o el piano, o el violín, o el material para esculpir, o las pinturas, o lo que fuese), guardados en algún desván, cubriéndose de polvo. Lo triste del asunto es que, un día cualquiera y sin avisar, ese viejo sentimiento renace, y ahí se dan cuenta, precisamente, de que pasaron 20 años, y que igual llegaron a viejos, o a hombres o mujeres maduras y, sin apenas notarlo, se volvieron un poco mas hoscos, un poco mas secos, un poco mas tristes, simplemente por no haberle dedicado tiempo y energía a su sincera vocación.

No voy a dejar que eso me pase. Se los firmo ahora.

Hasta otra vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 12/9/2009

 

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