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marioojeda

Sobre normas y otras yerbas

Sobre normas y otras yerbas

 

La aplicación sistemática de determinados hábitos, tomados éstos como norma, suele ocurrir que no obtengan el resultado esperado. Y esto es así porque, sencillamente, la vida no es matemática pura. Es decir, para algunas situaciones se pueden aplicar un somero cálculo de estadística y probabilidades, por ejemplo, ¿cuántas posibilidades tiene uno de trascender con sus canciones? Ahí podemos aplicarlas, claro. Es decir: pocas o ninguna posibilidad de trascender tenemos.
Pero, claro, como ayer nomás me escribía Jorge Cumbo: “tus canciones ya han visto la luz, Mario. Lo que vos querés es que encandilen, y eso es otra cosa…”

Je,je. Tenía razón Jorge. Pero bueno, eso ya es un logro, ¿ven? Digo, que Jorge Cumbo me escriba, siendo quien es.

Pero volviendo al tema en cuestión, lo que estoy planteando, básicamente, es que las cosas no salen porque sí. Que uno debe debatirlas, analizarlas, mirarlas una y otra vez desde distintas ópticas, para aspirar a obtener algún resultado.

Es decir, básicamente, no se trata solamente de tocar una guitarra. O de escribir una canción. Por el contrario, cuando uno aprendió a tocar mas o menos la guitarra, o el piano, por ejemplo, y empieza a escribir canciones…uf, bueno, ahí mismo, a partir de las quince o veinte canciones escritas, es cuando la cosa se empieza a complicar.

En primer lugar, porque ya empieza a haber una decantación, digamos. Las cosas que uno quería decir, a grandes rasgos, con veinte canciones ya las ha dicho.

Ahora, el problema empieza ahí. Uno debe seguir exprimiendo esos cinco o diez temas esenciales que a cada uno interesan, vaya Dios a saber porqué razones, y empezar a decirlos nuevamente, buscando cada vez mayores recursos armónicos, o poéticos, o ambas cosas a la vez.

O pasar de ellos, que es mi caso, lo digo humildemente. Pero seguir haciéndolo, una y otra vez. “Empujar los límites un poco mas allá…”, como decía alguna vez Keith Richards, “…porque el rock and roll es tan simple y reiterativo”.
Pero seguir, siempre seguir.

Y entonces, cuando le tomas el gustito al hacerlo, ahí mismo comprendes que recién empiezas. Que lo difícil no era escribir canciones. Que ahora debes grabarlas, para salir a mostrarlas. Que quieres mostrarlas, pero no consigues lugares para tocar. Que cuando consigues el lugar, tiene que pagar por él, pagar para tocar, digamos, convertirte en tu propio productor, porque ya no quedan casi bares que te paguen.

Entonces, como decía, la cosa se complica: ya no es solamente la guitarra, un lápiz y una hoja de papel. No. Ya empiezan los horarios, los carteles, los tiempos de ensayo, el sonido, las luces, ensayar otro poquito, etc., etc. Pero… ¡además hay que comer! Es decir, balancear – o tratar de- todo aquello, con tener un trabajo medianamente estable que te asegure el alquiler y el pan con manteca en la heladera.

Ufa. Era más simple al principio. Ni hablar de tener hijos, claro. Tengo una amiga que canta muy bien, que tuvo que trabajar y cuidar sola a su hijo, y que cada vez que asiste de espectadora a algún concierto, alguien le recuerda que “vos deberías estar allí, cantando…”, como si fuera tan fácil compatibilizar el hambre con las ganas de comer, digamos. Como si ella no lo supiera. Como si no lo hubiera intentado. Como si no siguiera intentándolo. Pero, claro, hay que comer.

Y, como decía alguna vez Robert Fripp, el guitarrista de King Crimson, cuando le preguntaron ¿qué consejo le darías a un músico que recién empieza?, y el respondió: “en primer lugar, le rogaría que no abandone su trabajo de tiempo completo. Que se asegure bien, porque la música, generalmente, no da de comer…”

Y no es solamente comer, agrego yo. Es el alquiler, o las cuotas de tu piso. Es la medicina prepaga, los impuestos, o el dentista, o comprarle ropa a tus hijos, o útiles escolares, o pasarle dinero a tu ex mujer, o todo a la vez. Es también,  de vez en cuando, poder comprarte un libro, o un CD, o cuerdas para tu guitarra, que se supone es tu herramienta de trabajo, ¿no? Ni hablar de algún equipo de sonido, o una nueva mesa de mezclas, o un nuevo micrófono, o un nuevo ordenador. O, si tienes auto, llevarlo al mecánico, pasar la revisión anual, llevarlo de vez en cuando al mecánico, pagar el seguro, el impuesto de circulación, etc., etc.

¿Lo ven? No era tan simple como parecía al principio. Y lo peor de todo, es que aún no hablamos de música, del hecho artístico en sí.

Y esto es, lamentablemente, algo que empeora con los años. Quiero decir, hace algún tiempo, el desafío consistía, básicamente, en escribir un par de buenas canciones para destacar un poquito. Digamos, la gente iba a los conciertos, entonces, se trataba de conseguir un lugarcito arriba de cualquier escenario, y poder cantar esas dos canciones, que eso ya te abría alguna puerta. Siempre existía la posibilidad de que, entre el público, hubiera algún periodista que te hiciera algún reportaje, o te invitase a su programa de radio, y lograr con ello algún reconocimiento.

Que a la vez te propiciara más trabajo, o más conciertos.

Hoy por hoy, por el contrario, lo difícil es que haya gente en la sala, -suele haber más músicos en el escenario que gente abajo-, así que lo difícil es la convocatoria.

“Bueno, me hago un myspace…”, dicen muchos. Pero te haces tu página de myspace, o tu web en Internet, y descubres que ¡hay dieciocho millones de tipos haciéndolo! Y lo que es peor, ¡son buenísimos! ¡Y están súper equipados! O ya son muy conocidos. O llevan veinte años trabajando en esta historia, así que… ¿qué queda para vos, amigo?

Pues nada, que hay que seguir. Ya lo sabes, como el viejo Dylan, “la respuesta, está soplando en el viento…”

Hasta la próxima vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, 20/4/2009

 

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