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marioojeda

Sobre música y esculturas

Sobre música y esculturas

 

Todo se une en algún punto. Esto me escribió Hugo Fernández, allá por 1983, en enero, al poco tiempo de bajarme a Buenos Aires, en una entrañable carta que aún conservo, por supuesto. Sigue siendo una frase válida, totalmente válida. Con la música ocurre exactamente igual: todo se une en algún punto.

Así, para el común de la gente, da lo mismo Maná que La oreja de Van Gogh, Santana que El sueño de Morfeo, Spinetta que Luis Miguel, Serrat con quien fuera. Todo es un gran cambalache. Tampoco es que estén tan equivocados, es decir, la gente, normalmente y más aún  hoy por hoy, no “escucha” música. “Consume” música, que es algo muy distinto. Para quiénes escuchábamos las filigranas de Ian Anderson, el flautista de Jethro Tull en un “Winco”, aquel histórico tocadiscos… O la guitarra eterna y siempre presente de Ritchie Blackmore, o los aullidos incríbles de Robert Plant, en los años dorados de Led Zeppelin, nos sigue pareciendo una gran falta de respeto. Pero ya no hay vuelta atrás. La música es hoy, quizás siempre lo fue y no nos dábamos cuenta, un entretenimiento de masas. Nada mas que eso.

Con los años, simplemente, uno aprende a contemporizar. Sabe ya que nada es definitivo. Que nada es tan importante tampoco. No al menos tan importante como, quizás, lo fuera para uno mismo en nuestros años adolescentes. Ado-lescentes. De adolecer. De carencia. Cuando aún nos faltaba algún golpecito de horno.

Y no es que esté mal, insisto. Las cosas son como son. “La verdad es la verdad”, como decía alguna vez Rafael Amor. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, como cantaba Serrat. “Mezclao con Stravinsky…”, como el tango de Discépolo. Te puede doler, claro que duele, pero no hay vuelta de hoja.

Y el problema no es el aire tampoco. Es decir. A nivel personal, creo que el éxito de un músico no pasa por la calidad de la música que hace. Si no, no existirían los Ricky Maravilla y tantos otros. Que además, yo los bailo, ojo. “Esa cosa medio cutre que tuvo siempre este bar”, como me dijo alguna vez Tato Rébora, dueño del bar emblemático de los cantautores en Granada. Asumo totalmente mi lado hortera, ¿por qué no? No existirían tampoco “Los Moranco”-autores de la “Macarena”-, los “Pimpinela”, o quien fuera. “El negocio de la música es una torta muy grande para repartir”, como dijera alguna vez Pete Tonwshend, el legendario guitarrista de Los Who. Y así, el éxito de un músico no se mide por sus letras o sus melodías sino, sencillamente, por el éxito obtenido. Tanto tienes, tanto vales. Porque, de últimas o en un principio, no importa tampoco cuántos acordes uses en tus melodías (Dylan, Fogerty, el primer Presley, el mismo Springteen, todos son ejemplos de bellas canciones medianamente-o muy bien- tocadas y cantadas, y vaya si les ha ido bien). No me refiero a eso. Me refiero a tener la heladera llena. Es decir, si tu música tiene éxito, tendrás dinero –salvo que vivas demasiado en el aire y no seas capaz de firmar contratos medianamente dignos-. Luego, si tienes dinero, sos un tipo exitoso. Aunque “tengas flema inglesa, no te laves nunca los dientes y te encante vestirte de mujer”, por citar un chiste malo.

Porque es así. Porque es así en la vida, no sólo en la música. Es decir, vos podés pelarte las pestañas diez años estudiando, y terminar como profesor de instituto secundario, o empleado de algún ayuntamiento. Si tu hermano, primo, o amigo, no estudió y se puso una fiambrería, por decir algo, y le va bien, y vende mucho, y tiene dinero, ese es un tipo exitoso. No vos, que apenas te alcanza el sueldo para sobrevivir. No vos, pequeño aspirante a músico, que le hablas a tus amigos de guitarras, de teclados, de pentagramas, de partituras, y después tienen que invitarte el café. No vos, seguro que no. Aunque seas, al menos en apariencia, el tipo más feliz del mundo, de poder sobrevivir con cierta dignidad del oficio que elegiste -bah, en realidad, del oficio que te eligió, porque siempre digo que es el oficio el que nos elige-.

Por eso siempre digo que, antes que hablar de música, o de arte, o de cultura, o de la revolución, deberíamos tener-todos- la panza llena, que así estaría el corazón contento. Porque, ¿de qué te sirve estudiar si vas a terminar manejando un taxi? ¿De qué sirve ser bióloga si vas a terminar prostituyéndote para darle de comer a tus hijos? ¿De qué te sirve tener asistencia médica gratuita, si luego vas a tener que esperar seis horas sentado en un hospital para que te atiendan? ¿O esperar seis meses para una simple operación de vesícula? -que suele ocurrir que te mueres antes de peritonitis, claro está, y pasa-; ¿de qué sirve “ser libre”, en apariencia, si luego no te dan el pasaporte o la visa para irte cuando quieras? ¿De qué te sirve “ser digno y soberano”, si luego no tienes ni siquiera para comer?, ¿de qué sirve tener una estatua en cada esquina, y que te llamen “la ciudad de las esculturas”, si sus habitantes no tienen trabajo, o si tienen trabajo, ese sueldo luego no les alcanza para sobrevivir con dignidad?

No me jodan. Ocupémonos primero de tener la panza llena. De tener el corazón contento. Después hablaremos de los cambios. De la revolución. O de enseñar a “escuchar” música en vez de “consumirla”. Pero sentemos las bases primero. Que todo se une en algún punto, ya lo saben.

Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 29/12/2009

 

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