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marioojeda

Dimes y diretes

Dimes y diretes

 

Puta madre. Me gusta pensar que hay otra cosa después de la muerte porque, al fin y al cabo, la vida dura dos días. Suelo pensar, como Vladimir Nabokov, que la vida es sólo un instante de luz entre dos profundas oscuridades, pero me resisto, y me gusta pensar que hay algo más. Siempre digo que soy fervientemente católico por elección propia, por propia convicción, aunque descrea de la iglesia como institución genérica. Bueno, sí creo ciertamente en algunos miembros de la iglesia, pero eso me pasa con los políticos también. Es decir, no creo en los partidos políticos. Creo en algunos hombres de esos mismos partidos, independientemente de su procedencia, militancia o afiliación. Es decir, no creo en el hombre, sino en algunos hombres, que no es lo mismo. Del mismo modo que hay buena y mala música, y no nueva o antigua música, les decía, del mismo modo, hay buena y mala gente, nada más.

Que el mundo está lleno de hijos de puta, ya se sabe. Pero también hay buena gente, eso lo tengo claro, que una cosa no quita la otra.

Volviendo al tema de la muerte, vayan estas líneas a la memoria de Olga, la madre de mi amigo “Chilingo”. Se nos fue de día para otro, silenciosamente, y con la misma integridad y dignidad con que vivió, sin hacer ningún ruido, con apenas sesenta y nueve años (la ley del piroca, que decía mi viejo, al que le toca, le toca), y habiendo criado solita y sin ayuda a dos atorrantes, hoy padres de familia, universitarios y blablá pero, sobre todo, buena gente. Que a mis amigos los mido con vara rasa, como cantaba Serrat.

Papá era igual. Cerca de cumplir los setenta, empezó a decirnos “miren que deben prepararse, que yo ya estoy dentro del promedio y blablá…” Déjate de joder las pelotas, les decíamos. Y dos años después se había ido, en silencio, dignamente y sin mayores preámbulos. Vaya mierda.

Pero la vida es así, lo tengo claro desde los diecisiete años. Por eso me fui de casa para tocar la guitarra, que era (y es), lo único que quiero hacer. Aunque no siempre tenga tiempo para ello. Pero insisto. Vaya, que es lo que soy, al fin y al cabo. A veces me causan gracia algunas opiniones del tipo “pero ¡que bueno!, veo que sigues insistiendo con eso de la música…” ¡Pará macho! No estoy insistiendo. No. Esto es lo que hago, lo que soy, nada más. Acaso cada vez que te encuentras con algún doctor, o un ingeniero, por ejemplo, le dices: “¿así que sigues insistiendo con esa historia de la medicina? ¡Que bueno!... ¡te admiro la constancia!...” No, man, no. El médico es médico, el fontanero, fontanero, el músico, músico, y así con todos los oficios. No es que uno siga insistiendo: somos lo que somos, nada más.

Lo que ocurre es que cada uno ve las cosas desde afuera como las quiere ver, digamos. Con esa dosis de fantasía incluida, cuando no directamente ignorancia. Claro, no se rían, es cuestión de perspectiva. A veces hay gente ocupando lugares que no debería ocupar, porque, además, de molestar, su falta de perspectiva les hace meterse en cosas en las cuales no deberían meterse, opinar sobre cuestiones en las cuales no debería opinar, o hacer apreciaciones absolutamente fuera de lugar, ¿no?

Como el chiste que cuenta Aute en sus conciertos: “Todo tiene su opuesto en la vida. Si. Para un alto, siempre hay un petiso. Para un gordo, siempre hay flacos. Hay blancos y negros. Gente seria. Y gente divertida. Para lo grueso, fino. Y todo así. Hasta Dios tiene su opuesto en la tierra… que es el  Papa, claro.” Y si lo piensan bien, es un chiste con moraleja.

Yo les dejo otro, que me voy a grabar. Va el Papa en su “papamóvil”, en una visita al África, recorriendo un barrio de las afueras de Lagos, en Nigeria. Pobreza absoluta, hambre, etc. Una larga fila de madres con sus hijos en brazos, todos chiquitos desnutridos, con abdómenes prominentes y toda esa mierda. Ratzinger, sin dejar de saludar ni sonreír, gira la cabeza y le pregunta a su secretario privado, parado junto a él (pero un poco detrás, por eso de las jerarquías, ya saben): “¿Por qué estos niños están flacos y desnutridos?..” Porque no comen, santidad, le responde el secretario. Avanzan unos metros, le hace una seña al chofer, detiene el papamóvil, desciende, y se acerca a un grupo de chicos, que lo miran con ojos asombrados. Se inclina sobre uno de ellos, y mientras le toma suavemente por una de las orejas, regañándolo, le dice, serio. “Hay que comer…”

Lo dicho, todo es cuestión de perspectiva. Hasta la próxima vez.

© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2010

 

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