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marioojeda

Acerca de la difusión y otros divagues

 

El arte no da de comer. Lo cual es una cagada, realmente, pero en la mayoría de los casos es así. No se puede vivir del arte. Contados son los casos en que, el azar y una larga serie de causas y circunstancias se unen para producir ese efecto, y permiten al creador una subsistencia digna exclusivamente de su arte.

Pero no es lo común. Y en los tiempos que corren, aspirar a ello es casi una utopía. Así, uno tiene que rebuscárselas para generar algo que le permita vivir de y, por otro lado, hacerse tiempo para seguir generando arte. Ya escribí mil veces que es una necesidad vital. Pero a veces, esa necesidad vital choca malamente con la realidad, y uno debe olvidarse un tiempo de crear para dedicarse a ganar dinero para vivir. Me pasa a mí, cíclicamente, les diría.

Por ejemplo, tengo el mejor de los recuerdos de Miguel Abuelo. No el Miguel de las enciclopedias, endiosándolo como uno de los “fundadores” del rock argentino, ni el celebrado insistentemente durante sus días de gloria con la presencia de Andrés Calamaro en los teclados. Esos Abuelos fueron “producto de”, como el mismo Miguel se encargaba siempre de repetir. Ni siquiera el de Los Abuelos del final, cuando ya no estaban Bazterrica ni Calamaro, y Gringui Herrera y otra gente intentaron casi un año mantener el fuego vivo. Creo hasta Kubero Díaz pasó al final por ahí.

Mis recuerdos tienen mas que ver con el Miguel Abuelo solista, aquel que había venido de España, desde Ibiza o Palma, ya no recuerdo, y que aterrizó en la Argentina de fines del proceso, empezando los ´80.

Los había visto en B.A.Rock ´82, cantando “No te enamores de un marinero bengalí”, y me habían llamado la atención por su frescura, y por como sonaba el bajo “slap” de “Cachorro” López, pero nada mas. Quiso el destino que, en mi avanzada porteña en enero del ´83, yo recayera en un hotel pensión de Soler y Acevedo, y “La Esquina del Sol”, el pub que Gustavo Rozas tenía en la esquina de Gurruchaga y Guatemala, me quedaba a dos cuadras, así que siempre estaba dándome una vueltita por ahí. De hecho, muchas veces no tenía ni para la hamburguesa, así que pasaba, le barría y fregaba el local, y luego me cocinaba algo ahí mismo. Ahí veía tocar seguido a Antonio Tarragó Ros, a María José Demare en su etapa rockera, al Fontova Trío, a los mismos “Redonditos de Ricota”, antes de su despegue masivo haciendo el Parakultural u otros pequeños teatros en el ´83, y un montón mas.

Miguel también tocaba seguido por ahí, con la “Ovation” prestada por Piero (ni siquiera tenía una electroacústica decente por entonces), así que era común que nos cruzáramos al bar de enfrente, un bodegón de persianas verdes que creo aún sigue estando, donde por cinco mangos de entonces te ponían unos ravioles de verdura bárbaros, Miguel invitaba y allí nos íbamos: él, quien esto escribe, y Enrique Carné, un rosarino talentosísimo a quien nunca mas volví a ver, y que tocaba muy seguido también en esa zona, el Café de las Buenas Ondas, la Cofradía, Currículum, Fandango, etc.

Solíamos pasarnos seguido por el departamento en planta baja que había alquilado Miguel entonces, en Carranza y Cabildo, con su mujer “guiri”, no recuerdo si era inglesa, como tampoco recuerdo su nombre, pero sí que era rubia y muy delgada, y que Gato Azul, su hijo, que entonces tendría 10 años, estaba siempre jugando con los autitos mientras nosotros charlábamos. Juan Baglietto había alquilado otro departamento también sobre la calle Carranza, a media cuadra de allí.

Miguel nos hablaba de música, de su vocación de “payaso” cantor, como el decía, que lo que mas le gustaba era cantar, cantar para él mismo, para la gente. Nos vimos muy seguido durante unos meses, y al cabo de algunos almuerzos, creo fue Daniel Córdoba, “el negro”, que trabaja de periodista en la parte de espectáculos para “Tiempo Argentino”, un diario de esa época que ya no existe, lo acercó a la oficina de Carlos Garbarino, mi productor de entonces, primo creo del Garbarino de los electrodomésticos, y nos juntábamos a comer. Miguel, la gente de la oficina, Carlos Alonso y Juan de Dios Gorosito del grupo “Barrio”(que fueron “revelación” del festival de la Falda en el ´83), Pepe Luis Vinci, Claudia Puyó y varios que ya no recuerdo.

Un día, comiendo los ñoquis del día 29, Miguel dijo, simplemente: “creo que voy a dejar de venir por un tiempo, porque Daniel Grinbank, mi productor, va a poner una mosca a difusión nuestra, de los Abuelos, así que voy a dejar los conciertos solistas también (Miguel había editado su celebrado “Buen día, día”, que lo defendía solito, a guitarra y voz, incluso fue así a La Falda ´84), y me voy a concentrar en ensayar y tocar con ellos, porque ahora nos van a oír hasta en la sopa. Es mas, van a levantar cualquier plato así - mostró levantando el suyo donde había puesto unos mangos siguiendo la tradición- y en vez de guita van a salir Los Abuelos…”

Ya no volví a verlo después. En septiembre del ´84 me fui a vivir a Gesell, un poco bastante hastiado del ambiente (recuerdo que en el mismo bar, otro día cualquiera, Pepe Luis Vinci me decía “no te vayas, chaco, ahora que la estás empezando a hacer…”, pero yo no tenía ya ganas de quedarme en Buenos Aires), y me enteré de la muerte de Miguel años después, ya viviendo en Gesell y sin estar demasiado enterado de por qué derroteros había ido su vida. Más aún, conocí a Claudia, quien fuera su última pareja, muy amiga también de los primeros “Divididos”, cuando Federico Gil Solá tocaba la batería, quien se había ido a vivir a Gesell después de su muerte, y hablábamos mucho de Miguel y toda la peña.

Pero siempre me quedó en la mente aquella frase de Miguel: “ahora van a poner mosca y nos van a ver hasta en la sopa…”, confirmando una vez mas que, mas allá del talento que puedas tener, una acertada difusión puede cambiar indudablemente la vida de una persona.

Y en estos días globalizados, peor aún.

Hasta la próxima vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, junio de 2007

 

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