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marioojeda

Acerca del oficio, parte 2

Acerca del oficio, parte 2

 

Aquí, mansamente en el papel, van quedando impresas las sensaciones que cotidianamente siento. No todas, en verdad. Suele ocurrir que uno guarde cosas en el tintero. No debería ser así, seguramente, pero es lo que casi siempre ocurre. Como alguna vez me decía Sibila Camps, mi cabeza suele ir mucho más rápido que mis actos. Así, las canciones que estoy cantando hoy no son, ni remotamente, las últimas que escribí, y eso suele generar ciertos desfasajes entre lo que pienso, lo que digo y lo que finalmente hago. Lo de las canciones tiene su explicación, es decir, las compongo, las grabo rápidamente, gracias al milagro del ordenador y del estudio propio, y después me olvido de aprendérmelas, razón por la cual suelo cantar casi siempre las mismas, hasta que finalmente me aprendo las últimas, que a ésta altura ya tienen un par de años, y así sigo. Pero intelectualizar el oficio es otra cosa.

Explicaba en una nota anterior cuánto respeto le tengo a la canción, al oficio de “escribidor” de canciones, como decía “Café” Vera Azar. Por la canción dejé mis cosas, mis calles, mis lugares, mi gente. He pagado un precio muy alto por ello, de lo cual no me arrepiento, y lo sigo pagando hoy día aún.

Tengo a mis hijos viviendo a muchísima distancia, y las caras de la gente que quiero suelen volverse difusas, aunque nunca las olvide del todo. Tengo la suerte y la desgracia, a la vez, de no olvidarme las cosas. Muy buena memoria, que le dicen. Aunque a veces quisiera olvidarme de algunas. Es curioso, pero suelo convertirme, sin querer, en motivador y gestor de un montón de proyectos, vaya dónde vaya, allí donde viva. Siempre digo que tuve una madre que se llama Resistencia, una novia larga que se llama Villa Gesell, una amante fantástica llamada Mar del Plata, aventuras varias con Buenos Aires, y ahora pareciera tener una pareja relativamente estable llamada Granada, acá en España. Uno es de donde vive, al fin y al cabo.

Y el reconocimiento que lentamente empiezo a tener acá, no es impedimento para estar constantemente fantaseando con aventuras varias en otros lugares, México, por ejemplo, de donde ya me empiezan a escribir e invitar para visitar. En eso estamos.

Hacer, producir cosas, no es más que el pomposo nombre que se le da a generar una idea, desarrollarla en un papel, y luego llevarla a la práctica, como alguna vez me decía Alberto Lucas. Y suelo constantemente estar generando cosas, por voluntad propia, como alguna vez le dijera en Resistencia a Mario Fanuchi: “no necesito que nadie venga a meterme el dedo en la oreja para hacer algo…Voy, lo hago y listo”. A Mario no le cayó muy bien eso, desde la altivez inconciente de mis 20 años. Pero han pasado 26 años más y sigo aún en la misma.

A veces pienso que, si me fuese de Granada diez años, y volviera, la mayoría de mis compañeros de oficio seguiría dando vueltas por el mismo lugar, por los mismos gestos, las mismas actitudes. No es tan así, ya lo sé, pero no me causa demasiada gracia pensarlo. Y es contradictorio, pero, como cantaba Lerner, es un sentimiento tan humano a la vez. La contradicción, me refiero. Y además, ¿no tengo cierto derecho a ésta altura de contradecirme?

En todo caso, sigo buscando las respuestas.

Hasta la próxima vez.

 

© Mario Ojeda, Granada, febrero de 2006.

 

 

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