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marioojeda

Pegando carteles

Pegando carteles


 

Uno no quiere sonar pedante, pero, debo decirlo, como chiste entre amigos, que siempre he llevado el progreso a cada zona donde he estado radicado. Me ocurrió en Gesell, donde al poco tiempo de llegar ya estaban instalando el gas, asfaltando calles, dando vida a la Casa de la Cultura, creándose radios FM, etc. Me pasó en Mar del Plata, y también en Villa del Parque, el querido barrio porteño donde viví siete años, y a la semana de llegar, además de inaugurarse un gran shopping con multicines y escaleras mecánicas (no podía pedir menos, obvio), ya estaban pavimentándose también varias calles, refaccionando el club Comunicaciones (si, el mismo de aquellos mitológicos bailes de carnaval con tantos tangueros celebres, o los mismísimos Serrat, Paloma San Basilio o Julio Iglesias), o arreglando semáforos, que para el caso es lo mismo. Y ahora me ocurre lo mismo en Granada, ahí están las obras permanentes de refacción de avenidas, estacionamientos subterráneos varios -para mas conflicto y lentitud del ya de por sí cerradísimo parque automotor granadino-, las futuras obras del metro que ya pronto empezarán, o, por agrandarme un poco mas al escribir esto, los vuelos diarios desde el pasado mes de febrero a Londres, por ejemplo, que agregarán Amsterdam a fin de mes, convirtiendo al pequeño y casi obsoleto aeropuerto de Chauchina (que así se llama el pueblo lindante a Granada donde está ubicado), en un aeropuerto internacional que ha triplicado los visitantes europeos para visitar la Alhambra en apenas seis meses. Ya sé, ya sé, eran cosas que había que hacer, y se veían venir, pero está bueno que sean paralelas a mi radicación en esta ciudad. Digo, para darme un poco de lustre. De todos modos, la idea de este texto no iba para ese lado: “¡¿qué haces pegando carteles vos, cheeee!”, me decía un par de días atrás un cantautor granadino amigo, tratando de imitar el acento argentino. “¿Por qué no?”, le respondí. “No se me cae ningún anillo por hacerlo... además, me conecta con la realidad”, le dije sonriendo. Organizar conciertos y cosas por estilo en una ciudad como Granada, no muy mayor a Resistencia en cantidad de habitantes, y para quien lleva cierta cantidad de tiempo haciéndolo (ahora que lo pienso bien, ¡¡son veinticinco años ya!!), no suele tornarse algo demasiado complicado. Y en realidad, el comentario del colega en cuestión no venía por ese lado: acá, como en cualquier país civilizado, la experiencia es grado. Quiero decir, uno no necesita pasarse la vida rindiendo examen. Cuando demuestras que sabes hacer algo, ya está. Claro, así también a veces se cuelan tíos a quienes la cosa le salió bien un par de veces y ya son productores (o pintores, o albañiles, o lo que fuese: para el caso, es lo mismo). Pero son las excepciones que confirman la regla, no una constante. Y a uno, humilde resistenciano transplantado de país y de ciudad, le sorprende tanto esto como tantas otras cosas que acá funcionan y allá no, por mucho que nos duela.

Hasta la próxima vez.

 

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