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marioojeda

De paradojas y parajodas

De paradojas y parajodas

Más que paradojas en la vida, lo que uno muchas veces encuentra son –parafraseando a Oscar Plazola, un trovador y escritor mexicano amigo-, sencilamente, parajodas. Digámoslo bien: para joderte más. No es que uno las busque: aparecen solas. Y uno piensa: esto no pordía hacerse peor… pero sí: por ley de Murphy, todo aquello que puede salir mal, suele salir peor. Es decir: todo es susceptible de empeorar, siempre. Las condiciones de vida, las condiciones laborales, la salud. Cualquier cosa que se les ocurra, en la vida puede empeorar, siempre.

Recuerdo en los primeros meses de 1981, cuando hice un ciclo de conciertos en la escuela 33, en Resistencia, mi ciudad natal. Entonces, con la arrogancia y desconsideración de mis 19, casi 20 años, yo planteaba: “Dénme seis de difusión radial, la producción de Charly García & Serú Girán, para elegir y ensayar con los músicos que yo quiera, y estoy listo para jugar en primera con cualquiera…” Nadie me tomaba en serio, obviamente. “O dame 50.000 euros para invertir en difusión, y yo me las rebusco…”

¿Parajoda? Han pasado 30 años, he visto algo de mundo, y tocado con un montón de gente variopinta, en distintas y variadas situaciones, he probado (y comprobado) la respuesta de gente de distintos lugares hacia mis canciones y he defendido con uñas y dientes aquello de “el talento no conoce de fronteras”… pero… ¡sigo necesitando los mismos 50.000 dólares! –quizás ahora me quede un poco corto con esa suma: ¿cuánto invertirán mensualmente en Shakira, Juanes, Mariah Carey, Luis Miguel, Alejandro Sanz, David Bisbal, o cualquiera de esos “artistas latinos viviendo en Miami”, por ejemplo?-

El asunto es, precisamente, paradójico o parajódico: sigo teniendo las mismas necesidades que hace 30 años. Bueno, al menos logré que algunos me tomen más en serio…, eso, por un lado. Por otro, me equipé, puedo grabar, ensayar, tocar, me pagan por hacerlo, lo cual, aunque sea una nimiez, a veces resulta casi ciencia ficción. Porque con los músicos pasa siempre lo mismo: todos los demás pueden cobrar, pero los músicos no, salvo que seas famoso. Si sos famoso, sos creíble, ya lo escribí una vez. Si jugás en segunda o en tecera, en cambio, olvídalo: parece que deberías darte por satisfecho si podés tocar. “Si encima la pasas bien…”, te dicen, “¿además querés cobrar?...”

Es como los conciertos benéficos: los únicos que van gratis son los músicos, generalmente. El sonidista cobra. Menos, quizás, pero cobra. El de las luces, también. El que arma el escenario, obvio. La imprenta que hace los carteles, también. Es decir: cobran todos los demás menos los músicos.

Pareciera ser esta una regla inflexible. Y yo no quiero sonar ni quedar antipático, aunque muchas veces lo digo. Y no cae demasiado bien. Pero ¿Qué quieren que les diga? Estoy cansado, muchas veces más que otras. Ya son muchos años tratando de defender un oficio como lo que es, ni más ni menos. Hay horas de estudio, de ensayo detrás. Horas de prueba y error, para aprender. Porque, además, treinta aos atrás no había escuelas donde aprender. Uno se iba haciendo por el camino, no había otra opción. Y no me estoy refiriendo al hecho de aprender a tocar un instrumento. No, eso es lo de menos. Aunque esté muy claro –o al menos, debería estarlo-, que los músicos autodidactas no tuvimos, en nuestra gran mayoría, la formación técnico académica que hubiéramos preferido. Tuvimos –todos-, que hacer otras cosas para vivir, para comer, en suma. No es lo mismo poder asistir durante seis años a una academia, o a un conservatorio de música, y oficializar tu título de “profesor superior de guitarra”, de piano o lo que sea. Igual, tengo muchos músicos amigos que vienen de ahí, que han sido fromados así, que leen música a primera vista, que pueden escribir arreglos, que tienen un diploma colgado de alguna parde de su casa, que se pasaron seis o más años, antes de recibirse, aprendiendo y practicando y tocando la guitarra 6 u 8 horas diarias…, y que hoy tiene que rebuscárselas como cualquier otro, porque la música como oficio sigue siendo algo no tomado en serio.

Y lo curioso es que no es solamente la música. Es decir: la cosa no pasa solamente por saber tocar un instrumento, o escribir canciones. Hay mucho, muchísimo más detrás.  Hay que aprender a sonorizar una banda, aprender a manejar una mesa de mezclas analógica o digital, programas de grabación por ordenadorr a disco duro, efectos, producción…la lista de materias a dominar es muy, muy larga. Pero eso a nadie le importa. Cuando te preguntan “¿a que te dedicas?...” y respondes “soy músico…”, siempre viene detrás la pregunta: “Ah, que bien, pero aparte, ¿trabajas?...”, como si no hubiera suficiente trabajo con pretender “ser” en éste oficio.

Ustedes ni se imaginan el tremendo placer que me da, cuando me preguntan, contestar “soy músico”. O “músico y productor. Produzco grabaciones, conciertos, cosas relacionadas con el espectáculo en general…” Es una pavada, en suma. Pero no saben que bien sienta, cuando uno pretendió dedicarse a esto durante años, y nunca pudo hacerlo. Es como a veces me sorprendo, por ejemplo, cuando simplemente agarro mi guitarra acústica, la pongo en el asiento de atrás del coche, y me voy a ensayar. O el bajo. O la eléctrica y el pequeño amplificador. Nada del otro mundo. Es lo que yo siempre leía en las revistas de música: el pibe agarraba su autito usado en Los Angeles, en Londres, Nueva York, o donde fuera, y se iba a ensayar o a tocar, con su guitarra y amplificador de segunda mano…” Parecía tan lejano… ¡Pero ahora  puedo hacerlo! Antes no… y esa es la gran diferencia. Que entre a un bar de mi barrio, por ejemplo, y el camarero te diga: “que tal, buenos días, ¿cómo andan esos conciertos…?” Mierda. Es una boludez. Pero que bien sienta. Sentirte respetado, si al fin y al cabo, uno no pide más que eso, ¿no?

Igual, son éstos “tiempos duros para la lírica”, como me dijera Rosa León hace un par de años por mail. Así como siempre digo que son excelentes tiempos para “hacer” música, por la abundante cantidad de información disponible hoy día, de buenos instrumentos a precios asequibles, ordenadores, sistemas de grabación digitales a disco duro, videos, etc., por otro lado, para ser “profesional” de ésta historia, la cosa está cada día más dura, sencillamente porque –siempre lo digo-, hay muchas más oferta que demanda. Ya se han cargado el circuito “lógico”, que eran los bares musicales, donde las bandas podían desarrollarse. Cada vez hay menos. A los grupos que empiezan sólo les queda el tener que “pagar para tocar”. Es decir, alquilar una sala equipada, venderles entradas a los amigos para un concierto, y ahí va. Eso funciona una vez, quizás dos veces, pero luego los amigos se aburren, los grupos ya no tienen a quiénes venderles entradas, luego, obviamente, ponen dinero de su bolsillo una vez para tocar, quizás dos veces, pero luego se hartan y dejan de tocar. Una banda menos. Y así hasta el infinito.

Todos los tipos, solistas o grupos musicales que más o menos tienen tirón mediático, digamos, que están sonando en los medios, y excepto contadísimas excepciones, son artistas de vienen desde hace 15 o 20 años atrás, de una época en la cual aún se vendían discos, y las compañías discográficas aún invertían –algo de- dinero para difundir a sus artistas, y los aguantaban 4 o 5 años, y otros tantos discos, o alguno menos, para que el artista se “desarrollase”, digamos, que pudiera asentar su estilo musical, hacerse un pequeño nombre de convocatoria, etc.etc.

Hoy por hoy, eso ya no ocurre. Insisto, excepto contadísimas excepciones, que no hacen más que confirmar la regla, los artistas que suenan en los medios, en la radio, sobre todo, o bien son extranjeros –léase ingleses o sobretodo americanos, en su mayoría-, o son “egresados” de esa “academias de música por televisión”, auspicidas por marcas publicitarias muy conocidas, y que son productos de “usar y tirar”, digamos. Los mismos productores televisivos que los “descubrieron”, son aquellos que suelen firmar las canciones, para asegurarse unos suculentos derechos de autor, al menos por el tiempo en que dure la promoción paga. Cuando el artista deja de “sonar”, se inventa un “nuevo” programa televisivo  -básicamente con el mismo formato-. Se “decubre” una nueva cara, y la historia vuelve a repetirse. Nadie se acuerda ya del “ídolo pop” de 2 o 3 años atrás, ni se acordarán de los que suenan hoy dentro de 3 o 4 años. La cosa funciona así, sencillamente.

¿Alternativas? Bueno, esto lo vengo sosteniendo siempre: buscarse un trabajo a sueldo fijo, a jornada completa, digamos. Desarrollar una carrera autoproducida, en donde uno pueda grabar lo que quiera, dónde y cómo quiera, sin preocuparse demasiado por el resultado comercial. Insistir, que no queda otra, como cantaba Nebbia alguna vez. Y solamente “abandonar ese trabajo a tiempo completo” –como decía alguna vez Robert Fripp-, cuando se esté absolutamente seguro que el oficio de músico o sus producciones, digamos, le van a permitir suficiente dinero para vivir con dignidad.

Todo lo demás, son muescas hechas con el dedo sobre un vidrio empañado: no conducen a nada, aunque te prometan lo contrario.

Sigo otro día. Hasta entonces.

© Mario Ojeda, Granada, 15/2/2011

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